miércoles, 2 de abril de 2014

SOBRE LA POLÉMICA HOMILÍA DE MONS. ROUCO EN EL FUNERAL POR SUÁREZ


Hay personas etiquetadas socialmente, con lo que hagan lo que hagan, y digan lo que digan, no suele caer bien, quizá el carácter, la personalidad, la falta de habilidades sociales, especialmente la de comunicación y empatía social suelen estar en la causa de tal hecho. Y tal es el caso que socialmente aflige a la figura del cardenal Rouco, un personaje de primera línea social española, y máximo representante de la Iglesia en un país tradicionalmente católico, pese a la progresiva secularización. ¡Cada vez que habla, sube el pan…!, como se dice popularmente.
Realmente es una cuestión para estudiar en los seminarios, e incluso en el ámbito eclesiástico, el hecho que muchos de sus pastores, y  entre ellos no pocos prelados, a los que se les supone una profunda formación filosófica, teológica, histórica y humanística, fallen en algo tan elemental para un pastor eclesial como es la comunicación pública. ¡No saben comunicar…!. Y aún lo peor, parece que ni intentan mejorar este básico aspecto para su ministerio y en los tiempos actuales.
Pues más allá de lo que dijera Rouco, de su oportunidad en un funeral por el expresidente Suárez, está el hecho de saber comunicar lo que se quiera, y hacerlo convenientemente sin que de lugar a malas interpretaciones, ambigüedades o polémicas. Salvo que lo que se pretenda sea esto justamente, y acaso no sea probablemente el primer objetivo de un pastor de la Iglesia.
Si realmente quiso polemizar aprovechando el púlpito en pleno funeral, saliéndose de la sana y docta interpretación evangélica, parece que no era esa la misión que se esperaba de un alto dignatario eclesial, pues lejos de traer paz, armonía, concordia –a la que tanto apeló el difunto, que hasta en el epitafio de su tumba lo hizo constar-, se genera el efecto contrario, la polémica, la cizaña, la confrontación.
Pero además en vez de apelar a un horizonte de esperanza escatológica, desde la fe, propia de una homilía de funeral, se deriva a la personal interpretación histórico-política adentrándose en un farragoso terreno que por polémico y cáustico sabido es que lejos de alcanzar edificantes conclusiones, se genera polémica, y se remueven viejos resentimientos, que deberían haberse olvidado. Amen que ver analogía en la conflictividad social actual –en medio de una dura crisis internacional- con el conflicto socio-político que llevó a la guerra civil es  mucho arriesgar, por no decir, ser “pájaro de mal agüero”, impropio de un apóstol de la Iglesia. O más bien, reflejar la auténtica realidad de un “príncipe de la Iglesia” destronado, recreado en una realidad artificial, que no está en el mundo actual y por ello no conecta bien con el mismo. ¡Esperemos que no crea en la pecaminosidad mundana…!.
Así ha logrado lo que apenas nadie consigue actualmente en España, poner de acuerdo a todo el arco parlamentario en la reprobación de sus palabras, excepto la tímida justificación dada por el PP (atendiendo a su electorado católico más fundamentalista).
Especula extrañamente con una realidad virtual, que no se corresponde con la del país, y sin embargo, guarda silencio con la realidad social de injusticia que vive el país, que aunque no se mencionara en la homilía de funeral –posiblemente no viniera al caso-, no por ello no ha dejado de tener oportunidades perdidas para pronunciar una palabra profética en nombre de Dios en medio de tanta injusticia social (altísimo paro, desahucios bancarios, estafas bancarias, incremento de la pobreza, pobreza infantil, sufrimiento de la inmigración, etc., etc.). ¡Mucha omisión y clamoroso silencio!. Aunque afortunadamente muchos católicos seglares, religiosos y sacerdotes –incluido algún obispo- no han guardado tan infame silencio ante el grave sufrimiento social.

Por consiguiente, parece claro que Rouco no va con los nuevos tiempos del Papa Francisco, no es su estilo personal, ni aparentemente eclesial, y dada su avanzada edad, debe dejar paso cuanto antes al relevo en el arzobispado de Madrid, para prepararse oportunamente a comparecer ante el Padre Eterno, ante el que todos tenemos que rendir cuentas, en la confianza de su misericordioso perdón para todos.

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