miércoles, 15 de abril de 2015

MANIFIESTO DEL INSTITUTO E. MOUNIER CONTRA EL ABORTO


Reproducimos por su interés y actualidad el Manifiesto hecho público por el Instituto E. Mounier sobre el Aborto.


Las mujeres y los hombres que formamos parte del Instituto E. Mounier, frente a quienes propugnan hoy una nueva ley del aborto, afirmamos:
El valor inviolable de la vida humana
Afirmamos que toda vida humana tiene una dignidad y un valor inviolables. Ninguna consideración legal, cultural, política, científica o económica puede autorizar a disponer de esa vida y mucho menos a eliminarla. Ninguna votación puede legitimar un atentado contra la vida humana.
Porque estamos hablando de vida humana
Desde el momento de la concepción estamos en presencia de una vida humana diferente a la de la madre que la alberga y del padre que contribuyó a engendrarla. Esta realidad es indiscutible. Por la aplicación del principio de prudencia, bastaría incluso con que cupiese la menor duda al respecto para que, por precaución, se protegiera esa vida humana. Por lo tanto, es a aquellos que defienden que esa vida humana puede ser eliminada a voluntad a los que corresponde la carga de la prueba: si no pueden probar, más allá de cualquier duda razonable, que no estamos tratando con una vida humana diferente de la madre, tampoco pueden defender la legitimidad de su eliminación.
El aborto no es un derecho
Nadie tiene derecho a disponer de una vida humana. El fruto de la concepción no es una parte del cuerpo de la mujer, sino una vida humana diferente, y, por tanto, no se le puede reconocer a la mujer el derecho a abortar.
El carácter socialmente conservador-reaccionario del aborto
Para algunas mujeres, quedarse embarazadas supone enfrentarse a un drama, porque puede llevarles a perder su empleo, sufrir rechazo social, etc. En lugar de afrontar estas circunstancias objetivas de injusticia y apoyar a las mujeres para que en ningún caso vean recortados sus derechos y su bienestar por la maternidad, el aborto representa una medida conservadora que deja intactas las situaciones de opresión de la mujer y responsabiliza a ésta de “resolver su problema”. Es la solución fácil, conservadora e insolidaria. Se da la espalda a la mujer, de manera que la transformación de las condiciones sociales injustas que la llevan a abortar se hace innecesaria. ¿Para qué destinar recursos a educación sexual, a guarderías públicas gratuitas, a permisos de maternidad decentes (seguimos a la cola de Europa), a medidas laborales y sociales que protejan efectivamente a la mujer y a su familia? Para muchos, en esta sociedad, es mejor que aborte; así podemos mantener la tranquilizadora ficción de que es ella quien decide libremente y podemos mantener el orden socioeconómico establecido. Que ella se apañe con su drama. Frente a este cinismo, nosotros decimos ¡no!: todos y cada uno somos responsables.
El aborto, forma extrema de violencia contra la mujer
En la propaganda oficial se incide exclusivamente en aquellas situaciones más dramáticas en las que una mujer quiere abortar y no se le permite hacerlo. ¿Es menos dramática la situación de aquellas mujeres que no desean abortar y se sienten presionadas a ello por su pareja, su empleador o su familia? ¿Sólo las mujeres que desean abortar son dignas de apoyo? No podemos cerrar los ojos a la realidad: lo que se intenta presentar como un derecho de la mujer, como un progreso en la emancipación femenina, demasiadas veces no es más que una terrible forma de violencia contra la mujer, en aquellos casos en que el aborto se produce por la presión de la pareja, la familia, el empleador o el qué dirán. Esta realidad incómoda es especialmente patente en casos como el feminicidio prenatal masivo en la India (por la presión social: la necesidad de dar una dote a las hijas puede llevar a la miseria a una familia) o en China (por la suma de la presión gubernamental y su política del hijo único, y el machismo social que prefiere que el hijo único sea un niño). Millones de mujeres son eliminadas cada año antes de nacer sólo porque son mujeres. Presentar como derecho esta forma de violencia contra las mujeres sólo porque se ejecuta antes del parto, y no después, es sangrante y demencial.
El padre existe
En la legislación actual y en las reformas que se proponen, el papel del hombre que ha engendrado esa nueva vida humana es prácticamente inexistente. Nosotros reconocemos su plena corresponsabilidad y reclamamos que se contemple esta corresponsabilidad a todos los efectos en la legislación, tanto en los derechos como en los deberes.
No a la despenalización
Sabemos que se dan situaciones excepcionales de enorme dramatismo, y para ellas existen los atenuantes que sean necesarios. Pero también sabemos que hay empresarios matarifes, médicos y sanitarios sin escrúpulos, mujeres que emplean el aborto una y otra vez sin situación de necesidad alguna, como si fuera un método anticonceptivo. Todas estas conductas, cada una en su justa medida, merecen una reprobación social que sólo se tomará en serio si se aplica todo el peso de la ley sobre quienes la violen. La legislación penal en España no está concebida primordialmente como castigo, sino que cumple también una función pedagógica y disuasoria, al expresar de la manera más clara el rechazo social que despiertan determinadas conductas. Esto ha quedado patente, por ejemplo, con el endurecimiento de las sanciones para las infracciones del tráfico: lejos de llenarse las cárceles de conductores, como preveían los agoreros, este endurecimiento de la legislación ha reducido significativamente el número de víctimas de la carretera, salvando cientos de vidas cada año. Si queremos reducir el número de abortos, no podemos renunciar a la legislación penal.
La actual ley
El tercer supuesto de despenalización del aborto, en la ley actualmente vigente, se ha convertido en un coladero por el que se ha introducido de hecho el aborto libre. Para evitar este fraude de ley se propone liberalizar el aborto. Nosotros, que también estamos contra la ley vigente, creemos que es intolerable este fraude de ley y que, si las Administraciones hicieran cumplir la ley, se reduciría mucho el atroz número de abortos.
Experiencias de otros países
Desde los defensores del aborto libre se reclama la equiparación de nuestra legislación con la de otros países en las que el aborto se reconoce como derecho. Nosotros pensamos que el debate público sobre el tema debe examinar no sólo las legislaciones sino también las experiencias de países en los que existe este aborto hace mucho tiempo. Los ciudadanos tienen derecho a saber que en muchos de estos países no sólo no se ha reducido el número de abortos, sino que se ha comprobado a lo largo de las décadas que el aborto produce también graves secuelas individuales y sociales. Países pioneros como Rusia o el Reino Unido son hoy escenario de encendidas polémicas y movimientos contrarios que deberían darse a conocer también en España.
Es necesario un debate público no manipulado sobre el aborto
Nos enfrentamos a un juego con las cartas marcadas, pero éstas no se pueden manejar en nombre de todas las mujeres, dado que también existen otras voces discordantes sobre la referida ley, que defienden que la persona debe ser siempre la medida de todo. Los medios de comunicación y el parlamento no pueden ocultar o acallar las voces que discrepan de su línea ideológica. Todas las partes deben ser escuchadas sin prejuicios.
El drama del aborto y sus secuelas
En la discusión pública se debe tener en cuenta las secuelas que puede producir el aborto, especialmente las repercusiones psíquicas para la mujer, como el conocido y silenciado “síndrome postaborto”, vivido con frecuencia en la soledad e incomprensión y cuyas consecuencias pueden llegar a ser trágicas (depresiones y otros trastornos psiquiátricos, incremento de la tasa de suicidios, de siniestrabilidad, etc.).
Contra la eugenesia
Denunciamos el genocidio silencioso que se está produciendo al amparo de la actual ley del aborto (y que sólo puede aumentar si ésta se amplía). En la actualidad, por ejemplo, se elimina al 95% de los fetos afectados por síndrome de Down. El resultado, según estadísticas fiables, es que la proporción de personas afectadas por el síndrome de Down ha bajado a la mitad entre los años 1985 y 2002 (de 14.8 a 8.2 por cada 10.000 habitantes). Igual que hacían los nazis, decidimos quién es digno de vivir y quién no. Los nazis lo hacían por mejorar la raza y no reparaban en minucias como si el feto había nacido o no. Nosotros lo hacemos por motivos “humanitarios” pero, eso sí, sólo antes de nacer: una vez que nacen les damos todos los medios para que lleven una vida plena, organizamos juegos olímpicos especiales e incluso les dejamos hacer preguntas al presidente del gobierno en los programas de televisión. Y esto por ahora, ya que esta hipocresía social encubre un proyecto antropológico en el que sólo tienen cabida los “aptos”, los sanos, etc. No tan diferente del de los nazis, al fin y al cabo. Los siguientes pasos de este proyecto ya están a la vuelta de la esquina: eutanasia, selección (destrucción) de embriones, primero para “curar”, luego para elegir el sexo del bebé, el color de ojos… o algo peor.
Frente al ocaso de la sociedad y la humanidad

Este proyecto antropológico no sólo no está a la altura de la dignidad humana, sino que lleva también al ocaso demográfico y moral de nuestras sociedades, dejándolas inermes ante el futuro y ante otros proyectos más cohesionados. Nuestro rechazo del aborto es sólo el lado negativo que acompaña necesariamente una firme actitud de afirmación de la vida humana. Esta afirmación de la vida reclama enérgicamente la protección de la infancia en todo el mundo, especialmente en las sociedades más empobrecidas. Según los datos publicados por UNICEF, 9.7 millones de niños menores de cinco años mueren cada año, y la mayoría por causas evitables. Estas cifras inaceptables son indicativas de un desorden moral y político que hay que combatir; pero una humanidad que tolera millones de abortos nunca tendrá la sensibilidad y el coraje necesarios para erradicar tantas muertes infantiles.

domingo, 5 de abril de 2015

¡EL SEÑOR HA RESUCITADO…!


           

         
              El orbe cristiano celebramos la resurrección de Jesucristo, un excepcional misterio, como otros que rodearon su corta biografía humana –según los relatos evangélicos-, que entran en el conjunto del gran misterio de la existencia, del mundo y de Dios.
              Y junto con todo ello, el misterio de la salvación del hombre, que el judeocristianismo lo vincula a la figura de Jesús de Nazaret, a su predicación acerca del amor de Dios al hombre, de la infinita misericordia divina que perdona toda falta, todo alejamiento, rebeldía, egoísmo, soberbia, en definitiva todo pecado, que supone el apartarse del plan de Dios sobre la creación, que pasa por el AMOR a Dios y a los hombres, un amor más allá de la muerte, un amor incluso al enemigo, que todo lo perdona, todo lo soporta, todo lo entiende, todo por AMOR.
            Ese amor divino que rebosa, según los predicados de Jesús, en los que creemos y esperamos los cristianos, pues es la única forma de acabar con la violencia, con los enfrentamientos, con la insolidaridad, con la soledad del hombre –incluso entre la multitud-.  Algo que al hombre racional, postmoderno, individualista, materialista, hedonista, según demanda la propia naturaleza humana, ni entiende ni quiere entender, pues vive a gusto en su ensimismamiento más o menos feliz, hasta que el recuerdo de la mortalidad le alcanza (por la enfermedad propia o ajena, o por la muerte de algún familiar o amigo), sólo entonces y escasamente nos planteamos los grandes misterios de la existencia, naturalmente sin respuestas, por lo que acabamos cerrando el cuestionario y alienándonos de nuevo en el diario quehacer, hasta que nos vuelva a alcanzar el infortunio del mal (físico o moral) que nos hará volver a replantearnos todo de nuevo. Sin embargo, en esos replanteamientos, en esas “caídas del caballo” –como le ocurrió al apóstol Pablo-, en esos sufrimientos, en definitiva en esas cruces de cada día (o incluso en las que se nos presentan con mayor dureza), podemos llegar a un cuestionamiento radical y profundo de nuestra existencia. ¡Acaso ese sea el momento!, y esa cruz que nos hace sufrir, puede que para nosotros acabe siendo “gloriosa”, si es la que nos lleva a Cristo a acercarnos a él, a entender el sufrimiento de la finitud (de la caducidad) como mal físico (enfermedad y muerte), pero que junto a este se da otro mal peor pues no afecta tanto al cuerpo como al alma, al sentimiento, que es el mal moral (el sufrimiento del pecado, propio o ajeno que nos hace sufrir al padecerlo activa o pasivamente); el primero no es perverso, no nos aparta del plan de Dios, sólo nos hace presente nuestra caducidad de criaturas. El segundo, el mal moral que viene del pecado, es el más peligroso porque aparta del plan de Dios, y en nuestra libertad podemos rechazarlo eternamente. Tal cosa es el infierno (una existencia eterna sin sentido ninguno, que además no la queremos ni nos complace).
            Por consiguiente, en este día especial de la resurrección del Señor, que nos señaló el camino de la redención, y por tanto de la salvación, a partir de la fe, de la confianza en el anuncio salvífico de Cristo sobre el amor de Dios, vivamos en la esperanza de ser llamados al encuentro eterno con el Padre, que nuestro sufrimiento tiene fin, que nuestra vida tiene sentido en el plan de Dios, y que nuestra cruz también puede ser gloriosa con la de Cristo.

            ¡Buena pascua de resurrección!. ¡Paz y bien!.

viernes, 3 de abril de 2015

LAS PROCESIONES O SON FENÓMENO RELIGIOSO O NO LO SON


           
Ante el titular de este artículo de opinión, que pretende señalar la esencial función religiosa de las procesiones, en el sentido de que estas o son básicamente un fenómeno religioso consecuente con la fe religiosa, o no tienen sentido como mera cabalgata.
            Pues todo hecho, toda acción suele responder a una causa, suele tener una razón de ser, y la causa de las procesiones fue la de dar respuesta catequética en la calle (en plena reforma protestante) a la esencia del cristianismo –según era entendida por el catolicismo de la época-. Lo cual venía a poner énfasis en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

            Si bien, tal fenómeno es hijo de su época (énfasis contrarreformista, piedad de especial rigor y esfuerzo, de énfasis en el sacrificio, en la expiación del pecado, sobre la consideración de la deidad como “justo Juez”, sobre la idea de un severo “juicio final” por todos nuestros pecados, por los que había muerto el Señor). Todo ello, unido al extraordinario realismo del arte barroco que llevaría su extraordinaria producción artística a las diversas cofradías de Semana Santa, llevaron al orbe católico a una piedad peculiar sobre el pecado, el castigo eterno, la dura expiación de la pena, el esfuerzo de una dura penitencia y el resultado de un justo y duro juicio de Dios.

            Ese planteamiento ha sido revisado por la Iglesia –especialmente en el Concilio Vaticano II- sobre la gran Misericordia de Dios (que conllevará un juicio de amor, de misericordia), donde el esfuerzo humano no tiene alcance al lado de la gracia divina, y donde lo esencial es el Amor a Dios y a los hombres para ser consecuente con el predicado evangélico de Jesús haciendo la voluntad del Padre. Y por consiguiente, ese planteamiento habría de llegar a todo el orbe cristiano, para que quede manifiesto en la catequética procesional y sea consecuente con los nuevos aires conciliares del Vaticano II y demás actuaciones del Magisterio pontificio que ha conllevado un acercamiento a nuestros hermanos separados (los reformistas: protestantes), en modo importante.

            Por consiguiente, parecería oportuno que la Iglesia señalara algunos matices necesarios para corregir ciertas estéticas de las procesiones que acaso no sean plenamente consecuentes con los nuevos tiempos eclesiales, entre los que cabría plantearse la conveniencia de aprovechar las cofradías de semana santa para que sus miembros hicieran –no sólo unos ejercicios espirituales, sino algún programa de formación catequética, que les ayudara al crecimiento y maduración de su fe-.

            Y puestos a seguir con algunos aspectos estéticos, cuyos cambios revelarían una mayor autenticidad evangélica, podría citarse la eliminación en las procesiones de la concurrencia de autoridades civiles y militares, junto con tropa militar o escolta policial, por ser contradictoria la participación en un cortejo religioso portando armas, o aún más exhibiéndolas, so pretexto de escolta o cualquier otra modalidad justificatoria de patrocinio, nombramientos militares o civiles a personajes religiosos, etc. Pues todo ello, parece estar fuera de lugar, además de evocar un “rancio nacional-catolicismo”.


            Y todo ello, abundando en el sentido del título del artículo al que nos referíamos en su inicio, o las procesiones son un fenómeno religioso (y tiene tal sentido), o no lo son, y por consiguiente no tienen sentido alguno.


            Dicho queda, aunque suponemos que nuestra modesta sugerencia no tendrá mayor alcance, sin embargo quedamos dejar humilde testimonio de la misma.

LAS PROCESIONES DE LORCA: RELIGIOSIDAD, PASIÓN Y APASIONAMIENTO


              El atardecer del jueves santo visitamos Lorca para percibir el ambiente de la peculiar religiosidad que los lorquinos aportan a las procesiones (o como bien las definen “desfiles bíblico pasionales”), en que la raíz básica del hecho diferencial de sus procesiones es que no se ajustan al canon tradicional de la contrarreforma, sino que presentan imágenes bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamento escenificando la historia sagrada en lo que realmente es un desfile, más que una procesión ceñida a una actitud de reverente penitencia sobre la pasión y muerte de Cristo.

                El otro hecho diferencial de las procesiones / desfiles bíblicos lorquinos radica en la tradicional rivalidad entre las dos grandes cofradías en continua competición (blancos y azules), cuyos extremos de competencia y rivalidad llevan a una confrontación irracional, por su alta emotividad, en la que a veces se roza el conflicto.

                Y es que ambas cofradías son como el anverso y el reverso, que laboral a lo largo de todo el año para “ganarse una supuesta e ideal competición” so pretexto de las procesiones de la Semana Santa. ¿Qué testimonio evangélico es ese?. ¿Dónde quedó el amor fraterno, o aún el amor al enemigo?, ¿Dónde la llamada a la unidad de los cristianos?, la referencia a “ver cómo se aman”. Acaso alguien podría decirme que esto es exagerado, pero es o no es evangélico. Y con estos temas no caben bromas ni tibiezas, como tampoco fanatismos de ningún tipo.
                Alguien, acaso la autoridad eclesiástica que para eso está, pues la Iglesia es Madre y Maestra, debería de reunirse con los responsables de las Cofradías de Lorca y reorientar la deriva casi carnavalesca que puede acabar cogiendo, alejándose de cualquier atisbo de procesión religiosa, de forma de meditación y oración sobre los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.