Aún algunos cristianos españoles, o por mejor
decir, católicos, se plantean la conveniencia o necesidad de crear un partido
político cristiano, que se defina e identifique como tal, con la pretensión de
congregar el voto de la supuesta mayoría cristiana del país para influir, de
esa manera, en la vida política y que la producción legislativa sea conforme a
los cánones evangélicos.
Pero esta pretensión, que va gestando el
clima previo al anual Congreso de católicos y vida pública, que organiza una
institución laical del ámbito eclesial con proyección docente de élites, no
parece que sea muy consistente, ni siquiera se podría decir que viniera a
contar con el apoyo de la propia jerarquía eclesial, especialmente después de la
deriva pastoral que está imprimiendo a la Iglesia el Papa Francisco.
Incluso se podría sospechar que estos
“hermanos en la fe”, incluso están en otras coordenadas eclesiales, más propias
de otro tiempo, y no del todo concordantes con el propio espíritu evangélico,
que fue lo que determinó a prominentes eclesiásticos como al Cardenal Tarancón
–clave en la transición democrática española- a dejar a la Iglesia al margen de
la actividad política, en concreto del juego político de partidos y poder, dada
la poco ejemplarizante experiencia italiana de la Democracia Cristiana, que dio
un importante aporte a la convivencia socio-política de la Italia de la
posguerra mundial, evitando el decidido avance comunista, y posibilitando la
convivencia en una sociedad dividida ideológicamente como la italiana de aquel
tiempo, pero que acabó como “el rosario de la aurora” con traiciones políticas,
conspiraciones de poder, etc., que afectaron a destacados dirigentes políticos
italianos –incluidos los democristianos en la década de los setenta y ochenta-,
fracasando finalmente el proyecto
político emprendido años atrás con la mejor intención.
Por ello, Tarancón y no pocos eclesiásticos
han preferido que la Iglesia se dedique al seguimiento de Jesús, y en
consecuencia a la preparación y predicación del Reino de Dios, buscando la
justicia, la igualdad y la paz entre los hombres, para lo que supone una misión
superior y distinta a la meramente política, aunque no está enfrentada con
ella, sino que por el contrario, ha de recordar y exigir proféticamente el
cumplimiento de los derechos humanos, de la justicia e igualdad entre los
hombres.
Sin embargo, el ámbito de la política tiene
la pretensión de alcanzar poder o influir en el, algo que Jesús no buscó, pues
el poder suele ser foco de endiosamiento, de soberbia, e incluso de opresión,
lo cual está en las antípodas del mensaje evangélico de Jesús, que ya dijo que
el que quisiera ser el primero se hiciera el último, y que lo relevante para
Dios no es el ejercicio del poder, sino el servicio a los demás.
Por consiguiente, ese proyecto de partido
cristiano , por bienintencionada que sea la pretensión, no sólo ha fracasado
históricamente cuando se ha puesto en marcha, sino que ha demostrado sus
efectos perniciosos por la confusión entre el poder y la Iglesia, llegando a
ser en no pocos casos una trampa que hace caer en contradicción e incoherencia
a sus propios mentores, que acaban rindiéndose a los ídolos de este mundo
(dinero y poder) y olvidan el servicio a Dios y a los hombres, especialmente a
los más necesitados (pobres y marginados de este mundo).
Pero además, desde el punto de vista de la
fe, cabría preguntarse, desde la creencia que el Espíritu de Dios sopla cuando
quiere y donde quiere libremente fomentando carismas distintos, y por ello se
dan formas de vivir y entender la fe de forma plural, de manera que hemos de
convenir que la fe cristiana no es uniforme, sino diversa en su forma de
vivirse, hemos de reconocer la diversidad de grupos cristianos (entre ellos el
catolicismo, al que probablemente se referirán los que defienden la iniciativa
comentada). Y entre los católicos hay diversas sensibilidades de vida, no hay
uniformidad, pues el espíritu es libre e inspira a los cristianos de diversas
maneras y en diverso tipo de sensibilidad, siempre con el común denominador del
seguimiento de Cristo y de los valores evangélicos, en los que no creemos que
aparezca el agrupar elites sociales para el logro del poder y la influencia
política, sino el logro de la conversión individual de las personas en el
seguimiento de Jesús.
Por tanto, no compartimos la idea de formar
un partido político, y respetamos a quienes desde la política quieran servir a
la sociedad en términos de justicia e igualdad, pero nada organizado en
banderías e insignias que tan malos resultados históricos ya han propiciado,
por no haberse ajustado al Espíritu de Cristo. ¡Es evidente…!. Por
consiguiente, creemos que está demás pues puede inducir a confusión,
manipulación, y escándalo. Además que así nadie se puede arrogar la
autenticidad cristiana sino es en su obrar personal de servicio, humildad y
entrega a Dios y a los hombres, algo que en la vida política, desde el poder
resulta bastante difícil por su aparente antagonismo.
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