Ante el inminente viaje del Papa Francisco a
Tierra Santa, las autoridades israelitas han manifestado su preocupación por la
seguridad del Pontífice, debido a las amenazas que se están lanzando desde
grupos del judaísmo ultraortodoxo, aunque se tiene previsto un amplio
dispositivo de seguridad por los recorridos que haga el Papa en Israel.
Este hecho no es algo aislado, sino que viene
en un contexto de incremento de las hostilidades y agresiones de los judíos fundamentalistas
contra población y lugares árabes y cristianos en Israel. Algo, que por otra
parte, está alertando al gobierno judío frente a lo que pudiera ser un rebrote
de odio racista y religioso en ese complicado lugar del mundo que se encuentra
en permanente estado de violencia latente entre unas y otras comunidades que
allí cohabitan (judíos, árabes y cristianos, estos últimos en considerable
minoría).
Aun así, sabido es que en el Estado judío se
viene llevando una política de asentamientos de la población judía – no sólo en
territorios ocupados a los árabes- sino también en poblaciones judías en que
existe mezcla étnica de población, al extremo que se dificulta cualquier
trámite de licencias de obra de personas de comunidades no judías, en tanto que
a estas últimas se le facilitan, con el objeto de promover el asentamiento en
el territorio judío de aquellos que lo son de raza y religión judía, con mayor
facilidad de los que aun siendo israelitas no profesan la religión judía, o
sobre todo pertenecen a otros grupos etnorreligiosos distintos.
Tal es así, que a miembros de las minorías árabe
y cristiana, se les ofrecen frecuentemente estimables sumas de dinero para que
vendan sus propiedades en territorio israelí, con el claro propósito que lo
abandonen y lograr así un progresivo asentamiento interno de la etnia hebrea,
que en el caso de los cristianos han empezado a ayudarse mutuamente para no
vender sus propiedades y poder mantener su presencia en suelo israelí –el mismo
que habitó Cristo-, como también importante es el esfuerzo de comunidades
religiosas cristianas (ortodoxas, y católicas –y en particular, de los
franciscanos como custodios de los Santos Lugares-) para mantener su presencia,
o sea, la presencia cristiana en Tierra Santa, en la Tierra del Señor, sobre la
que se ha llegado a decir que es el “Quinto Evangelio”, por representar la
memoria patente de los lugares en los que vivió Jesús de Nazaret y sus
seguidores, origen ulterior de las Comunidades Judeocristianas, y de la
generación de la Iglesia.
Sin embargo, esa presencia testimonial,
parece no ser del agrado del fanatismo religioso (en este caso del judaísmo
ultraortodoxo) que pretende su implantación en la Tierra de Israel,
especialmente en la ciudad santa de Jerusalén en la que cohabitan –sin apenas
convivencia- las comunidades árabe, cristiana y judía, que es en el fondo la
raíz de la desconfianza, del desconocimiento mutuo y de la reprobación de lo
ajeno que se ve como molestia y acaso con profunda enemistad.
Por consiguiente, en ese estado de permanente
violencia larvada –que de vez en cuando, da lugar a un hecho criminal- en que
se cohabita en Israel (particularmente en los territorios ocupados y en
Jerusalén, objeto de la pretensión de estos grupos fanáticos), no es de
extrañar que cualquier hecho de significación extraordinario y repercusión
pública internacional, sea aprovechado para hacerse notar, y reflejar la
existencia del conflicto latente. Tal es así que en el caso de la visita del
Papa no era difícil pensar que estos odios se removieran, por considerar que
llega a la Tierra de Israel el que estos fanáticos consideran el “jefe de los
cruzados”, representante de lo que consideran una herejía de la fe judía. En
ese contexto también se entiende, la inamistosas declaraciones del rabino del
muro de las lamentaciones –que dijo que no se podía interrumpir el rezo de los
piadosos judíos, por la llegada del Papa, ni siquiera por motivos de
seguridad-, como también lo son todas esas amenazas que se están profiriendo en
Israel contra los árabes, cristianos y sus propiedades en territorio judío.
Evidentemente, no todo el pueblo israelí
participa de esa idea ni de esa actitud, ni tampoco sus autoridades –aunque tengan
que lidiar con ella en su interior, por pragmatismo político-, por lo que no
nos cabe duda que la seguridad del Papa estará asegurada en este viaje
importante por el simbolismo que encierra, tanto para los cristianos, como
también para las recuperadas y normalizadas relaciones con el judaísmo
(especialmente tras el Concilio Vaticano II, y documentos conciliares como
Nostra Aetate), pero sobre todo para el diálogo interreligioso de todas las
Iglesias y credos de fe, para poder vivir con coherencia en paz y fraternidad
esas diversas creencias en una divinidad común, aunque percibida de forma
diversa.
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