Ha sido
inaugurada en la población murciana de Torre Pacheco la primera mezquita formal
de la Región de Murcia, con asistencia del alcalde de la localidad, que daba
oficialidad al evento inaugural.
Esta
noticia, que en condiciones normales –como democracia plural- no debería de ser
tal, sin embargo certifica la progresiva normalización de comunidades sociales
en el interior de la sociedad murciana, como es la relativa integración de
sectores de inmigración –en este caso inmigración norteafricana, que en considerable
número ha afincado en nuestra Región, especialmente en Torre Pacheco,
dedicándose a labores agrarias de la zona-; pero al mismo tiempo, supone una
relativa normalización de una sociedad religiosamente plural, como se
corresponde con el ejercicio de la libertad ciudadana en un país libre y
democrático de la UE.
Ambas
situaciones de progresiva integración y normalización social, han de ser frutos
deseados y deseables de toda sociedad abierta y plural, en los diversos ámbitos
(religioso, social, cultural, étnico y político), que aunque rompa con la
tradicional uniformidad de nuestra sociedad cerrada de décadas pasadas, sin
embargo puede reportar –si se gestiona debidamente desde el punto de vista
público- una mayor riqueza cultural y social que viene del encuentro de
diversas culturas en un concreto ámbito de convivencia social y política.
Algo que
sólo es posible desde el mutuo reconocimiento, que posibilite el necesario
respeto recíproco de los diversos colectivos sociales, religiosos y étnicos. En
este punto hemos de constatar que es un hecho en Torre Pacheco, como en otros
muchos puntos de nuestro país, evitando los reprobables rechazos xenófobos que
no ven más que su limitado y propio corto horizonte.
Y dado que
estamos comentando el hecho inaugural de una mezquita, conviene reseñar que en
el ámbito religioso (que tanta distancia histórica tomó con nefastas
consecuencias de hostilidad mutua), en nuestro mundo moderno la propia Iglesia
católica –fruto de sus reflexiones del Concilio Vaticano II que rectificó la
vieja máxima que fuera de la Iglesia no había salvación, se pronunció
positivamente sobre las otras religiones: Encíclica
Ecclesiam suam, Declaración Nostra Aetate, Constitución Lumen Gentium -, se
encuentra abierta al recíproco diálogo, que ha dado sus frutos en los conocidos
“Encuentros de Asís” entre el Papa y representantes de otras religiones.
Llegando a reconocer Juan Pablo II
la presencia activa del Espíritu de Dios en la vida religiosa de los “no-cristianos”
y en sus tradiciones religiosas (Evangelii
nuntiandi y Redemptor hominis).
Naturalmente,
también ha habido una extraordinaria receptividad a este giro eclesial, por
parte de muchos de los responsables de otras religiones (cristianas y no
cristianas), si bien, en el mundo islámico –tan complejo como diverso- aún
queda mucho por andar, en el afianzamiento del respeto al diferente, al no
musulmán, que debe entrañar un respeto a los creyentes en otros credos no
islámicos, debiendo abrirse más en su mentalidad y en su colectivo social hacia
el reconocimiento, respeto y mutuo diálogo y estima de cristianos, judíos,
budistas, hinduistas, y demás formas de vida religiosa, pues ello es no sólo un
progreso humano por la dignidad y el respeto del ser humano (que conforma un
ámbito de derechos humanos- y por ende fundamentales-), sino también de
progreso, civilización, humanidad y plural convivencia social.
En este
punto, sería igualmente deseable que en muchos países islámicos en que se prohíbe
y persiguen otras prácticas religiosas no islámicas, pasaran a respetarse y a
respetar su actividad y divulgación, como esencial del respeto a los derechos
humanos. Y en ese ámbito, deberían de ser mediadores nuestros convecinos que
tienen la alegría de haber podido inaugurar un centro de oración para rezarle a
Dios –desde su perfil cultural y de fe- que no impide ni menoscaba otras
manifestaciones religiosas diversas en el mismo ámbito social local, regional,
nacional o internacional.
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