domingo, 8 de septiembre de 2013

PASTORES QUE HUELAN A OVEJA


Tal es la pretensión expresada por el Papa Francisco para el sacerdocio, que sean auténticos pastores, que pastoreen a su pueblo, que apacienten el redil, conforme Cristo indicó a sus apóstoles, que al decir del Papa actual de forma gráfica significa: “pastores que huelan a oveja”. ¡Más claro, imposible!.
En ese punto señaló Francisco una de las urgentes necesidades de la Iglesia referida al ministerio (oficio, para ser más sencillos y expresivos) del sacerdocio, que en sus distintas funciones (episcopales o presbiteriales) ha de mostrarse como una actividad de pastoreo, como Cristo la refirió.
Así la denominada canónicamente “cura de almas” habría de referirse a la asistencia pastoral, a cuidar de los fieles encomendados, a enseñarles la fe de la Iglesia, según la revelación de Cristo, a que conozcan la Biblia (y especialmente el Evangelio) y aprendan a meditar sobre la Palabra de Dios (para que ilumine sus vidas y pueda darse la conversión personal deseada y esperada), para servir en la administración sacramental, organizar los servicios de la Comunidad parroquial (catequesis, culto, caridad, oración común, etc.) facilitando la concurrencia y participación de los laicos, para que se sientan auténticamente partícipes de la Iglesia. Y para ello, han de trabajar denodadamente con la feligresía a su cargo, entregarse en servicio pleno. Siendo esa la única manera en que el Pastor pueda oler a oveja, con el trato y convivencia diaria y continua. ¡No vale ya el modelo de “funcionario eclesiástico”!. Es más, diría que es incluso antievangélico.
Pero para eso habría de darse un profundo cambio en el propio sacerdocio, cuyo paradigma no sería ni el “angelismo espiritualista”, ni el “funcionarial”; habría de ser ese paradigma de “pastoreo”, de servicio pleno a la comunidad eclesial (parroquias, diócesis, etc.), de cercanía a los hermanos en la fe, de no reconocerse superior a la feligresía (no considerar en modo alguno, la perniciosa idea de “carrera eclesial”) sino servidores de esta –siguiendo al Maestro de Nazaret-. Lo cual, podría pasar por la reconsideración del celibato sacerdotal, ya que es una disposición de disciplina clerical, que no se basa en la ley divina, y ayudaría a quitar la inquietante soledad que padecen no pocos sacerdotes.
Igualmente la formación y mentalidad del clero habría de cambiar en el sentido apuntado, de manera que interioricen esa necesidad de servicio, de humilde entrega a los demás como un pilar básico de su entrega al oficio pastoral.
Tal es así, que no pocos fieles echan de menos la apertura de las Iglesias durante todo el día, en vez de que se abran poco antes de la misa diaria –donde la haya- para cerrarla al término de la misma. Con carácter generalizado –que no total- se ha dado cierta relajación y evolución del estamento clerical (que así se ha instaurado como “casta sacerdotal”, emulando el nefasto ejemplo del judaísmo que denunció Jesús) que habrá que corregir con urgencia, para poder evolucionar al paradigma pastoral al que llama el Papa al presbiterio universal.

En ello, con el adelantado perdón de los pecadores propio del cristianismo, habrá de reconocerse esa desviación y sus amargas consecuencias (secularizaciones numerosas, abandono del entorno eclesial, y demás casos poco o nada ejemplarizantes desde el punto de vista de la misma moral católica) que merman la eficacia de una nueva evangelización, si no se da un auténtico giro de conversión, sincero, sencillo, pero evidente para propios y extraños, que hagan así coherente y creíble el mensaje cristiano del que la Iglesia es depositaria, y cuyo deber es darlo a conocer a toda la humanidad y vivirlo desde el respeto al prójimo, y la confianza en Cristo Hijo de Dios y Hermano de los hombres, plenitud de la revelación divina que humanizó la fe de Israel.

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