El cardenal Tarcisio Bertone vuelve a ser
objeto de polémica y escándalo, después de su mala y dudosa intervención en el
caso del Vatileaks –que determinó la dimisión de Benedicto XVI-, con un
ampuloso, e indiscreto ático de casi 700 m2 que se ha hecho arreglar para su
persona en pleno Vaticano, superando en diez veces las dimensiones del
apartamento del Papa Francisco, de apenas 70m2 en Sta. Marta, al tiempo que
desoyendo descaradamente las llamadas del Papa a la vida austera, fiel,
coherente y obediente.
El cardenal Bertone, reclutado en mala hora,
por Benedicto XVI para poner orden en la relajada Curia vaticana tras más de
dos décadas de pontificado de Juan Pablo II, que ya había creado adherencias,
poderes fácticos y redes de influencia en competición mutua, sin embargo, no
sólo no logró el objetivo marcado por el Papa, sino que hizo su particular guerra
generando su particular red clientelar, pronta a la recibir a personajes de
todo tipo –algunos de dudosa condición, como se ha mostrado posteriormente por
tener cuentas pendientes ante la justicia- que le llevaban donaciones con las
que exculpar sus pecados terrenos, a las que el cardenal no parecía ponerles
reparo alguno.
Así con el transcurso del tiempo, la
situación en la Curia vaticana se hizo irrespirable, y acabó saltando el caso
Vatileaks poniendo de manifiesto los pecados de no pocos eclesiásticos y de más
de un “príncipe de la Iglesia”, que llevó a Bertone a hablar mal de sus colegas
vaticanos, lanzando inusuales descalificaciones graves hacia estos, que llamaba
víboras y cuervos. ¡Todo un ejemplo a no imitar!.
Sus relaciones con su mentor, Benedicto XVI
no parece que acabaran siendo muy cordiales, por no haber visto que Bertone
cumpliera con lealtad y eficacia el encargo papal, sino más bien, todo lo
contrario; motivo por el cual, el nuevo Papa Francisco no quería a Bertone en
su equipo de gobierno eclesial, y así se lo fue manifestando, en tanto este se
iba haciendo reticente, ya que no asumía su relevo, teniendo que ser forzado –como
suele ser eclesiásticamente- en una comida a la que le invitó el Papa, junto
con otros cardenales colaboradores suyos para que le ayudaran a convencer a
Bertone que tenía que dejar el poder curial, dado que el nuevo Papa no contaba
con él de ninguna de las maneras.
Y a fe que no le faltaban razones al Papa
Francisco para quitarse de encima a Bertone, ya que no sólo había mostrado que
no era un buen compañero de viaje, sino que tampoco parecía ser muy ejemplar, como parece haberlo puesto de manifiesto con
sus comentarios en la red la asesora papal Francesca Inmaculata Chauqui, que
más allá de lo que pudiera haber dicho sobre Bertone, la realidad viene a
presentarlo como un cortesano ávido de poder, nada sencillo, menos humilde y
ejemplar, conforme a las propias peticiones del Papa Francisco a los
eclesiásticos, a los que está constantemente llamando a la pobreza, a la
coherencia evangélica, a la obediencia y a vivir la caridad y el servicio, no
el beneficio, apelando a abandonar cualquier idea de principado eclesiástico
para acoger la auténtica de pastores que cuiden el rebaño. Ante esta
perspectiva, todo parece indicar que Bertone es un personaje incómodo para
estar próximo a cualquier Papa que se exprese como lo hace Francisco, y que
viva con la austeridad de este.
Cuentan, que el Papa Francisco se enfadó
cuando se enteró del nuevo ático que se ha hecho arreglar Bertone. ¡No es de
extrañar…!. Pero no debería aceptarlo como hechos consumados, y habría de
apartarlo rápidamente de su cercanía, jubilarlo y como religioso salesiano que
es, enviarlo a algún convento de su orden en la que viva de forma más discreta,
austera, y coherente su última etapa de la vida, para prepararse a rendir
cuentas ante el Altísimo y no llegue directamente desde el ático vaticano de 700
m2, propio de un burgués solterón acomodado, e impropio de un servidor de los
siervos de Dios. Pues si Francisco no toma drásticas y caritativas medidas en
tan estridente situación, la fuerza de su discurso, la coherencia evangélica
con la que está llegando a tantísimos cristianos podría afectarse negativamente
y perder credibilidad ante el orbe cristiano y el mundo en general, y eso no es
bueno ni para el propio Papa –que ha ganado mucho crédito moral- ni para la
misma Iglesia.
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