El Papa Francisco, en una multitudinaria
ceremonia celebrada en Roma con la asistencia del Papa emérito Benedicto, ha
proclamado formalmente santos a sus antecesores los Papas Juan XXIII y Juan
Pablo II.
Así ha venido a cerrar una aspiración de los
seguidores de uno y otro Papa, que pedían su respectiva canonización, siendo
súbita en el caso de Juan Pablo II, pero que en definitiva viene a engarzar con
el sentimiento de gran parte de la feligresía católica de que ambos pontífices
son santos, han vivido su existencia como hombres de profunda y manifiesta fe,
enfrentándose a multitud de dificultades para ello, pero supieron confiar en
Dios y vivir según el Evangelio, en situaciones harto difíciles para ello.
Ambos Pontífices accedieron a la cátedra de
Pedro y prestaron un gran servicio a la Iglesia, Juan XXIII desde la sentida y
profunda convicción de la celebración de un Concilio que posibilitara una
profunda revisión y debate de la fe de la Iglesia y de su modo de vida más
acorde con los nuevos tiempos del mundo; y Juan Pablo II supo armonizar ese
sentimiento de renovación con el necesario equilibrio de conservación de lo
esencial, así como una nueva forma de comunicación del Pontífice con el mundo,
que lo aproximó a la gente, acercando el mensaje de la Iglesia al mundo, que lo
recorrió incansablemente en una misión permanente en la que convirtió gran
parte de su pontificado.
Ambos vivieron la iniquidad de la guerra, de
la violencia y la persecución, Roncalli como nuncio apostólico en Bulgaria,
Turquía e incluso en París, en donde tuvo ocasión de prestar un encomiable
servicio a la paz, facilitando visados a judíos perseguidos, e integrándose en
unas sociedades abiertas al espíritu cristiano, facilitando el acercamiento a
las realidades mundanas, contribuyendo a esa idea, cuando fue Papa con su
famosa Encíclica Pacem in Terris; por su parte Wojtyla –que vivió la invasión
nazi de Polonia, y la posterior ocupación comunista- también fue un valiente
defensor de los derechos y libertades humanas, en una situación política
adversa por regímenes opresivos, con los que supo lidiar la batalla diaria
hasta el desmembramiento y caída de ambos regímenes totalitarios, elaborando
diversas encíclicas enfatizando el aspecto liberador de la fe de Cristo
(Redemptor hominis, Dives in misericordia, Dominum et vivificatem).
Ambos tuvieron sensibilidad por la cuestión
social, mostrado en su acción pastoral y su magisterio, pues a la conocida
preferencia por los pobres de Juan XXIII y su experiencia pastoral como
sacerdote y obispo, hay que reconocer en Juan Pablo II su apoyo al movimiento
obrero Solidaridad de Polonia, y sus encíclicas Laborem exercens, Sollicitudo
Rei Socialis, y Centesimus Annus –a los cien años de la Rerum Novarum de León
XIII-.
Ambos fueron pontífices de especial atención
mariana, como lo puso también de manifiesto la encíclica Redemptoris Mater de
Juan Pablo II. Y en definitiva ambos fueron profundos hombres de Iglesia,
aunque con un estilo diferente, pero con gran concordancia de fondo, que
también laboraron por el ecumenismo, dando significativos pasos en un terreno
tan complicado como vidrioso, para no herir sensibilidades y servir a la
Verdad.
Por consiguiente, más allá de las diferencias
–que habiéndolas entre ambos Pontífices, no representan una ruptura, una
discontinuidad, como se ha pretendido presentar por algunos sectores de
opinión, sino una complementariedad desde una diferencia no tan grande-,
comprobamos en realidad que hay mucha más concordancia entre ambos
pontificados, como no puede ser de otra manera en sendos sucesores de Pedro.
De forma que con este acierto del Papa
Francisco, reconociendo la excepcionalidad de las personas de Angelo Roncalli y
de Karol Wojtyla y de sus respectivos
pontificados, en la línea eclesial de la santidad, según el sentir común de la
feligresía, los haya elevado a los altares como iconos de seguimiento a
Jesucristo, referentes de la justicia, la sabiduría prudente y la misericordia
que delimitan el camino de seguimiento de Cristo para el encuentro con el
Padre. Al tiempo que ha acallado las posibles banderías de seguidores de uno u
otro, en lo que han pretendido mostrar, diferente modo de entender y seguir a
Cristo, cuando realmente es el mismo, con la peculiar sensibilidad personal de
cada uno, como sucede con toda persona.