domingo, 8 de julio de 2012

ARZOBISPO Y TEÓLOGO ALEMÁN NOMBRADO NUEVO GUARDIÁN DE LA FE



El arzobispo de de Regensburg (Alemania y prominente teólogo), Mons. Gerhard Ludwig Müller,  ha sido nombrado por el Papa Benedicto XVI, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antiguo Santo Oficio, que cuidaba de la ortodoxia de la fe católica, y cargo en el que el propio Papa actual precedió a Mons. Müller.
La noticia ha sorprendido en ciertos ambientes católicos, dado que Mons. Müller como experto teólogo y docente universitario en Alemania –al igual que lo fuera Mons. Ratzinger- se ha distinguido por insertarse en una corriente teológica liberal, que resulta consecuente con su personalidad abierta y dialogante, entre la que se cita la amistad que tiene con el P. Gustavo Gutiérrez uno de los postuladores de la Teología de la Liberación, con el que compartió en Perú un Simposium sobre la misma, y de la que afirmó comprender su planteamiento, y cuyas relaciones personales e intelectuales se han mantenido hasta el punto que a Müller se le nombró doctor honoris causa por parte de la Pontificia Universidad Católica de Perú.
Ello no obstante, como ocurriera con el profesor Ratzinger del que se afirma que en su labor docente, investigadora de producción teológica, mantuvo planteamientos más abiertos que los que desde el de Prefecto de Guardián de la Fe defendió. Ya que de alguna manera, distinguió la labor docente e investigadora de la teología con sus hipótesis de alcance, y su incorporación como auténticas tesis a la praxis eclesial que habrían de tamizarse por la tradición del Magisterio eclesial.
En todo caso, bienvenido sea un pastor de la intelectualidad probada y profundos conocimientos teológicos de Mons. Müller, que con su talante dialogante, completará la figura necesaria que en tan difícil oficio requiere la Iglesia actual, pues al celo por la custodia del depósito de fe revelada, se ha de añadir la caritativa y cercana actitud a la humanidad creyente en ambientes cada vez más secularizados y descreídos, los problemas de una humanidad de contrastes entre el desarrollo del primer mundo y el subdesarrollo del tercer mundo, las injusticias y estructuras de pecado definidas por varios Pontífices, etc.; ante lo que la Iglesia no puede cerrarse en un pietismo quietista –por ella misma condenado con anterioridad-, ni tampoco en un pelagianismo activista que olvide la Trascendencia y el don divino.
Al propio tiempo, dada su amistad y relación personal con el Sumo Pontífice, seguro que resultará un decisivo apoyo a su difícil labor de gobierno de la Iglesia Universal, esperando sea también un primer y decidido paso para aquietar los cabildeos de la Curia Vaticana, últimamente revuelta.
Y sobre todo, no podemos eludir su altura teológica, como digno sucesor de una corriente de pensamiento teológico liberal que tuvo como dignos antecesores a importantes teólogos del S. XX como Hans Urs Von Baltashar, Jean Danielou, y Henri de Lubac, con importante repercusión de sus trabajos y escritos en el Concilio Vaticano II.