domingo, 23 de enero de 2011

“La caricia a Benedetta”, impresionante crónica de la visita del Papa a los niños enfermos del Policlínico Gemelli


Ofrecemos por su gran carga de humanidad, que muestra la inmensa ternura del Papa Benedicto XVI, la crónica del periodista Mario Ponzi, aparecida en la edición española semanal de L’Osservatore Romano, titulada “La caricia a Benedetta”, en la que relata la visita del Papa a los niños enfermos del Policlínico Gemelli el pasado 5 de enero//:
«Tú serás bendita por siempre». Palabras dirigidas por el Papa a Benedetta, niña de un año de vida transcurrido enteramente en su camita de hospital—, mientras con ternura acaricia su rostro desfigurado. Los prelados que lo acompañan en la visita al Gemelli se inclinan sobre la cuna; miradas atónitas, llenas de compasión. Y una personalidad del séquito murmura, conmovida: «Este es el rostro de Cristo que sufre».
El secretario particular del Pontífice se detiene un instante ante esa cuna; sigue acariciando las manitas inertes mientras repite: «Eres guapa, Benedetta, eres guapa» y casi no logra marcharse. Habitación 22, servicio de pediatría, quinta planta del Policlínico universitario Gemelli de Roma. Aquí se ha escrito quizás una de las páginas más bellas y conmovedoras de estas fiestas navideñas.
Es la víspera de la Epifanía del Señor y Benedicto XVI decide hacer un poco de compañía a los pequeños ingresados en ese hospital romano. La ocasión es la bendición del novísimo Centro para el cuidado y una máquina y está inmóvil en su camita. «Infinitas gracias, Padre» lo saluda Chiara. No tiene experiencia de jerarquías, pero sabe reconocer un gesto de afecto sólo para ella y para su pequeño.
Acoge la caricia del Papa como la de un padre. Evelina está concentrada en ocuparse del enorme conejo de peluche que el Pontífice acaba de darle; está visiblemente emocionada. «Mamá, —dice mirándola fijamente a los ojos—; podré decir a mis amiguitas del cole que he besado al Papa».
Y después Benedicto XVI entra en la habitación número 22, donde está Benedetta. Nació hace un año con una gravísima malformación cerebral. Sus padres, al verla nacer así de desfigurada la abandonaron y huyeron del hospital. Las enfermeras del servicio acogieron a Benedetta, le dieron este nombre. La cuidan como si fuera la hija de cada una de ellas. La colman de amor.
«Es un milagro que todavía siga viva» dice Claudia, pero podría ser Santina, o María o cualquier otra de las numerosas mamás de Benedetta. El Papa se conmueve al escuchar la historia de Benedetta. La acaricia largamente, con ternura. Hace la señal de la cruz en su frente y luego le susurra: «Tú serás bendita por siempre».
La visita continúa. Los ojos del Papa quedan velados de tristeza. Se encienden de nuevo cuando se encuentra rodeado por otros niños, abajo en el vestíbulo del Policlínico donde está previsto el discurso.
Sigue intercambiando dones con ellos: golosinas y peluches a cambio de tres figuras de los Reyes Mayos y muchos dibujos que el Papa agradece de modo especial.
Luego Francesca, de 15 años, con espina bífida, le dirige unas palabras de saludo y lo abraza en nombre de todos. Le confía todas sus esperanzas. Acaban de saber que la mirra representa el sufrimiento. «Aquí tienes nuestra mirra —dice al Papa— la ponemos en tus manos, Padre Santo, para que la lleves a Jesús. Rezaremos por ti. Por tu salud y para que nuestra oración te ayude a llevar el peso de los grandes problemas que tienes que afrontar cada día». Por último, la despedida. Al igual que lo habían acogido, despiden al Papa el cardenal Vallini, vicario del Papa para Roma, el obispo delegado para la asistencia religiosa en los hospitales de la diócesis de Roma monseñor Brambilla, el rector de la Universidad
católica, profesor Ornaghi, y todo el personal.
Benedicto XVI regresa al Vaticano con las personalidades del séquito que lo han acompañado,entre los cuales están los arzobispos Fernando Filoni, sustituto de la secretaría de Estado; y James M. Harvey, prefecto de la Casa pontificia; su secretario personal monseñor Gänswein, su médico personal Polisca y el Prof. Giovanni Maria Vian, director de nuestro periódico (L’Osservatore Romano).

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