lunes, 16 de diciembre de 2013

SECTORES CATALANISTAS DE LA IGLESIA POLEMIZAN CON LA CEE


La efervescencia catalanista que viven algunos sectores catalanes está haciendo estragos en lo que supone de pérdida del sentido de la objetividad, y de las propias cosas, pues en el seno de la misma Iglesia Católica (que por definición ha de ser universal) sectores catalanistas han reaccionado airadamente contra las declaraciones del portavoz de la Conferencia Episcopal Española que calificaba de inmoral el planteamiento del referéndum secesionista catalán.
Así estos secesionistas católicos, enajenados de chauvinismo patriotero, a los que la vista no les alcanza más allá de su propio campanario, llegan a discutir y rivalizar con el poder jerárquico de la Iglesia en España (CEE), con la que pretenden incluso que rompan relaciones los obispos catalanes, perdiendo así la necesaria y conveniente comunión eclesial, que prescribió el mismo Cristo (“ser uno, como el Padre y yo somos Uno”), y como advirtió el mismo apóstol Pablo, en la famosa alusión a que no nos mostremos separados sino unidos en el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, en la que caben muchos carismas, a modo de formas de servir, pero una comunión en Cristo.
            Por otra parte, la CEE también habría de meditar bien sus afirmaciones en el sentido del respeto a todas las formas de cultura, y posibilidad de autogobierno justo de los pueblos y regiones españolas. Si bien, lo importante para el cristiano es el compromiso de servicio público para hacer presente el Reino de Dios en el mundo, y por ende un mundo más justo, más veraz, más solidario, más pacífico y fraternal.
            Algo a lo que poco contribuyen los enfrentamientos étnicos de los superados nacionalismos que son una abierta contradicción en este mundo cada vez más globalizado, con una proliferación de alianzas económicas y políticas, a modo de Federaciones y/o Confederaciones de Estados como es el caso de la UE, y demás Instituciones Internacionales de Gobierno y Cooperación del mundo para la mejora de la convivencia humana.
            En consecuencia, más allá de apasionamientos mundanos sobre consideraciones nacionalistas de porte político-etnográfico, en la que la Iglesia Católica se ha visto envuelta en no pocas ocasiones, hoy día la reflexión del cristiano ha de ser la de ver la creciente secularización de la vida, y su obligación misionera en el mundo, la reflexión de la presente crisis económica con el sufrimiento que conlleva, la pérdida de valores morales de convivencia, de solidaridad, el avance del individualismo, consumismo y hedonismo –como realidades contrarias a los valores evangélicos-, y sobre todo la renovación que la Iglesia actual necesita –según el Papa Francisco- para mayor coherencia.

            Y desde luego, lejos de todo planteamiento evangélico y eclesial sería caer en la trampa de luchas fratricidas entre hermanos en la fe, por el mero hecho de la defensa de una determinada manera de organizar la vida pública en nuestro entorno, elevando a categoría de absoluto moral lo que sólo es relativo, desde el punto de vista de una fe madura y coherente. Al punto de llegar al disparate de absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto, en un craso error que puede llevar indeseables consecuencias para la fe y el seguimiento de Cristo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

EL PERNICIOSO PAGANISMO DE HALLOWEEN


Un año más ha aflorado la extendida celebración de la fiesta de Haloween en nuestras comunidades, que se va introduciendo como un ingenuo e inocuo divertimento entre nuestros pequeños y jóvenes, sin que realmente se conozca el auténtico sentido pagano, y hasta diabólico que dicha festividad tiene en su contexto original.
Se importó a los EEUU por inmigrantes de origen irlandés, como una festividad pagana de la cultura celta, que hacía referencia a la muerte, al esoterismo, la brujería y el mundo de las tinieblas, que se instauró en la víspera de la fiesta cristiana de todos los santos como antagonismo a la visión cristiana de la muerte, la santidad, la esperanza de la resurrección y la vida eterna.
Por consiguiente, para un cristiano es algo contrario a su fe, de una cultura ajena a la suya, y de una significación muy distinta al fenómeno humano de la muerte, que mientras al cristiano –que espera en Cristo- espera en El la resurrección y la vida eterna, una nueva vida en que se hará plenitud el Reino de Dios (de justicia, de paz, fraternidad y bien); el pagano que trata de negar la fe cristiana, aprovecha la festividad de Haloween para exaltar el mundo de las tinieblas, de la muerte, e incluso del mal, con una estética ad hoc que refleja el regodeo en lo tenebroso, lo abyecto.
Incluso, por los “hijos de las tinieblas” se ha hecho reserva de esta fecha, para promover esa cultura de la muerte, de la desesperanza y del mal, frente a la cultura cristiana de la vida, de la esperanza de la resurrección y el bien. Y así, se concitan todos los 31 de octubre para la reedición de ritos esotéricos, mágicos y diabólicos, de invocación a la muerte y al mal. Pues tal es la significación real, que tiene esta estética y celebración de Haloween en la actualidad por parte de grupos marginales esotéricos y diabólicos, en lo que representa una escenografía diabólica, conforme a una actitud de vida violenta y malvada, que cualquier persona de bien, sea cristiana o no, debería rechazar, y sobre todo rehuir.
Pero sin embargo, como si de cualquier carnaval se tratara, se ha ido introduciendo esta cultura lejana en nuestras sociedades, entre nuestros vecinos y amigos, que inocentemente se prestan –por imitación, a petición de los pequeños o jóvenes- a colaborar en la celebración de esta festividad estéticamente repulsiva, que lejos de ser una mera diversión ocasional de tipo carnavalesco, representa una significación contraria a nuestra cultura, a nuestros valores sociales e incluso a nuestra fe (cristiana, islámica, judía, etc.), o sea a cualquier fe que crea en un Dios providente, misericordioso, Sumo Bien, que propugne valores fraternales de solidaridad y convivencia.

Por consiguiente, si nuestra sociedad, reflexionara mínimamente –más allá del consumismo imitativo de todo lo importado- sobre el alcance y significación real de Haloween, probablemente se extinguiría tan nefasta fiesta, aunque hubiera que cambiarla por otra de cualquier otra índole, de entre las muchas existentes.

sábado, 26 de octubre de 2013

LA CONCIENCIA CRISTIANA CLAMA EN LA CALLE POR LAS INJUSTICIAS SOCIALES


Afortunadamente un sector de cristianos (compuesto por un centenar de sacerdotes, religiosos y laicos) ha clamado por la injusticia social que se está viviendo en España, que combina –en medio de una propaganda política falaz- el paro de casi un tercio de la población activa, la ruina económica de muchas PYMES con la ganancia de los especuladores y el incremento de la riqueza de los que más tienen, y todo ello con recortes sociales al tiempo que con préstamos públicos a la banca, que no tiene el menor escrúpulo en desahuciar a familias enteras que no pueden pagar las hipotecas por falta de trabajo.
Sin embargo, esa testimonial y meritoria manifestación ante el máximo templo de la Región (la Catedral) y del excelso Palacio Episcopal, sigue manteniendo en el más profundo autismo de un silencio cobarde –cuando no cómplice- a la mayoría de la jerarquía eclesial, y al conjunto de la Iglesia española, en bochornoso contraste con los testimonios públicos y valientes del Papa Francisco.
Y es que tal combinación de acontecimientos sociales habrían de cuestionar la más dura, dormida o aletargada conciencia individual, para salir del aburguesamiento individualista en que nos ha instalado la presente cultura utilitarista, individualista y consumista, que nos va a llevar “del engorde al colapso vital” con que pondremos término a nuestra anodina existencia de manipulados consumistas en una suerte de “masa dañada” o esquilmada por los halcones sociales de nuestro mundo contemporáneo.
Tal hecho, habría de habernos cuestionado a los creyentes, a la luz del Evangelio de Jesús de Nazaret, para habernos interesado por el prójimo más allá de la institucionalizada red de caridad o beneficencia social, que están desbordadas ante el dramatismo de la crisis actual. Pues a grandes males, grandes remedios. Y tal cosa, habría de pasar, primero por la denuncia de la injusticia –como foco de pecado y de mal-, para seguidamente alentar a presentar soluciones.
Sin embargo, la oficialidad eclesiástica sigue de perfil estos duros acontecimientos sociales, ignorando hasta todo el cuerpo de doctrina social (magisterio eclesial, nada especulativo) que tiene mucho que decir sobre los acontecimientos sociales que vivimos, y que alumbraría causas y aportaría soluciones. Pero parece que el planteamiento de nuestra Iglesia hispana no pasa de la moral individual, ya que no aborda la cuestión social con realismo y valentía, en unos silencios que le hacen digna del público reproche.
El Papa Francisco nos está señalando de forma clara y profética las prioridades de nuestra fe, la está redimensionando de forma conveniente según el Concilio Vaticano II, tratando de promover la recepción conciliar que se vio interrumpida en el pontificado de Juan Pablo II, y aún parece que dudemos de sus consejos y percepciones, cuando el clamor del sufrimiento del prójimo está presente y cada vez más extendido en nuestra realidad cotidiana, cerrando los ojos a esa dolorosa realidad, metiéndonos en “nuestra burbuja existencial” que egoístamente pide su prolongación en un más allá que ni siquiera merecemos, por no haber sabido ni querido, dignificar el “más acá”, y haber dado la espalda al “hermano sufriente”. ¡Cristo, desde luego, no lo hizo!.

Por tanto, dejémonos de ñoñerías y de ambigüedades, y tratemos de contestar en conciencia a la auténtica pregunta que nos habría de interpelar siempre a los cristianos (los de Misa y los de pocas Misas): ¿seguimos de verdad a Cristo?. ¡Que cada uno se responda con autenticidad!.

martes, 15 de octubre de 2013

MASIVA BEATIFICACIÓN, BAJO LA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL


La Iglesia española ha celebrado un masivo acto de beatificación de 522 víctimas de la guerra civil, todos ellos muertos por su supuesta defensa de la fe, en un conflicto fratricida que aún divide a la sociedad española, y también a sectores de la Iglesia.
Al abordar este espinoso tema, hemos de empezar reconociendo que toda guerra dura 100 años, que es cuando las generaciones que la han sufrido, junto a las que las han percibido por testimonios de familiares y antecesores suyos, concluyen por la desaparición de los mismos. Y a fe, que esto es cierto, pues los estragos de la guerra civil española se siguen viviendo y fracturan dramáticamente a la sociedad española aún a día de hoy –después de setenta años de su conclusión-.
Por consiguiente, ese desgarro social e inhumano que padeció la sociedad española, aún se conduele en las posteriores generaciones, que han conocido los daños sufridos por sus antepasados, por el relato de estos, y vivencias familiares comentadas en tal contexto. En tales términos, la emotividad aún a flor de piel impide un mínimo de racionalidad y análisis objetivo, o cuanto menos equilibrado.
Sin embargo, la Iglesia tiene el deber moral de luchar por la paz en el mundo, procurando que los cristianos seamos embajadores de paz, no de discordia. Y eso, se nos ha enseñado, que por encima de cualquier valor de justicia (de hecho, EL JUSTO murió en la cruz, fruto de la injusticia, a la que no contestó con violencia, sino con amor y perdón, encomendando a sus verdugos al PADRE), pues es la única manera de mostrar el perdón por amor fraterno, ante el que no valen cuentas pendientes.
 Por otra parte, es cierto que las 522 personas que murieron fueron víctimas del asesinato de hordas violentas, incultas la mayoría de los casos, que habían sido inoculadas de una ideología cainita –que propugnaba el exterminio del disidente-, que mostró en muchos lugares y momentos su esencia criminal e incívica, como fue el comunismo totalitario que se practicó en la URSS, China, Camboya, Vietnam, Corea, y cuya avanzadilla político-ideológica fue la España de los años treinta –que tenía su revolución social pendiente- y fue en el contexto de la guerra civil donde se puso en marcha esa revolución en clave anarco-comunista, que dirigió su acción exterminadora contra todo lo diferente, pues tal fue la tesis del reputado historiador Stanley G. Payne, en su conocido libro “El colapso de la República”, que de alguna manera ha sido corroborada por otros prestigiosos historiadores, como Paul Preston, o Javier Tussell. Por consiguiente, no parece justo que nadie se moleste por ceremoniar a las víctimas de aquel genocidio ideológico, de aquellas actitudes criminales al por mayor.
Ahora bien, no es menos cierto que la Iglesia –cuya jerarquía y parte del clero, en España, había sido utilizada por el statu quo socio-económico y político para legitimarse- colaborara en su labor de aquietamiento de un proletariado sin futuro, olvidando todo el corpus de moral social que la propia Iglesia predicaba a favor de los pobres, según el Evangelio de Jesús. Que pudo generar no pocas incomprensiones, y hasta odios sociales. Pues si la Iglesia de entonces, hubiera dado un testimonio más acorde con el amor fraterno que sustenta el Evangelio de Cristo, posiblemente hubiera sido mejor comprendida por el pueblo, y no hubiera sido foco de los ataques criminales de que fue objeto. Como así ha ocurrido en conflictos socio-políticos del subcontinente americano.
            Dicho lo cual, ¿qué problema hay en que la Iglesia beatifique a sus mártires?. Desde el punto de vista moral y legal tiene todo el derecho del mundo a hacerlo, pues las víctimas no murieron de pulmonía. Y nadie debería de sentirse agredido por ello.
            Ahora bien, es cierto que resulta socialmente incómodo, pues supone remover los viejos “demonios hispanos”, que nos dividen, que remueven heridas aún no cicatrizadas, pese al paso del tiempo, que muestra la división social española. Y en eso, la Iglesia, mensajera de paz y evangelizadora, que no necesita este tipo de ceremonias para sí, y que probablemente no fueran tan necesarias en la conmemoración del año de la fe, por pura misericordia a los agresores (que también fueron agredidos cuando perdieron la guerra, y probablemente ya llevan su penitencia vital, acaso sin saberlo), podría haber juzgado inoportuno tal acto, que aún setenta años después daña sensibilidades y divide. Y dado, que como dice la Biblia, “mil años son para Dios como un día, y un día como mil años”, postergar el acto en el tiempo cuando fuera realmente edificante para todos.
            Finalmente, no estaría demás que la propia Iglesia profundizara en el sentido de la santidad y sus procesos de canonización, sobre la base que el juicio es de Dios (no de los hombres), ya que ningún hombre sabe lo que otro lleva en su interior, ni el contenido del juicio ante el Altísimo. Y por otra parte, habría que reconocer que en la tradición bíblico-judía no se trataba esta cuestión, sino que se hablaba de los “justos” (personas que habían vivido de la fe en Dios tratando de hacer su voluntad), y que podrían ser ejemplos a imitar. Ese y sólo ese, debería ser el sentido de la santidad que la Iglesia proclama, sin más consecuencias de culto. Recuérdese que los procesos de canonización de santos se iniciaron en los primeros siglos de la Iglesia –consecuencia de las persecuciones y del martirio de muchos cristianos- que respondían al clamor popular de santidad de aquellas personas, algo que la Iglesia acogió y llevó a la práctica.


domingo, 6 de octubre de 2013

¿HANS KUNG DESESPERANZADO?


Hace unos días se dio a conocer una entrevista realizada al famoso teólogo suizo Hans Küng, que como octogenario enfermo de parkinson, llegó a afirmar que estaba considerando la posibilidad de recurrir a una especie de eutanasia que se practica en su país. Estas afirmaciones de este prominente teólogo, y sobre todo sacerdote católico, no dejan de causar perplejidad, en lo que representa una más que aparente incoherencia entre la fe y la praxis vital.
Küng tuvo una particular participación como perito en el Concilio Vaticano II y realizó una gran labor docente como catedrático en la Universidad de Tübingen hasta que fue retirado de la docencia teológica, en 1979, por su crítica al Papa Juan Pablo II, especialmente tras la publicación de la Evangelium Vitae acusando a la Iglesia de autoritarismo.
Su obra gira en torno a una idea principal: la convivencia de las religiones como paso imprescindible para la formación de una nueva ética mundial. Otro rasgo de su obra es la no equiparación de Jesucristo con Dios, en franca contraposición con la doctrina oficial de la Iglesia y de otros teólogos notables contemporáneos suyos, como el propio Ratzinger o Hans Urs Von Balthasar, para los que Jesucristo es Dios encarnado. 
Así, retirado de la docencia emprendió una importante labor de investigación teológica que ha dado lugar a numerosas publicaciones de gran calado, por su reflexión y profundidad que ha propiciado una prolífica producción entre las que destacan:
-          “En busca de nuestras huellas”.
-          “El principio de todas las cosas. Ciencia y religión”.
-          “Credo. El Símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo”.
-          “Ética Mundial en América Latina”.
-          “El cristianismo. Esencia e historia”.
-          “El islam. Historia, presente, futuro”.
-          “El judaísmo. Pasado, presente, futuro”.
-          “Proyecto de una Ética Mundial”.
-          “La Iglesia católica”.
-           “Ser cristiano”.
-          “¿Existe Dios?”.
-          “Libertad conquistada. Memorias”.
-          “¿Vida eterna?”.
-          “La mujer en el cristianismo”.
-          “Una ética mundial para la economía y la política”.
-          “Grandes pensadores cristianos”.
-          “Mantener la esperanza. Escritos para la reforma de la Iglesia”.
-          “¿Tiene salvación la Iglesia?”.
Como seguidor de gran parte de su obra teológica, en la que pese a cuestiones vidriosas para la ortodoxia ha hecho auténticas aportaciones intelectuales, he de reconocer que sus palabras favorables a la eutanasia, hasta el punto de estar pensando en someterse a la misma ante el avance de su grave enfermedad, me generaron perplejidad y pena.
Perplejidad porque una persona creyente como Küng, en su profundo nivel de conocimiento filosófico y teológico, viene a posicionarse contra el común planteamiento eclesial en relación con la eutanasia, pues aunque se reconozcan razones humanas de fondo –especialmente relacionadas con la eliminación del sufrimiento que se considera inútil desde el punto de vista humano ante una situación terminal irreversible-, no es menos cierto que suelen conllevar una especial y radical negación a la Esperanza (que se derivaría de una fe providente).

Ya en su obra final, epílogo de su producción bibliográfica, en que el teólogo suizo relata sus memorias, se percibe a Küng herido en su existencia por el rechazo jerárquico de parte de sus tesis teológicas, que le llevó a la denuncia de autoritarismo y a emprender una permanente crítica a la Iglesia institucional, que podría llegar a considerarse profética –y en ese caso positiva- si se hiciera sin rencor, desde una actitud humilde de servicio, y desde una praxis vital coherente. Algo que en el caso de Küng no es del todo así, pues sus memorias aparentan un “memorial de agravios” y están enfocadas desde su mismidad superlativa, sin que deje apenas espacio a la duda o a la tesis contraria, sin ceder la posibilidad de razón y verdad al contrario, algo impropio de un pacífico espíritu cristiano, del que lamentablemente, este comentario suyo que viene a admitir la eutanasia es el colofón final de una persona biográficamente dañada que requiere mucha comprensión, al que probablemente la jerarquía de la Iglesia “barrió” con escasa piedad, pero cuya vida y entrega ha estado enfocada a la fe cristiana, en particular, al hecho religioso en general, y al estudio del Misterio Divino, por lo que la humanidad debe estarle agradecido. Si bien, resulta triste que el final de su vida en esta dedicación –aún crítico con una jerarquía eclesial, no siempre edificante- haya de estar empañada por un gesto que se pudiera entender públicamente como de desesperanza, por lo que esperemos y oremos por él para que finalmente no lo considere si quiera.

miércoles, 2 de octubre de 2013

“UN PAPA CALLEJERO”


Resulta evidente que el Papa Francisco ha conturbado al sector tradicionalista y conservador del catolicismo, que desde su sorpresa inicial está mostrando su rechazo, con manifestaciones de calculada ambigüedad como la de “Papa callejero” como lo calificaba un representante de un significativo grupo eclesial español, aunque después matizara su "descalificación" con la aclaración que le gusta estar con la gente.
De igual manera, la inquietud de la Curia romana por su futuro –especialmente de los “funcionarios curiales” y altos dignatarios vaticanos, se está transmitiendo a la organización jerárquica eclesial española, en el relevo al frente de la Conferencia Episcopal, institución puramente estamental –del clero-, de desarrollo de carreras “político-eclesiales”, pues apenas cumple otro fin que el de mostrar el poder jerárquico eclesial.
            Y es que el cerrojazo que Juan Pablo II dio a la recepción y desarrollo del Concilio Vaticano II –confirmado por el intelectualista pontificado de Benedicto XVI-, por el miedo a las consecuencias de una apertura conciliar acordada por el máximo órgano eclesial, ha traído una retracción doctrinal de la Iglesia, su atrincheramiento ante el mundo, y una línea doctrinal de tipo más cerrado, más integrista, menos dada al encuentro fronterizo, al diálogo con la gentilidad y el mundo. Naturalmente, la extensión temporal del pontificado del Papa polaco, le facilitó llevar a la práctica este giro, con una política de nombramientos episcopales y curiales de perfil tradicionalista, que se sentían llamados a mostrarse más papistas que el Papa.
            Con lo anterior, no queremos censurar el pontificado de Juan Pablo II, que tuvo muchas cosas buenas y positivas, especialmente su desvelo misionero –aunque llevado de forma personalista, al girar sobre sí especialmente en sus viajes-, su llamada al compromiso de los laicos, sus jornadas de la juventud, y una amplia doctrina magisterial plasmada en numerosas e interesantes encíclicas. Aunque, quizá su experiencia biográfica, al provenir de un país del “telón de acero”, le pudo precaver sobre la negatividad de cualquier acercamiento a tesis evangélicas que pudieran confundirse con una aprobación de tal aciago régimen totalitario como fue el comunismo. Y acaso por ello, cerró filas en el Vaticano para marcar distancia, que han dado como consecuencia otros efectos no deseables, especialmente con el paso del tiempo, como un “aparato de gobierno férreo” y conservador en el seno de la Iglesia, al punto de generar paradojas antievangélicas. Algo que el “bueno” de Benedicto XVI no fue capaz de evitar, y ni mucho menos eliminar, y acabó arrollándolo precipitando su honradísima dimisión.
            Por tanto, era muy necesario que el Papa Francisco marcara un nuevo rumbo, ante el excesivo escoramiento eclesial a posiciones impropias de sus tesis evangélicas, y sobre todo, que marcara un nuevo talante que acabe de posicionar a la Iglesia en el siglo XXI (la Iglesia no puede seguir viviendo en el medievo, o a lo sumo, con matices, en un principio del S. XX), ya que incumpliría el mandato conciliar y eludiría en gran medida su misión evangélica de acompañamiento y llamada testimonial, más que del proselitismo doctrinal. Y por ello, el Papa no ha dicho nada que deba extrañar a un cristiano de fe madura, aunque lo haya hecho con tal grado de realismo dialéctico y claridad que haya “dañado los castos oídos” de “cristianos viejos”, más acostumbrados a un lenguaje eclesial melifluo y educadito –que por cierto, no era el habitual en Cristo-.
            Además, si alguno predicaba y aseguraba la asistencia del Espíritu Santo a su Iglesia, tiene ocasión de verificarlo con esta designación papal, contra pronóstico, de Francisco, que además aunque haya venido de lejos, no viene de fuera de la Iglesia, sino que su vocación de sacerdote jesuita la ha venido plasmando en su vida con gran coherencia, influido profundamente por otros santos como S. Francisco, S. Agustín, y naturalmente, S. Ignacio junto con S. Francisco Javier. ¡No es ajeno al Espíritu evangélico, ni eclesial!.
            Que sus declaraciones y decisiones sorprenden. ¡Claro que sí..!. ¡Es valiente!. No se anda con “medias tintas”. Jesús tampoco lo hizo, según relata el mismo Evangelio, e incluso actuó con violencia (inusitada en El) cuando echó a los “mercaderes del templo”; e incluso afirmó que no había venido a traer paz, sino confrontación, pues sentía celo por el Reino de Dios, por hacer la voluntad del Padre. Y tal parece que sea la difícil tarea que tiene el Papa Francisco, con una Iglesia en decadencia, que sigue estamentalizada y regida por el clero, opaca en su interior, que en su estructura jerárquica transmite poco ejemplo y no del todo ejemplarizante, en cuyo seno ha habido escándalos / pecados graves (pedofilia, simonía, nepotismo, y soberbia, mucha soberbia), que han tapado las “obras de misericordia” frutos de la obra de Dios en el mundo. Una Iglesia “enferma” –que primero ha de sanar-, sobre la que teólogos de la relevancia de Hans Küng se preguntan incluso, si tendrá salvación.
            En estas circunstancias la “silenciosa apostasía” va creciendo, los pastores se desentendieron del rebaño y este anda desorientado y atraído por un mundo consumista, hedonista, individualista y utilitarista. ¡Nada más lejos del Evangelio!, que la Iglesia en esta situación, se ve impedida de transmitir con coherencia, fuerza y atracción. Por eso, requiere urgente cura, aunque sea la cirugía que Francisco habrá de aplicar. Pero sobre todo, requiere mucha humildad, diálogo (intra y extra eclesial), respeto y auténtica fraternidad (excluyendo cualquier tipo de manipulación).
            Así muchos de los que se sienten inquietos (porque pueden perder su “falsa seguridad” doctrinal, o de oficio) habrían de tranquilizarse, perder el miedo a tales mezquindades, ganar ingentes dosis de humildad, y ponerse a ayudar al nuevo Papa para que cumpla los designios divinos, en un momento histórico difícil, pero que confiado en la Providencia marque un verdadero rumbo evangélico de autenticidad y sencillez. Lo cual no supone abdicar de nuestros postulados esenciales de fe, ni mucho menos, como ha dicho un conocido articulista que se mostraba decepcionado con el Papa Francisco, al que esta nueva experiencia le puede estar invitando a una reflexión a la humildad, a que no lo sabía todo, y a madurar su fe (eludiendo falsas seguridades, que son más opiniones, que verdades infranqueables), pues Francisco no ha variado ningún pilar de la fe de Cristo y su Iglesia, sino que los trata de refrescar y evidenciar, frente a tanta “hojarasca” que los ha ido tapando con el paso del tiempo (y personales opiniones o sensibilidades, que no sustituyen al Evangelio), que viene a ser más ese “catolicismo de la contrarreforma”, que supuso una reacción doctrinal frente al protestantismo, y que con el tiempo se llegó a erigir en única sensibilidad católica, como también lo ha sido el “dogmatismo doctrinal” de la Escolástica –que sirvió en su tiempo, pero quedó desfasada ya en el S. XIX-, por los nuevos aportes filosóficos de la Ilustración y de los movimientos sociales obreros, que hicieron patente la necesidad de revisarla y buscar nuevas herramientas filosófico-teológicas para dialogar con el mundo, como lo intentó León XIII y el inconcluso Concilio Vaticano I, y acabó de vislumbrarse con la Nueva Teología de Ives Congard, Henrí de Lubac, Cheng, etc., que se recogió en el curso del Concilio Vaticano II, y cuyo desarrollo y recepción se interrumpió.

            Por tanto, dado que la fe es don de Dios que nos es otorgado en precariedad, el hombre ha de seguir indagando y acercándose al Misterio Divino para poder contemplarlo y encontrar sentido a su vida; siendo en este punto en el que la Iglesia ha de retomar ese trabajo, con humildad y oración, abierta a la voluntad de Dios, implicada en el acompañamiento vital a los hombres para anunciar el Evangelio y la instauración del Reino de Dios en el mundo (de justicia y fraternidad) que prepare las postrimerías divinas, dando razón de Dios, de la creación, de la existencia humana, sentido a la vida y Esperanza en la salvación. Ya que como decía Benedicto XVI, la Iglesia no está para sí misma, sino que ha de estar al servicio de Dios y del hombre. 

domingo, 29 de septiembre de 2013

RECORDANDO A S. FRANCISCO DE ASÍS


Autor: Javier Garrido. OFM.
En el principio de una espiritualidad, siempre aparece un hombre carismático. En el caso de la franciscana, Francisco de Asís tiende a desbaratar toda pretensión de sistematizarla en forma de cosmovisión o de reflexión específica. ¿Por qué? Se lo preguntaba ya uno de sus compañeros, Maseo: «¿Por qué a ti, por qué todo el mundo va detrás de ti?». ¿No es acaso el secreto irreductible de Francisco dentro de la historia de la santidad cristiana? La espiritualidad evangélica que él puso en marcha y sigue inspirando hoy a tantos creyentes consiste, por encima de todo, en el carisma personalísimo de ser él mismo, Francisco, esa síntesis señera de radical identidad humana y fiel reflejo de Jesús. Es como si, por primera vez, al contacto con uno de nosotros, se nos despertase la nostalgia íntima del evangelio, más concretamente, de aquella vida e historia insobrepasables, las de Jesús. ¡Nos cuesta tanto creer que nuestra vocación de discípulos sólo podrá ser cumplida cuando Cristo sea todo en cada uno de nosotros!
La experiencia de Francisco
Podemos acercarnos a ella a través de dos cauces: las biografías primitivas y sus escritos. Estos últimos tienen, sin duda, prioridad. La primera sensación, inmediata y feliz: escritos y experiencia, palabra y existencia, se funden. Y basta una actitud de atenta receptividad para sentirnos remozados por dentro.
Ninguno tiene la pretensión de ser un sistema doctrinal. Y no sólo porque casi todos son escritos de ocasión, sino porque Francisco no era un intelectual, sino un profeta. Y se le nota: clarividencia en los núcleos, pedagogía espiritual que va directamente al corazón del creyente, coherencia entre expresión y convicción. Tiene algo de intransferible, cuando la unidad de conciencia posibilita en el hombre aquella creatividad que se percibe brotar de lo hondo muy hondo.
Pero lo curioso es que dicha unidad de conciencia no tiene en él los rasgos de la genialidad. En cada párrafo aparece atraída «desde arriba». Tropezamos siempre con esta paradoja: nunca tan vivo y palpitante como en sus escritos, y nunca más inaprensible. ¿No es verdad que el misterio de un santo permanece velado? La unicidad insobornable de Francisco, como la de cada uno de nosotros, tiene su hogar en la Palabra. Francisco nos lo recuerda; es uno de los rasgos característicos de su espiritualidad.
El primado del evangelio
La Palabra selló su existencia, y esto de un modo determinante y preciso: «Nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio. Y yo la hice escribir en pocas palabras y sencillamente» (Test 14).
El Espíritu volvía a suscitar en su Iglesia el seguimiento de Jesús en pobreza y humildad. Francisco quería cumplir simplemente la vida y doctrina del Señor. No fue original en el propósito, sino en llevarlo a cabo. A diferencia de otros intentos similares de la época, su fe no opuso evangelio a Iglesia. Las Reglas de sus hermanos y discípulos testimonian dicha cohesión profunda. Pero la fuerza de su carisma fue la radicalidad con que hubo de mantener el primado del evangelio sobre cualquier otra instancia.
En este sentido, la espiritualidad franciscana representa la tensión propia del entretiempo del Reino. Puede llamarse carisma e institución, evangelio y ley, gratuidad y eficacia; en cualquier caso Francisco es el signo nítido de una opción preferencial y definida por la obediencia directa y literal al evangelio. Probablemente, en este evangelismo reside su fuerza de atracción, y también sus peligros. Y por ello, sin duda, Francisco suele ser un punto de referencia esencial en épocas, como la actual, en que la crisis de identidad cristiana necesita redescubrir su frescura original.
Un talante humanista
Dentro de la hagiografía, Francisco no sólo inspira a creyentes, sino también a humanistas ateos. Se debe a la exaltación de su figura por parte del pensamiento romántico del siglo pasado, el XIX. Le tocó vivir en la primera alborada del humanismo, en las primeras conquistas de las libertades individuales. Y de hecho, los movimientos que nacieron de él, instituciones religiosas y seglares, llamaron la atención por su ideal de fraternidad e igualdad.
Sin embargo, jamás tuvo conciencia de reformador social. Su humanismo bebía de aquel instinto suyo para actualizar el fermento vivo del evangelio. Basta leer atentamente (habría que cantarlo, como él, en éxtasis de adoración) su incomparable Cántico del hermano Sol para comprender de un golpe la fuente de su humanismo: la reconciliación cósmica soñada por Israel, inaugurada por Jesús al proclamar la paternidad universal de Dios, presente en el corazón por la fuerza del Espíritu Santo. Ya su primer biógrafo, Celano, apunta certeramente: «A todas las criaturas las llamaba hermanas, pues había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios».
En momentos históricos como el presente, en que el hombre siente deteriorarse todo valor humano, e incluso los fundamentos naturales de nuestra existencia, es normal que Francisco sea reivindicado por ecologistas, militantes cristianos y líderes de distintas ideologías religiosas. Todos sentimos lo mismo: el hombre se salvará si, como Francisco, vuelve al espíritu de las bienaventuranzas, a la sencillez y pureza de corazón, a creer en la fuerza transformadora del amor.
Utopía y realismo
Como vemos, la espiritualidad franciscana se confunde con el carisma de un hombre que sigue ofreciendo a la Iglesia y al mundo la transparencia de una utopía, que a casi todos nosotros nos parece eso, una utopía inalcanzable, y a él, no, sino el don incomprensible de la nueva creación, el Reino. ¿Por qué? Porque fue un pobre de Dios, un pequeño del Reino. Desde entonces le llamamos el «Poverello».
Y desde entonces, gracias a él, el creyente reconoce en el evangelio la utopía que dinamiza la historia. Es verdad que a veces confundimos la fuerza de la fe con las fantasías de nuestros deseos; pero Francisco nos ha ayudado a confiar en la bondad original del ser por encima de nuestros maniqueísmos. Es verdad que tendemos a proyectar en su figura la ilusión de nuestros sueños frustrados; pero él nos ha enseñado a esperar contra toda esperanza, y ¿cómo podríamos vivir si la vida humana no fuese la aventura del Absoluto?
Es verdad que, en este sentido, Francisco es peligroso; provoca lo mejor de nosotros mismos. Ciertamente, no es un realista, incluso habría que decir que su espiritualidad apenas si tiene en cuenta la complejidad del proceso de la conversión (compárese, por ejemplo, con los Ejercicios de san Ignacio de Loyola). Y, sin embargo, lo preferimos así: radical y hasta ingenuo, profeta arrebatado por el amor incontenible y humilde hasta el barro. ¿Cómo pudo hacer semejante síntesis? Por eso, más que un sistema de espiritualidad, lo que él nos dejó fue su presencia, el élantan personal de su modo de ser cristiano.

[En Cuadernos de oración n. 15, 1984, 17-19].
[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XIII, núm. 37 (1984) 145-147]

miércoles, 25 de septiembre de 2013

EL MINISTRO DEL INTERIOR DISTINGUE A LOS MERCEDARIOS EN EL DÍA DE SU PATRONA


El ministro del Interior ha otorgado una distinción oficial a los HH. Mercedarios por su importante labor socio-religiosa en las prisiones españolas, teniendo así un detalle a la dedicación de los miembros de esta Orden religiosa fundada por S. Pedro Nolasco a principios del S. XIII.
Así de este modo, el gobierno español –en nombre de la sociedad española- ha tenido un especial detalle de reconocimiento y gratitud por la entrañable y benemérita labor que esta Orden viene desempeñando en las prisiones españolas desde hace 9 siglos, y que ha tenido lugar en el día de su patrona –y patrona de las prisiones- la Virgen de la Merced.
Esta Orden religiosa que se generó con la finalidad de visitar y atender personal y espiritualmente a las personas que por el azar de la vida iban a prisión, con el fin de poder vivir de esta manera el Evangelio testimoniando el acompañamiento a los que sufrían la privación de libertad, para que su dignidad humana no se resintiera por este motivo, e incluso llegaron a canjearse con presos en las antiguas guerras del medievo, siendo especialmente conocidas las liberaciones que lograron de presos españoles a manos de los turcos, en que se canjeaban los frailes por los presos, de forma que estos eran liberados y se quedaban los frailes a cumplir condena por ellos.
Todo esto, lógicamente sobre la base de una profunda espiritualidad en la creencia en Cristo Redentor del mundo, por el cual, ellos intercedían para la redención de las condenas de penados, vivenciando una honda fraternidad humana desde el sentimiento filial de hijos de Dios y hermanos de todo el género humano.
Así con este profundo y extenso bagaje,  la Orden de los Mercedarios ha llegado a nuestros días plena de vida y fecundidad espiritual y pastoral, llevando a cabo proyectos específicos en el ámbito penitenciario en diversos países del mundo, acompañando a los reclusos en su cautiverio a recobrar su dignidad y a encauzar su vida desde el punto de vista humano y espiritual, como también tienen importantes aportaciones a proyectos educativos, tanto por parte de los religiosos como de las religiosas de la Merced, que son acompañados por numerosos laicos que viven con ellos una peculiar espiritualidad como modo de testimoniar y vivir el Evangelio de Cristo en nuestro mundo.

Así pues, enhorabuena y felicidades en este día a la familia mercedaria.

martes, 24 de septiembre de 2013

EL OBISPO DE LÉRIDA ADAPTA EL ANTIGUO SEMINARIO PARA ALOJAR DESAHUCIADOS


Mons. Joan Piris, Obispo de Lérida, ha sido uno de los primeros prelados en salir al paso de las necesidades sociales de acogida a las familias víctimas de los desahucios bancarios generados por la crisis económica, al disponer la adaptación del edificio del antiguo seminario para poder recibir a estas familias.
Así de esta manera, no sólo teórica sino práctica, ha entendido la caridad y el amor fraterno del Evangelio este obispo catalán, que adelantándose al llamamiento del Papa en Lampedusa –referido a la apertura de conventos y lugares eclesiales para acoger a los inmigrantes-, acometió tan importante como significativa acción.
Así Mons. Piris testimonió una auténtica coherencia eclesial con el Evangelio de Cristo, ante tanto silencio cómplice de otros sectores eclesiásticos, y aún jerárquicos, este prelado catalán, no sólo adaptó este inmueble de su diócesis para estos nuevos pobres, acogiendo de verdad a los necesitados, mostrando la cara maternal de la Iglesia que es madre, y por tanto acoge a sus hijos que sufren, en este caso la pobreza de la injusticia, sino que también firmó la petición de iniciativa legislativa popular en favor de la dación en pago, promovida por las plataformas sociales que se movilizaron por este motivo.
Para este pastor de la Iglesia no hubo dudas de la pertinencia de testimoniar su protesta contra la ley injusta, promoviendo su cambio, sino que también más allá de etéreas teorías sobre la fraternidad humana, y el amor fraterno, lo puso en práctica en la medida de sus posibilidades, poniéndose al frente de su comunidad eclesial leridana, en un entrañable ejemplo que ha salvado torpes silencios de otros hermanos suyos del episcopado en España.

Esperemos que la nueva sensibilidad evangélica que está imprimiendo el Papa Francisco llegue pronto al corazón de toda la cristiandad, y el Espíritu de Dios guíe realmente su Iglesia en este mundo, lejos de las tentaciones humanas al poder, al dinero, al beneficio, al privilegio, y lleve a toda la comunidad cristiana por ese difícil pero venturoso camino difícil, que concluya en la puerta estrecha de la que hablaba Jesús, compartiendo una fe existencial, no milagrera, auténticamente existencial de conversión hacia una mayor fraternidad humana, buscando la implantación del Reino de Dios en este mundo, procurando la lucha por la justicia, la igualdad y la paz de forma real y eficaz y no meramente nominal. Tal deriva nos llevaría a seguir a Cristo realmente por el camino del Evangelio que él instauró, nos haría más humildes y coherentes para poder hablar a los hombres de Dios, y a Dios de los hombres, nuestros hermanos en Cristo, y ello facilitaría la anunciada por necesaria “nueva Evangelización”.

sábado, 21 de septiembre de 2013

UN PAPA QUE NO HA SIDO NUNCA DE DERECHAS


Una extraordinaria entrevista publicada por las revistas de información religiosa de la Compañía de Jesús (“Razón y Fe”, y “Civiltá Cattolica”) concedida por el Papa Francisco al jesuita Antonio Spadaro, pone de manifiesto el núcleo central del pensamiento del actual Papa, que es de máxima actualidad por cuanto representa una importante y profunda expectativa de cambio eclesial en su intención de acercar más la Iglesia al Evangelio se Jesús.
Esta entrevista que ha constituido una gran noticia en el orbe, ha dado de sí importantes aportaciones sobre el pensamiento del Pontífice Francisco, empezando por su afirmación que él nunca ha sido de derechas, algo que ha generado infinidad de titulares, a modo de sorpresa, que ha motivado no pocas reacciones conservadoras de escándalo (a modo del conocido “escándalo farisáico”), que no parecen querer enterarse de otros aspectos muy importantes que también señala el Papa, señalando fundamentalmente esta declaración –que como si les hubiera pillado por sorpresa- les conmueve y escandaliza.
Suele ser ese sector eclesiástico y laical –unido a aquel- que basan su fe en leyes, ritos, espiritualismo, doctrina y juicios morales (habitualmente descalificadores para los demás, especialmente centrados en moral de la persona, ignorando el ámbito de la moral social).
Un sector conservador y tradicionalista que concibe el cristianismo en el ámbito conservador de pura tradición, de ritos y normas a cumplir, de seguridades humanas y de un espiritualismo enajenante de la realidad cotidiana, por esencia humana. Y por consiguiente, no conciben un cristianismo existencial, biográfico, de diálogo sereno y profundo con el Padre,  de gratuidad y fraternidad, en el que más que seguridad se da la confianza en Dios sobre la base del reconocimiento de la precariedad pecadora de la naturaleza humana, y de su itinerancia compleja por esta vida, en la que ya hay que trabajar por la implantación del Reino de Dios (de justicia, igualdad y fraternidad), que requiere desterrar las injusticias y promover una convivencia fraternal.
Por consiguiente, se abre necesariamente una doble brecha en el entendimiento antropológico y teológico de la realidad del hombre y de Dios en el mundo, una de porte conservador, tradicionalista, en la que prima un catolicismo de normas, de jerarquía y por ende autoritario, de obediencia, ritualismo y doctrina con planteamientos de verdades absolutas, que prioriza las realidades trascendentes al punto de ignorar o enajenar al hombre de su entorno comunitario, de la realidad sufriente del prójimo –que se justifica incluso sobre la base de la voluntad divina-, este cristianismo responde a un paradigma conservador, tradicionalista, que habitualmente se ha identificado él mismo con la derecha política (también conservadora, tradicionalista y autoritaria). Y por otra parte, un planteamiento creyente cristiano con una visión antropológica y teológica de la realidad del hombre y de Dios, sobre la base bíblica judeo-cristiana, que contempla más el sentido de la Palabra de Dios, su encarnación en la historia humana, que da lugar a una fe providencial de tipo existencial, biográfico, menos ritualista, menos doctrinal, más libre, que busca discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos de la vida –justo para cumplirlos-, que contempla la precariedad humana, su pecado, pero al tiempo el amor misericordioso de Dios en quien confía, y en cuyas manos se pone, sin más certezas que esa realidad, en la esperanza creyente de conseguir la gracia de la salvación por puro don de la liberalidad divina, y que por tanto, no juzga al sentirse perdonado, y no exige al no sentirse perfecto –si no pecador-, dando pie a la misericordia humana, al amor fraterno –como consecuencia del amor a Dios- y a una conversión auténtica en la que se hace realidad el propio Evangelio de Cristo, que es la vida para ese creyente, que sabiendo que ha encontrado la “perla preciosa” lo abandona todo y va en busca de la misma, en busca de la implantación del Reino de Dios –que rompe las estructuras tradicionales de poder, y por tanto de dominio de unos hombres sobre otros-, que es la única manera en que podamos reconocer de verdad a Dios como Padre y al prójimo como hermano, sin más interés que lo que le beneficie, y hacer la voluntad del Padre. ¡Ese es el Evangelio de Jesús!. ¿Es de derechas, o es de izquierdas?. Es algo diferente, superador de cuanta estructura humana de poder y dominio pervive. Lo cual es distinto al paradigma de derechas. Por tanto el Papa ha afirmado con razón lo que ha dicho, y no debe escandalizar a ningún cristiano de bien, de fe madura, y buena intención.
Ahora bien, eso tampoco quiere decir que sea necesariamente de izquierdas (cosa que el Papa no ha afirmado tampoco). Pues lo mismo que no encaja en el paradigma conservador y tradicionalista propio de derechas, tampoco encaja bien en el paradigma revolucionario, a veces violento, de puro progresismo del hombre por el hombre, en un “humanismo ateo” que encarnó horrorosos regímenes de explotación de Estado, por vía de dictaduras proletarias tan violentas e inhumanas como las dictaduras militares que servían a los grandes terratenientes del otro extremo del arco político.

De hecho, el Magisterio de la Iglesia ha condenado al capitalismo inhumano como al comunismo, como contrarios a la fe cristiana. Así que nadie atribuya al buenazo del Papa Francisco lo que no ha dicho, y sepamos interpretar sus palabras en el contexto en que se ha referido, pues guardan plena coherencia evangélica, pese a que se escandalicen los nuevos fariseos.

lunes, 16 de septiembre de 2013

LA PARADÓJICA SUBVENCIÓN BANCARIA DE LA BIBLIA


El Secretario de la Conferencia Episcopal Española, el jesuita Mons. Martínez Camino, ha presentado una edición de la Biblia subvencionada –para reducir su coste de venta al público- por parte de una conocida Entidad Bancaria española, vinculada a sectores conservadores de la Iglesia, lo que ha suscitado el subsiguiente revuelo entre no pocos católicos, que consideran una paradoja, cuando no una contradicción que un banco subvencione parcialmente una edición bíblica, cuando ese mismo banco –como en general la banca española- en plena crisis económica está desahuciando a familias pobres, en paro, que no pueden pagar la cuota del préstamo hipotecario.
Y es que nuevamente tenemos planteada la colisión que ya advirtió Cristo, en el sentido de la imposibilidad de servir a dos Señores: Dios y al dinero.
La banca, como negocio entregado a la generación de dinero, no siempre productivo y originador de empleo y bienestar colectivo, sino las más de las veces, un dinero producto de la especulación financiera y de la cicataría del cobro de servicios e intereses casi usurarios, no parece que sea el negocio más ejemplarizante para apoyar a la Iglesia en su misión evangélica, y particularmente en los tiempos que corren.
Ya sabemos también aquel pasaje evangélico del administrador que obraba la caridad con el dinero injusto, pero era un contexto distinto, en que el mismo se encontraba en un proceso de conversión y pretendía así ganarse el cielo haciendo caridad con ese dinero injustamente ganado. Y no pensamos que el banco, como ningún banco emprenda ningún proceso de conversión, ni mucho menos hacer caridad con el dinero injusto, sino que en el mundo capitalista en que vivimos estas empresas procuran el máximo beneficio al menor coste, como orientación de supervivencia en un ámbito extremadamente competitivo e inhumano, lo cual en sí mismo es antievangélico.
Más allá de cualquier otra intención piadosa, nos aparenta apreciar la intención comercial bancaria, en el sentido que si no pocas diócesis tienen sus depósitos de capital y gestionan sus cuentas en esa Entidad Bancaria, desde el punto de vista comercial el banco habrá considerado la petición de ayuda o donación para el pago de la nueva edición bíblica como un interesante regalo comercial, para seguir trabajando en el ámbito mercantil con un cliente que les interesa, que es apetecido por el propio banco, lo cual desvela también que la actual estructura eclesial se mueve en unos niveles económicos que distan de los que movían los doce de Galilea, y desde luego, lejos de los apercibimientos evangélicos de Jesús a vivir en el desprendimiento de bienes materiales para poder seguirlo mejor.
Pero por otra parte, la propia Conferencia Episcopal, o más bien su secretario, Mons. Martínez Camino, parecen estar un poco “fuera de juego” en los consejos de Jesús, y hasta torpes con esta astuta gestión humana, pero inadecuada gestión desde la perspectiva evangélica. Ya que no pocos cristianos, comprometidos con su fe, han acompañado a los que han sufrido desahucios bancarios, y en particular del propio banco que se ha mostrado generoso con la jerarquía eclesiástica, en tanto no lo ha sido con los pobres deudores a los que ha promovido desahuciar de sus viviendas por impago de cuotas de créditos hipotecarios, y esos mismos cristianos –que siguiendo a Cristo, con su fe, con su buena intención, y su generosidad para con sus hermanos sufrientes- se encuentran hoy confundidos y dolidos por la torpeza de algunos de sus pastores, que no aciertan a pastorear bien la grey que Dios les ha encomendado.

Hace falta mucha más oración, más amplitud de espíritu y más solidaridad en nuestra jerarquía eclesial española, enrocada aún en sus privilegios de casta clerical, no siempre ni plenamente atenta al clamor y sufrimiento de su pueblo, y algo despistada en lo que a inspiración divina concierne.

domingo, 15 de septiembre de 2013

¿UN PARTIDO CRISTIANO EN ESPAÑA?


Aún algunos cristianos españoles, o por mejor decir, católicos, se plantean la conveniencia o necesidad de crear un partido político cristiano, que se defina e identifique como tal, con la pretensión de congregar el voto de la supuesta mayoría cristiana del país para influir, de esa manera, en la vida política y que la producción legislativa sea conforme a los cánones evangélicos.
Pero esta pretensión, que va gestando el clima previo al anual Congreso de católicos y vida pública, que organiza una institución laical del ámbito eclesial con proyección docente de élites, no parece que sea muy consistente, ni siquiera se podría decir que viniera a contar con el apoyo de la propia jerarquía eclesial, especialmente después de la deriva pastoral que está imprimiendo a la Iglesia el Papa Francisco.
Incluso se podría sospechar que estos “hermanos en la fe”, incluso están en otras coordenadas eclesiales, más propias de otro tiempo, y no del todo concordantes con el propio espíritu evangélico, que fue lo que determinó a prominentes eclesiásticos como al Cardenal Tarancón –clave en la transición democrática española- a dejar a la Iglesia al margen de la actividad política, en concreto del juego político de partidos y poder, dada la poco ejemplarizante experiencia italiana de la Democracia Cristiana, que dio un importante aporte a la convivencia socio-política de la Italia de la posguerra mundial, evitando el decidido avance comunista, y posibilitando la convivencia en una sociedad dividida ideológicamente como la italiana de aquel tiempo, pero que acabó como “el rosario de la aurora” con traiciones políticas, conspiraciones de poder, etc., que afectaron a destacados dirigentes políticos italianos –incluidos los democristianos en la década de los setenta y ochenta-, fracasando finalmente el  proyecto político emprendido años atrás con la mejor intención.
Por ello, Tarancón y no pocos eclesiásticos han preferido que la Iglesia se dedique al seguimiento de Jesús, y en consecuencia a la preparación y predicación del Reino de Dios, buscando la justicia, la igualdad y la paz entre los hombres, para lo que supone una misión superior y distinta a la meramente política, aunque no está enfrentada con ella, sino que por el contrario, ha de recordar y exigir proféticamente el cumplimiento de los derechos humanos, de la justicia e igualdad entre los hombres.
Sin embargo, el ámbito de la política tiene la pretensión de alcanzar poder o influir en el, algo que Jesús no buscó, pues el poder suele ser foco de endiosamiento, de soberbia, e incluso de opresión, lo cual está en las antípodas del mensaje evangélico de Jesús, que ya dijo que el que quisiera ser el primero se hiciera el último, y que lo relevante para Dios no es el ejercicio del poder, sino el servicio a los demás.
Por consiguiente, ese proyecto de partido cristiano , por bienintencionada que sea la pretensión, no sólo ha fracasado históricamente cuando se ha puesto en marcha, sino que ha demostrado sus efectos perniciosos por la confusión entre el poder y la Iglesia, llegando a ser en no pocos casos una trampa que hace caer en contradicción e incoherencia a sus propios mentores, que acaban rindiéndose a los ídolos de este mundo (dinero y poder) y olvidan el servicio a Dios y a los hombres, especialmente a los más necesitados (pobres y marginados de este mundo).
Pero además, desde el punto de vista de la fe, cabría preguntarse, desde la creencia que el Espíritu de Dios sopla cuando quiere y donde quiere libremente fomentando carismas distintos, y por ello se dan formas de vivir y entender la fe de forma plural, de manera que hemos de convenir que la fe cristiana no es uniforme, sino diversa en su forma de vivirse, hemos de reconocer la diversidad de grupos cristianos (entre ellos el catolicismo, al que probablemente se referirán los que defienden la iniciativa comentada). Y entre los católicos hay diversas sensibilidades de vida, no hay uniformidad, pues el espíritu es libre e inspira a los cristianos de diversas maneras y en diverso tipo de sensibilidad, siempre con el común denominador del seguimiento de Cristo y de los valores evangélicos, en los que no creemos que aparezca el agrupar elites sociales para el logro del poder y la influencia política, sino el logro de la conversión individual de las personas en el seguimiento de Jesús.

Por tanto, no compartimos la idea de formar un partido político, y respetamos a quienes desde la política quieran servir a la sociedad en términos de justicia e igualdad, pero nada organizado en banderías e insignias que tan malos resultados históricos ya han propiciado, por no haberse ajustado al Espíritu de Cristo. ¡Es evidente…!. Por consiguiente, creemos que está demás pues puede inducir a confusión, manipulación, y escándalo. Además que así nadie se puede arrogar la autenticidad cristiana sino es en su obrar personal de servicio, humildad y entrega a Dios y a los hombres, algo que en la vida política, desde el poder resulta bastante difícil por su aparente antagonismo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

PASTORES QUE HUELAN A OVEJA


Tal es la pretensión expresada por el Papa Francisco para el sacerdocio, que sean auténticos pastores, que pastoreen a su pueblo, que apacienten el redil, conforme Cristo indicó a sus apóstoles, que al decir del Papa actual de forma gráfica significa: “pastores que huelan a oveja”. ¡Más claro, imposible!.
En ese punto señaló Francisco una de las urgentes necesidades de la Iglesia referida al ministerio (oficio, para ser más sencillos y expresivos) del sacerdocio, que en sus distintas funciones (episcopales o presbiteriales) ha de mostrarse como una actividad de pastoreo, como Cristo la refirió.
Así la denominada canónicamente “cura de almas” habría de referirse a la asistencia pastoral, a cuidar de los fieles encomendados, a enseñarles la fe de la Iglesia, según la revelación de Cristo, a que conozcan la Biblia (y especialmente el Evangelio) y aprendan a meditar sobre la Palabra de Dios (para que ilumine sus vidas y pueda darse la conversión personal deseada y esperada), para servir en la administración sacramental, organizar los servicios de la Comunidad parroquial (catequesis, culto, caridad, oración común, etc.) facilitando la concurrencia y participación de los laicos, para que se sientan auténticamente partícipes de la Iglesia. Y para ello, han de trabajar denodadamente con la feligresía a su cargo, entregarse en servicio pleno. Siendo esa la única manera en que el Pastor pueda oler a oveja, con el trato y convivencia diaria y continua. ¡No vale ya el modelo de “funcionario eclesiástico”!. Es más, diría que es incluso antievangélico.
Pero para eso habría de darse un profundo cambio en el propio sacerdocio, cuyo paradigma no sería ni el “angelismo espiritualista”, ni el “funcionarial”; habría de ser ese paradigma de “pastoreo”, de servicio pleno a la comunidad eclesial (parroquias, diócesis, etc.), de cercanía a los hermanos en la fe, de no reconocerse superior a la feligresía (no considerar en modo alguno, la perniciosa idea de “carrera eclesial”) sino servidores de esta –siguiendo al Maestro de Nazaret-. Lo cual, podría pasar por la reconsideración del celibato sacerdotal, ya que es una disposición de disciplina clerical, que no se basa en la ley divina, y ayudaría a quitar la inquietante soledad que padecen no pocos sacerdotes.
Igualmente la formación y mentalidad del clero habría de cambiar en el sentido apuntado, de manera que interioricen esa necesidad de servicio, de humilde entrega a los demás como un pilar básico de su entrega al oficio pastoral.
Tal es así, que no pocos fieles echan de menos la apertura de las Iglesias durante todo el día, en vez de que se abran poco antes de la misa diaria –donde la haya- para cerrarla al término de la misma. Con carácter generalizado –que no total- se ha dado cierta relajación y evolución del estamento clerical (que así se ha instaurado como “casta sacerdotal”, emulando el nefasto ejemplo del judaísmo que denunció Jesús) que habrá que corregir con urgencia, para poder evolucionar al paradigma pastoral al que llama el Papa al presbiterio universal.

En ello, con el adelantado perdón de los pecadores propio del cristianismo, habrá de reconocerse esa desviación y sus amargas consecuencias (secularizaciones numerosas, abandono del entorno eclesial, y demás casos poco o nada ejemplarizantes desde el punto de vista de la misma moral católica) que merman la eficacia de una nueva evangelización, si no se da un auténtico giro de conversión, sincero, sencillo, pero evidente para propios y extraños, que hagan así coherente y creíble el mensaje cristiano del que la Iglesia es depositaria, y cuyo deber es darlo a conocer a toda la humanidad y vivirlo desde el respeto al prójimo, y la confianza en Cristo Hijo de Dios y Hermano de los hombres, plenitud de la revelación divina que humanizó la fe de Israel.

lunes, 2 de septiembre de 2013

PAROLÍN, UN GRAN ACIERTO DEL PAPA FRANCISCO


La actividad del Papa Francisco, gracias a Dios no cesa, como lo muestra su tenacidad, laboriosidad, prudencia, humildad y caridad al frente de la Iglesia Católica, muestra de ello es su última decisión de nombrar como Secretario de Estado del Vaticano al arzobispo italiano Pietro Parolín, actual Nuncio en Venezuela.
De esta manera el Papa Francisco da un paso más en su anhelada reforma eclesial, poniendo en tan distinguido como estratégico puesto a un prelado sabio, prudente y diplomático con el que defenestra definitivamente al cardenal Bertone, que fue uno de los grandes errores de Benedicto XVI, pues lo designó de su confianza para ayudarle a regir la Curia vaticana y pronto salió en las quinielas de la sospecha al ser salpicado por el caso Vatileaks, lo que al parecer llegó a calificarlo de traidor por la indiscreta asesora papal Chaouqui en sus escritos de internet, posteriormente retirados.
Ciertamente la posición de Tarsicio Bertone en la Curia vaticana era insostenible, pues estuviera o no en los contubernios vaticanos que dieron al traste con el pontificado de Benedicto XVI, realmente se dieron y no fue capaz de gestionarlos eficazmente y evitarle al Papa que lo había nombrado tan grandes quebraderos de cabeza como los del caso Vatileaks, como tampoco rigió bien el gobierno curial que se fragmentó en banderías y guerras de clanes mundanos, según las crónicas que se han dado a conocer, y que determinaron que el anciano Ratzinger con suma honradez asumiera que él no era capaz de poner orden y respeto en el mismo centro de la cristiandad.
Por tanto, Bertone para el Papa Francisco era un “fardo pesado” del que tenía que prescindir, para ocupar ese estratégico puesto para la anhelada reforma vaticana con persona más adecuada a tal fin, que no hubiera generado tantas resistencias como las generó el salesiano Bertone, quien por cierto, parece no le puso nada fácil al Papa su relevo ya que manifestó que no se quería marchar. ¡Y es que para algunos clérigos la obediencia parece que no está hecha para ellos, aunque bien saben ordenarla para los demás..!.
Sin embargo la valentía y decisión de Bergoglio no se amilanó ante un Bertone resistente, y ha prescindido felizmente de él, nombrando a una persona que se dice está en las antípodas de su predecesor, ya que además de tener formación diplomática es discreto, no parece que tenga ansias de poder mundano, y sus servicios a la Iglesia están manifiestos en su trabajo diplomático en China, Vietnám, España (ante el gobierno socialista de Zapatero), y Venezuela con la que ha tenido que lidiar con un gobierno peculiar, el bolivariano de Chavez y Maduro, con el que ha sabido tratar con prudencia y mantener la independencia eclesial en unas difíciles condiciones de fractura social.

Parolín, de ascendencia italiana y con 58 años, parece ser un gran acierto del Papa Francisco para la misión que tiene encomendada, especialmente para que la Iglesia recobre el puesto de autoridad moral que antes tuvo en el contexto internacional, que últimamente se ha visto sumamente perjudicado por los escándalos en la Curia y de pederastia entre algunos cleros en diversos lugares del mundo. De esta manera, Francisco y Parolín tienen una complicada pero laboriosa empresa que llevar a cabo de reconstruir la credibilidad de la Iglesia en el ámbito internacional, como el resto de la Iglesia tiene una importantísima labor de recuperación del espacio de evangelización en el mundo, para lo cual ha de alcanzarse mayor coherencia y credibilidad, sólo alcanzable por vía de los hechos.

REUNIÓN DE KIKO ARGÜELLO CON JÓVENES EN SAN PEDRO DEL PINATAR


Los fundadores del Camino Neocatecumenal han tenido una concurrida reunión con jóvenes de dicho movimiento eclesial en la parroquia de San Pedro, del municipio murciano de San Pedro del Pinatar a orillas del Mar Menor.
El acto convocado, como viene siendo habitualmente en los últimos años, por los responsables de los neocatecumenales, suele convocar en esta localidad costera del Mar Menor a una multitudinaria reunión con Kiko y Carmen, que suelen pasar unos días de vacaciones en la costa murciana; acto al que estuvo invitado el Obispo de la Diócesis –que finalmente no asistió-, y al que asistieron numerosos sacerdotes y seminaristas de este movimiento.
Así, como es habitual en estos encuentros, tras la predicación de la Palabra y la consiguiente oración de los asistentes, se pidió a los jóvenes que creyeran tener vocación, que se levantaran y accedieran al presbiterio, haciéndolo un numeroso grupo, que a decir de Kiko se prepararían para ser enviados en misión evangélica a Asia, donde hay una gran necesidad de dar a conocer el Evangelio.
Por tanto, de esta manera, el movimiento neocatecumenal sigue en la brecha de su acción pastoral en las diferentes diócesis del mundo donde se encuentra implantado, y mantiene su decidida acción misionera.
Aunque, como es natural, estos actos multitudinarios que provocan un alto grado de emotividad entre los concurrentes, y especialmente en muchos jóvenes, que los mueve a levantarse en la creencia de tener vocación religiosa y misionera, dicha impronta ha de ser comprobada posteriormente por el trato de estos jóvenes con formadores que les ayudarán a discernir serena y seriamente, si ese sentimiento expresado con la respuesta pública a la petición de vocaciones, tiene autenticidad y profundidad, o se trata de un reflejo espontáneo movido sólo por la emotividad del momento y el entorno.
En cualquier caso, siendo el movimiento neocatecumenal de base laical y catequético, no nos parece del todo adecuado que hayan de tener sus propios y particulares seminarios –como si de una orden religiosa se tratase-, pues de esa manera se genera una diferente formación teológica y pastoral, que aunque análoga no es idéntica, y ello marca un sesgo en la pastoral y el presbiterio diocesano, entre el que habrían de incorporarse de forma más homogénea y fraternal sin mayores diferencias. Por ello, lo propio es que las vocaciones surgidas no fueran para engrosar los seminarios propios, sino para encaminar a las nuevas vocaciones –según su peculiar carisma- a los seminarios diocesanos, o a las diferentes órdenes religiosas que hayan podido inspirar esa llamada vocacional.
Además que estos actos multitudinarios, que suelen convocar los responsables del Camino Neocatecumenal, también aparentan ser una muestra externa del “músculo propio” que el movimiento aparenta tener en el ámbito eclesiástico, algo que sin embargo, en los últimos años está reflejando cierto retroceso por el abandono de muchos de sus miembros, y el escaso nivel de convocatoria que actualmente suelen tener las catequesis de entrada en el movimiento eclesial. Lo que debería hacer reflexionar a sus responsables sobre tales hechos, y su motivación, impulsándoles a una reorientación del propio movimiento, que no acaba ni de definirse eclesialmente en sus objetivos y fines, ni de encontrar realmente su hueco entre los laicos católicos.
El hecho de que de un proceso catecumenal (que fue el gran hallazgo de sus fundadores) se exceda en su contenido y duración a casi toda una vida en un larguísimo proceso de iniciación que lleva a enrocar a la feligresía laica en las sacristías emulando la vida religiosa, no parece que sea la finalidad vocacional de los laicos en la Iglesia de estar en medio de las realidades temporales del mundo, así como el hecho de la generación de comunidades parroquiales (que tienen su beneficio potencial), sin embargo cuando se instalan de forma permanente generan sesgos entre los miembros de la comunidad parroquial que no siempre son deseables ni ejemplares, desde el punto de vista evangélico, al tiempo que a veces son susceptibles de manipulación por el clero parroquial, o por el propio núcleo de responsables del movimiento.

Por consiguiente, ya que está planteada una reforma eclesial, no estaría demás que se reformularan propuestas pastorales como la neocatecumenal que es necesaria y válida en su planteamiento original, pero que se ha ido desviando del mismo con el transcurso de los años, de ahí la gran desafección que ha venido teniendo en las última década, aunque ha sido aprovechado por no pocos clérigos, e incluso jerarquía eclesial de talante conservador y autoritario para apoyarse en el mismo.