El Papa
Francisco ha concluido un importantísimo y delicadísimo viaje a Tierra Santa,
avanzando en el camino de sus próximos predecesores en la cátedra de Pedro,
tratando de buscar el encuentro fraterno entre el cristianismo, el judaísmo y
el Islam (religiones del libro, monoteístas, con raíces compartidas), que
vienen de una confrontación secular y a veces hasta violenta, en pura
contradicción con los buenos deseos que afirman.
Esta posición
de la Iglesia empezó a cambiar tras el Concilio Vaticano II, en que se empezó a
orientar la teología hacia un ecumenismo y hacia el diálogo interreligioso.
Pues realmente era contradictoria tanta división entre los creyentes
monoteístas, y entre los mismos cristianos, que había dado lugar históricamente
a odios, persecuciones y todo tipo de violencia, incluidas guerras, que
resultaba patente el error histórico, además de un escándalo para el mundo.
Un
acercamiento, que se hace extremadamente necesario y urgente en Tierra Santa,
donde las posiciones de confrontación son más palpables, especialmente por el
crónico problema judío-palestino, al que históricamente habría que añadir las
acciones bélicas de unas cruzadas que ganó el Islam y que también llevó a un
distanciamiento entre la civilización islámica respecto de la cristiana, que se
unió al tradicional desencuentro cristiano-judío. Y siendo Tierra Santa,
denominada el “quinto Evangelio” por ser el lugar en que las “piedras hablan”
de la presencia de Cristo, donde además la convivencia judía-cristiana-islámica
es escasa, dándose una simple cohabitación inestable con alta potencialidad de
violencia que de vez en cuando se desencadena; la visita del Papa era muy
necesaria, para denunciar esta situación, como lo ha hecho, reprobar la
violencia, e invitar al encuentro fraterno entre todos (en la consideración de
ser “hijos de Dios”, del mismo Dios experimentado y concebido de diversa
manera, según la diversa sensibilidad, e historia de cada comunidad creyente
–judía, cristiana, e islámica-).
Esas visitas
del Papa a la mezquita de Al Acqsa, al muro de las lamentaciones, la imagen del
abrazo fraterno (entre el Papa, el rabino judío y el representante musulmán),
es todo un ejemplo a imitar de convivencia por el encuentro respetuoso de todos
ante todos. Aunque no faltarán los extremistas, que en su ceguera de
“ideologismo religioso” (pues cuando la fe pierde la caridad se convierte en
mera ideología), de porte fundamentalista, reprobarán esos testimonios. Pero
esa ceguera que sigue enfatizando el odio, la diferencia, en definitiva la
superioridad (como hicieron los saduceos y fariseos judíos de su tiempo con
Cristo), les impide ver la luz del camino fraterno del encuentro con Dios. Lo
que no significa renuncia a las propias creencias, ni transacciones
artificiales, sino el reconocimiento que las semillas del Verbo están en los
hombres justos de buena voluntad, que trabajen por la paz, la justicia y la
fraternidad. Recordemos aquello que dijo Jesús de que el que no está contra nosotros,
está con nosotros. Pues todos, de esa manera, todos en mayor o menor medida,
con más o menos acierto, laboramos por el anhelado Reino de Dios, que se nos
dijo que empezaba aquí en la tierra (reino de paz, de libertad, de justicia, de
amor).
En el ámbito
propiamente ecuménico de diálogo y encuentro entre cristianos, tuvo particular
importancia el encuentro con los ortodoxos, representados por el Patriarca
Bartolomé, que mostró una delicadeza, hospitalidad y gran disposición al
encuentro, que abre puertas a seguir caminando e esa vía. De igual forma, que
en Roma empieza ahora un encuentro ecuménico con Iglesias protestantes, a
idéntico fin.
Pero en el
terreno civil, el Papa tuvo la valentía de denunciar el muro en Belén, de pedir
por el derecho del pueblo palestino (tanto en Jordania, como en el encuentro
con el líder de la autoridad palestina, y después ante las máximas autoridades
israelíes en Tel Aviv), como también pidió perdón y rezó en el museo del
holocausto de Jerusalén, y rezó ante la tumba del líder del sinismo, pidiendo
paz, y hablando de paz no en términos de transacciones comerciales (tierra por
paz, que era el planteamiento judío ante los palestinos), sino en términos de
justicia, para lo cual exhortó al diálogo sincero y profundo entre las partes,
y en un gesto valiente que le honra y que le hace ganar autoridad moral en el
plano internacional, el Papa Francisco ha ofrecido “su casa en el Vaticano”
para un encuentro de oración por la paz entre judíos y palestinos, que ha sido
aceptado por ambas partes. Poniendo así, el broche de éxito al viaje de
Francisco a Tierra Santa, donde ha mostrado su habitual cercanía a las gentes,
rechazando coches blindados –pese a arriesgar su seguridad- y cerrados,
promoviendo en todo momento el contacto con la gente, como ese espontáneo
detenimiento y oración ante el muro en su entrada a Belén –todo un signo de
denuncia de la injusticia-; sin que por el contrario se inclinara por ninguna
de las partes en conflicto, sino reconociendo a cada uno su justa reivindicación,
y denunciando lo impropio de la situación generada tras años de desencuentro y
violencia.
Y finalmente,
ha dado un espaldarazo a la menguante comunidad cristiana que subsiste, con
grandes dificultades, en la tierra de Jesús, animándoles a continuar en su
importante función testimonial, ante la Iglesia y el mundo.