Hoy he recibido la triste noticia del
fallecimiento de Santiago Fernández Ardanáz, tras una larga y penosa
enfermedad, por lo que quiero transmitir por este medio, a los suyos mi sincero
y sentido pésame.
Santiago fue un amigo entrañable,
maestro inigualable por sus abundantes conocimientos, su extraordinaria
pedagogía que facilitaba el aprendizaje de materias tan complejas como la
filosofía, la teología y la antropología social, de la que era experto
profesor, pero si en algo destacaba Santiago era por su gran talla humana,
propia del sabio humanista cristiano, que le daba un porte de “sabio
renacentista”, especialmente por el aporte cultural italiano, debido a su
extensa vivencia en tierras italianas, y especialmente en Roma, donde ejerció
la docencia y también el periodismo, habiendo sido corresponsal del grupo
correo, y contrayendo nupcias con una italiana que fue el apoyo de su vida.
Así este
alavés, o como le gustaba decir a él mismo: de la “Rioja alavesa”, fue así
forjando su trayectoria biográfica hasta llegar a Murcia, a donde vino con el
encargo del Obispo Javier Azagra para poner en marcha la UCAM, en su condición
de Rector del nuevo centro universitario de la diócesis, pero pronto las
disensiones entre Mendoza –presidente de la Fundación San Antonio y finalmente
de la UCAM-, le llevó a dimitir del rectorado, abandonar la UCAM, aunque no la
docencia universitaria en nuestra Región ya que fue profesor del Instituto
Teológico de Murcia (Centro franciscano de la Universidad Antonianum de Roma),
así como en el CETEP y Seminario Diocesano, dependientes de la Diócesis de
Cartagena. Seguidamente logró incorporarse como profesor a la Universidad
Miguel Hernández de Elche, donde dirigió el Departamento de Antropología Social,
desde el que participó en diversas actividades docentes en diversas
Universidades como la de Murcia en la que colaboró como profesor en el Máster
de Antropología Social de la misma, hasta su reciente jubilación.
Santiago fue
un hombre culto, un cristiano ilustrado, humanista, dialogante, abierto al
conocimiento y al encuentro personal, cercano, sencillo, colaborador y atento
con sus alumnos a los que se dedicaba con gran cercanía y amplia cortesía.
Incluso en el ámbito personal era un hombre de fe firme anclada en su extensa y
profunda experiencia vital, con amplia sensibilidad social, sin encajar en
moldes de clericalismo con los que poco simpatizaba, preocupado por la
cooperación del reino de Dios aquí en la tierra, sin perder las profundas
raíces bíblicas. Acaso este extremo lo pueda ilustrar un pequeño detalle,
cuando comentaba entre amigos que en su casa de campo –a las afueras de San
Vicente del Raspeig en Alicante- le puso a los distintos árboles nombres de
apóstoles. O cuando comentaba –respecto a su cercanía a los animales
domésticos- que él apreciaba cuando su perro se reía, se alegraba como un si
fuese un ser humano. Acaso fuera también en una cosmología franciscana de la
cercanía vital con el ámbito ecológico.
Ha vivido
honradamente, haciendo el bien, dedicado a enseñar y a vivir según sus
convicciones evangélicas firmes, crítico pero respetuoso con una jerarquía
clerical con la que no coincidía en su visión eclesial, expresándose con la
libertad de conciencia propia de los “hijos de Dios”, por lo que no siempre fue
bien comprendido en determinados ámbitos eclesiales tradicionalistas, al punto
que probablemente no se le hayan agradecido debidamente los servicios prestados
a la Iglesia de Cartagena en la puesta en marcha de la UCAM, y acaso con esa
pena se haya ido. Aunque en el fondo de su corazón su gran generosidad y
amplitud de miras le hacía condescender, y de hecho encontró su dicha en
tierras alicantinas donde fijó su domicilio familiar y donde pudo desarrollar
parte del proyecto universitario en la Universidad Miguel Hernández donde hizo
escuela y muchos amigos, que hoy entristecidos le despedimos, en la esperanza
de un próximo encuentro en la vida eterna, que esperamos sea más justa,
fraternal y auténtica que la que tenemos.
En todo
caso, siempre quedará su entrañable recuerdo de un “hombre bueno”, un “justo”. ¡Descanse
en paz, y brille para él la luz perpetua!.
Soy la hija mayor de Santiago y quiero agradecerte desde lo más profundo de mi corazón el retrato tan maravilloso y acertado que haces de mi padre. Se lo he leido a mi madre y nos has emocionado enormemente. Muchas, muchas, MUCHAS gracias.
ResponderEliminarAmaya Fernández Menicucci.
Soy la hija mayor de Santiago y quiero agradecerte desde lo más profundo de mi corazón el retrato tan maravilloso y acertado que haces de mi padre. Se lo he leido a mi madre y nos has emocionado enormemente. Muchas, muchas, MUCHAS gracias.
ResponderEliminarAmaya Fernández Menicucci.
Un gran hombre que ha dejado huella. A mi me marcó mucho .
ResponderEliminarTeofilo Fernández Arrieta