domingo, 26 de enero de 2014

MONS. FERNANDO SEBASTIAN Y SUS POLÉMICAS DECLARACIONES


         Mons. Fernando Sebastián, que fuera Obispo de Málaga y posteriormente de Pamplona, ha sido recientemente designado por el Papa Francisco para el capelo cardenalicio, culminando así a sus 84 años una larga y prolífica carrera eclesiástica.
         Pero estos días, como consecuencia de dicha propuesta de nombramiento para formar parte del senado apostólico de la Iglesia, ha acaparado la atención de los medios de comunicación por unas sinceras y estridentes declaraciones sobre la homosexualidad, que ha levantado la ira del colectivo gay y la polvareda pública de una prensa amarilla, sensacionalista, adoctrinadora de lo “políticamente correcto”, de lo light, so pretexto de una mal entendida tolerancia, que no tiene porqué llevar la renuncia al criterio disidente, aunque lo sea desde el respeto a la propia disidencia.
         Quizá su fallo fuera el hacer un planteamiento patológico de la homosexualidad, prácticamente descartado por la reciente doctrina científica, habiéndose centrado en el hecho lógico de no compartir ese estilo de vida, por no considerarlo consecuente con la moral cristiana, si bien desde el respeto del que lo considere y viva de otra forma.
         Pero resulta penoso ver cómo algunos de los “cenáculos televisivos” lapidan a Mons. Sebastián, presentándolo como un clérigo retrógrado, de tiempos del neandertal, cuando este prelado tiene un gran curriculum intelectual, con una reconocida trayectoria como teólogo y docente en la Universidad de Salamanca, de la que fue Decano de su Facultad de Teología y posteriormente Rector de la misma, amen de haber tenido una importante labor pastoral y de difusión en varias revistas religiosas en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. De ahí que el Papa Francisco le quiera reconocer esos méritos, y lo quiera cerca por su profunda experiencia intelectual, pastoral y eclesiástica.
         De manera que no se hace justicia a este hombre por el mero hecho de interpretar unas declaraciones –que aunque no fueran del todo afortunadas, por su referencia médica-, forma parte del pensamiento de la Iglesia, en el sentido de rechazar la homosexualidad –que no a los homosexuales- como práctica, como forma de vida, pero que –desde el mismo prisma evangélico- conllevan también el respeto humano de toda persona. Pues como dijo el Papa Francisco –con mejor enfoque, y más tino que Mons. Sebastián- él no es quién para juzgar a nadie (cuando le preguntaron sobre el tema), siguiendo así el consejo de Jesucristo al que seguimos, que no rechazaba a nadie, se reunía y comía con pecadores (inaudito en los religiosos de la época), o sea, los respetaba, los acogía, los quería… Aunque ello no supusiera aprobar su forma de vida apartada de la coherencia evangélica.
         Y realmente, creo que Mons. Sebastián comparte plenamente esa idea de Jesús a quien conoce bien, y sobre todo el respeto por esas personas que haciendo de la homosexualidad una opción sexual de su vida, una práctica habitual, aunque no comparta tal opción sexual, ni práctica de vida. Hecho, que no debería ni extrañar a nadie, ni de generar ningún tipo de escándalo público, pues forma parte de un estilo de vida que la Iglesia considera apartado del Evangelio de Cristo. Lo cual por sí mismo, no ha de suponer tampoco ningún tipo de atribución homófoba como pueda pretenderse desde el más simple razonamiento.

         Pero finalmente, convendría y sería deseable que los clérigos, religiosos y laicos en general, siguiéramos el ejemplo del Papa Francisco en sus manifestaciones sobre el particular, anticipando y enfatizando la Buena Noticia evangélica frente a cualquier juicio de comportamiento moral, para evitar transmitir la falsa idea de la negatividad moral del mensaje evangélico, ante el énfasis de la perspectiva positiva del anuncio evangélico en todo lo bueno y liberador que conlleva para la persona que tiene una experiencia de fe y lo asume como forma de conversión de su vida.

domingo, 19 de enero de 2014

¿TIENE ACTUALMENTE SENTIDO LA “LEGIÓN DE CRISTO?

           

           El caso de la Legión de Cristo, tras los escándalos del fundador de este Instituto Religioso, representa una inaudita situación en la Iglesia, según la cual, una congregación religiosa hay que desvincularla de su fundador. Y en esa difícil operación, habría que plantearse sinceramente si tiene sentido mantener tal congregación.
            Así es que en la actualidad los miembros de la Legión de Cristo que creara el sacerdote mejicano Maciel, del que se descubrió la realidad de una vida inconsecuente –no sólo con su estado religioso, sino con la pátina carismática de santidad y hombre de Dios-, que puso en una gravísima crisis a su propia congregación, en la que aún está sumida, y reflexionando sobre sus raíces, su presente y su futuro en la Iglesia.
            No pocas voces –incluso de dentro de la Iglesia- se han posicionado por la disolución de esta institución religiosa católica, dado que descubierto el fraude personal de su fundador, no parece lógico ni consecuente que este pudiera inspirar realmente ningún carisma religioso especial. Hecho, que por otra parte, está por descubrir, pues no parece que se explicitara ningún carisma propio distintivo y distinto de otros grupos religiosos ya existentes, y en términos mundanos, se podría concluir que no parece aportar ningún valor añadido al hecho religioso bajo la perspectiva de fe católica.
            Además, el grave daño moral que ha podido infligir Maciel a otras personas (desde sus posibles víctimas, a sus seguidores que confiaron en él y se han visto profundamente defraudados –lo que muestra que la fe sólo debe ponerse en Dios, nunca en los hombres-), quizá haga más que aconsejable hacer desaparecer su obra de la faz de la tierra, para evitar cualquier recuerdo que atormente a las víctimas o escandalice a personas de buena voluntad. Naturalmente, previa aplicación del perdón evangélico, y de la remisión del juicio de vida a Dios, que sin embargo, no impide remediar una obra humana.
            También hay que tener en consideración, que los seguidores de Maciel no son él propio Maciel, sino que igualmente han sido personas de buena voluntad que le han seguido creídos en su palabra y en su aparente obra pía. Considerando que estos se encuentran entre sus víctimas, por lo que la Iglesia –actuando como Madre, y con la sabiduría evangélica- deba aplicar la misericordia predicada y siguiendo el evangelio, no apague el “pábilo vacilante”, acoja a los conturbados seguidores, y los aquiete a la luz de la fe auténtica.
            Al tiempo, es muy conveniente que los Legionarios de Cristo reflexionen sobre sus orígenes carismáticos, sus problemas, su misión en la Iglesia, y atendiendo al Espíritu eclesial se dejen guiar por la decisión que el Papa adopte sobre ellos. Pues en la Iglesia, probablemente haga falta –más allá de carismas muy claros y significados con su particular aportación a la riqueza evangélica de vida y seguimiento de Jesús-, reunificar la grey, pues la misión es grande y la dispersión no ayuda a la misión eclesial, pues propicia cabildeos, personalismos e indeseables confusiones.
            Así quizá lo más aconsejable fuera la disolución de la Legión de Cristo y la libertad de incorporación de sus miembros ordenados a unirse a órdenes afines, o al clero secular de cada diócesis. Dado que la gravedad de los hechos así parece aconsejarlo, y remendar una orden distanciándose de su fundador no parece que sea muy razonable tampoco.

            Aparte que no olvidemos que la misión esencial es el servicio a Cristo en su Iglesia.

domingo, 5 de enero de 2014

A PROPÓSITO DE LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE LA FAMILIA EN MADRID


El día de la Sagrada Familia se ha conmemorado de nuevo por la Iglesia, teniendo su necesaria referencia en la Misa de la Familia celebrada en la Plaza de Colón de Madrid, presidida por el Cardenal Rouco, que desde hace unos años viene a ser la manifestación de parte de la Iglesia española en favor de la familia cristiana, según la tradicional concepción católica.
Habitualmente ha sido una celebración pública capitalizada por el Movimiento Neocatecumenal, con alguna participación de grupos tradicionales del catolicismo en España, si bien la participación de los neocatecumenales está presente de principio a fin de toda la ceremonia.
Así desde la primera larga alocución de Kiko Argüello, con la orquesta de música que se hace acompañar últimamente -desde las JMJ de Madrid-, pasando por la escenografía del envío de más de setenta familias a misionar por las naciones del mundo, lejos de sus hogares habituales, a dar posible testimonio cristiano en unos ámbitos geográficos y culturales distantes y distintos de sus lugares de procedencia, sin preparación pastoral y cultural previa, sino abandonados por entero a un providencialismo profundo, que no pocas veces genera sorpresas en los correspondientes destinos.
Esta cuestión, que como otras entre los neocatecumenales, adolece de la más  mínima racionalidad y se asume por los participantes con un entusiasmo propio de mejor ocasión, conlleva el abandono de sus trabajos, entorno socio-familiar actual, y la emigración con los hijos pequeños a cualquier destino del mundo, con el contraste cultural, muchas veces de desconocimiento de la propia lengua del país de destino, y con la incertidumbre de poder trabajar o no en el país de misión para poder mantener a la familia allí (pues aunque teóricamente, tiene que ayudar económicamente la comunidad de origen – la situación económica de sus miembros, no siempre permite tal dedicación- con el consiguiente problema de sustento de la familia en misión, niños incluidos), lo que reporta un sufrimiento que moralmente no parece justificable, especialmente cuando este puede repercutir en menores.
Todo ello, con un planteamiento puramente dogmático de la fe, junto con una exposición testimonial tópica y típica.
Y sobre todo un planteamiento de moral familiar y de la persona muy concreta y cerrada, de denuncia y trinchera, que contrasta con la apertura manifestada por el Papa Francisco y otros pastores de la Iglesia, más comprensivos con el sufrimiento y la debilidad humana que conlleva rupturas familiares, y formas familiares singulares, que no dejan de tener su problemática familiar y espiritual, ante las que la caridad urge dar respuesta y acogida, aunque no implique total aprobación, pero sí acompañamiento y testimonio, sencillo y sincero, fraterno y misericordioso desde la cercanía, la escucha y la asistencia, en vez del empleo de fórmulas dogmáticas que reprochan, rechazan, juzgan y condenan olvidando la caridad encomendada por el mismo Cristo, que no tuvo problema en sentar a su mesa a pecadores públicos, muchos de los cuales generaron su conversión de vida, sin que ello signifique aprobación, pero tampoco ha de dejar tan patente la reprobación pública de actitudes, pues como dice el Papa Francisco no se puede evangelizar a bastonazos.
No obstante, lo anterior, apreciamos una reducción de asistencia respecto de años anteriores, y quizá pudiera ser por la celebración diocesana de esta fiesta, que también hizo concurrir en lugares como en la Sagrada Familia de Barcelona a muchos fieles conmemorando esta festividad.

Todo ello naturalmente positivo, si se llega a una celebración normalizada en las diferentes diócesis, y sobre todo si se evitan las exhibiciones públicas que puedan horadar en simas sociales, que dividan y confronten a la ciudadanía, pues la tolerancia y el respeto ha de presidir todo acto consecuente de fe cristiana, como de ejercicio de la propia condición ciudadana.

¿ES MUNILLA UN CURA GRACIOSO?


La ocurrencia del cura vasco Esteban Munilla –casualmente hermano del Obispo de San Sebastián del mismo apellido- en la que aparece en un vídeo vestido con sotanas, boína y bastón simulando a gritos a un pastor cateto, parece haber ido demasiado lejos, amén de ser irrespetuosa con el Pontífice, refiriéndose al Papa con insolencia provocativa, respecto de una denuncia papal que señaló un pecado de cierta clerecía (la falta de atención pastoral a las ovejas), que el Papa Francisco con su proverbial sencillez describió como “pastores que no huelen a oveja”, en el sentido que ni se acercan al rebaño. ¡Que no desempeñan su misión!.
Como mínimo revela que a Munilla no le ha llamado el Señor por la vis cómica. Y acaso habría que preguntarle, ¿si le ha llamado para pastorear su Iglesia, para apaciguar el rebaño?. Lo cual implica interesarse por las personas que tiene a su cargo, acompañarlas humana y religiosamente en el camino vital de las alegrías y las penas, para contribuir a la instauración del Reino de Dios que Cristo predicó con tanta insistencia en su Evangelio. Reino de justicia, de paz y de fraternidad. ¡Algo de lo que el mundo tanto carece a día de hoy!. Y por lo que se ve, ¡también la Iglesia!, o al menos significativos sectores de la misma.
Probablemente haría bien Esteban Munilla de pedir perdón por tan surrealista ocurrencia, tan poco edificante, desde el punto de vista de la comunión eclesial –que tanto se predica desde sectores ortodoxos de la propia Iglesia-. Esos sectores, a los que el nombramiento del Papa Francisco no ha sentado bien, porque les incomoda, les altera su cómoda “siesta espiritual” de quietismo ritualista en mérito a tradiciones superadas, en vez de emprender el auténtico camino del evangelio de Jesús, al lado de los pobres y los que sufren, trabajando por el Reino de Dios en el mundo.
Esos sectores tradicionalistas que priorizan el dogma, la doctrina, antes que la vivencia de la gratuidad de la fe, que necesariamente ha de conllevar la experiencia de la misericordia de Dios. Esos mismos fueron los que se han ido escandalizando con algunas de las afirmaciones del Papa Francisco (como la de que los pastores han de oler a oveja, o la que los obispos han de dejar de ser “obispos de aeropuerto” y trabajar más en sus diócesis, o que la Curia vaticana es como una lepra, o incluso que él no ha sido nunca de derechas, etc, etc.).
Ante estas “perlas papales” el sector conservador de la Iglesia –que es considerable después de tres décadas de pontificados conservadores, que han atrincherado a la Iglesia, después de las modernas conclusiones del Concilio Vaticano II- emprendió un “ruido de sotanas” interno para hacerse notar, y reivindicar presencia, peso y privilegios.
¿Acaso Munilla está en esa dirección intraeclesial?.
A esta pregunta sólo podemos responder por la trayectoria biográfica del personaje, y esta nos lleva a verle posicionado en esa Iglesia tradicionalista, a la defensiva.  Su ejecutoria al frente de Radio María en España lo avala, pues esta es una emisora católica cuya programación está básicamente dedicada al rito, a la oración, y a la doctrina católica, desde perspectivas más piadosas, más tradicionalistas. De forma que se podría decir que es una radio religiosa para los católicos tradicionalistas (una radio conventual de puertas para adentro, más que una radio de evangelización o misional: de puertas para fuera).
El hermano de Esteban Munilla, casualmente ha sido designado Obispo en el “periodo pontifical de trinchera”, en el que se proveyeron las diócesis de gran parte de la Iglesia de curas tradicionalistas que accedieron al episcopado, precisamente por tal condición, en detrimento de otro sector eclesial postconciliar más progresista y abierto. De hecho, el Obispo Munilla ha protagonizado algunas desafortunadas polémicas, en su doctrinaria defensa de la vida, que le llevaron a una inadecuada comparación con las víctimas del terremoto de Haití. Amén de haber tenido serios desencuentros con el clero donostiarra que rige sin liderazgo moral claro. El mismo, que ha procurado para su hermano Esteban un cómodo destino en su diócesis vasca (como párroco y responsable de enseñanza, desde donde controlar los nombramientos de los profesores de religión).
Por consiguiente, juzguen Vds. mismos, cuál es el posicionamiento ideológico de los hermanos Munilla, y el equívoco sentido de la broma del “cura gracioso”, que hoy por hoy no sólo no ha conseguido hacer gracia, sino que se ha revelado tal cual es.

Así que lo propio sería que este “gracioso cura” fuera reconvenido por su episcopal hermano, y se retirara a la práctica de una recomendable penintencia que le haga entrar en obediencia, y sobre todo que le muestre el auténtico sentido de la vocación sacerdotal como pastor (en vez de funcionario eclesiástico).