domingo, 15 de septiembre de 2013

¿UN PARTIDO CRISTIANO EN ESPAÑA?


Aún algunos cristianos españoles, o por mejor decir, católicos, se plantean la conveniencia o necesidad de crear un partido político cristiano, que se defina e identifique como tal, con la pretensión de congregar el voto de la supuesta mayoría cristiana del país para influir, de esa manera, en la vida política y que la producción legislativa sea conforme a los cánones evangélicos.
Pero esta pretensión, que va gestando el clima previo al anual Congreso de católicos y vida pública, que organiza una institución laical del ámbito eclesial con proyección docente de élites, no parece que sea muy consistente, ni siquiera se podría decir que viniera a contar con el apoyo de la propia jerarquía eclesial, especialmente después de la deriva pastoral que está imprimiendo a la Iglesia el Papa Francisco.
Incluso se podría sospechar que estos “hermanos en la fe”, incluso están en otras coordenadas eclesiales, más propias de otro tiempo, y no del todo concordantes con el propio espíritu evangélico, que fue lo que determinó a prominentes eclesiásticos como al Cardenal Tarancón –clave en la transición democrática española- a dejar a la Iglesia al margen de la actividad política, en concreto del juego político de partidos y poder, dada la poco ejemplarizante experiencia italiana de la Democracia Cristiana, que dio un importante aporte a la convivencia socio-política de la Italia de la posguerra mundial, evitando el decidido avance comunista, y posibilitando la convivencia en una sociedad dividida ideológicamente como la italiana de aquel tiempo, pero que acabó como “el rosario de la aurora” con traiciones políticas, conspiraciones de poder, etc., que afectaron a destacados dirigentes políticos italianos –incluidos los democristianos en la década de los setenta y ochenta-, fracasando finalmente el  proyecto político emprendido años atrás con la mejor intención.
Por ello, Tarancón y no pocos eclesiásticos han preferido que la Iglesia se dedique al seguimiento de Jesús, y en consecuencia a la preparación y predicación del Reino de Dios, buscando la justicia, la igualdad y la paz entre los hombres, para lo que supone una misión superior y distinta a la meramente política, aunque no está enfrentada con ella, sino que por el contrario, ha de recordar y exigir proféticamente el cumplimiento de los derechos humanos, de la justicia e igualdad entre los hombres.
Sin embargo, el ámbito de la política tiene la pretensión de alcanzar poder o influir en el, algo que Jesús no buscó, pues el poder suele ser foco de endiosamiento, de soberbia, e incluso de opresión, lo cual está en las antípodas del mensaje evangélico de Jesús, que ya dijo que el que quisiera ser el primero se hiciera el último, y que lo relevante para Dios no es el ejercicio del poder, sino el servicio a los demás.
Por consiguiente, ese proyecto de partido cristiano , por bienintencionada que sea la pretensión, no sólo ha fracasado históricamente cuando se ha puesto en marcha, sino que ha demostrado sus efectos perniciosos por la confusión entre el poder y la Iglesia, llegando a ser en no pocos casos una trampa que hace caer en contradicción e incoherencia a sus propios mentores, que acaban rindiéndose a los ídolos de este mundo (dinero y poder) y olvidan el servicio a Dios y a los hombres, especialmente a los más necesitados (pobres y marginados de este mundo).
Pero además, desde el punto de vista de la fe, cabría preguntarse, desde la creencia que el Espíritu de Dios sopla cuando quiere y donde quiere libremente fomentando carismas distintos, y por ello se dan formas de vivir y entender la fe de forma plural, de manera que hemos de convenir que la fe cristiana no es uniforme, sino diversa en su forma de vivirse, hemos de reconocer la diversidad de grupos cristianos (entre ellos el catolicismo, al que probablemente se referirán los que defienden la iniciativa comentada). Y entre los católicos hay diversas sensibilidades de vida, no hay uniformidad, pues el espíritu es libre e inspira a los cristianos de diversas maneras y en diverso tipo de sensibilidad, siempre con el común denominador del seguimiento de Cristo y de los valores evangélicos, en los que no creemos que aparezca el agrupar elites sociales para el logro del poder y la influencia política, sino el logro de la conversión individual de las personas en el seguimiento de Jesús.

Por tanto, no compartimos la idea de formar un partido político, y respetamos a quienes desde la política quieran servir a la sociedad en términos de justicia e igualdad, pero nada organizado en banderías e insignias que tan malos resultados históricos ya han propiciado, por no haberse ajustado al Espíritu de Cristo. ¡Es evidente…!. Por consiguiente, creemos que está demás pues puede inducir a confusión, manipulación, y escándalo. Además que así nadie se puede arrogar la autenticidad cristiana sino es en su obrar personal de servicio, humildad y entrega a Dios y a los hombres, algo que en la vida política, desde el poder resulta bastante difícil por su aparente antagonismo.

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