domingo, 5 de enero de 2014

A PROPÓSITO DE LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE LA FAMILIA EN MADRID


El día de la Sagrada Familia se ha conmemorado de nuevo por la Iglesia, teniendo su necesaria referencia en la Misa de la Familia celebrada en la Plaza de Colón de Madrid, presidida por el Cardenal Rouco, que desde hace unos años viene a ser la manifestación de parte de la Iglesia española en favor de la familia cristiana, según la tradicional concepción católica.
Habitualmente ha sido una celebración pública capitalizada por el Movimiento Neocatecumenal, con alguna participación de grupos tradicionales del catolicismo en España, si bien la participación de los neocatecumenales está presente de principio a fin de toda la ceremonia.
Así desde la primera larga alocución de Kiko Argüello, con la orquesta de música que se hace acompañar últimamente -desde las JMJ de Madrid-, pasando por la escenografía del envío de más de setenta familias a misionar por las naciones del mundo, lejos de sus hogares habituales, a dar posible testimonio cristiano en unos ámbitos geográficos y culturales distantes y distintos de sus lugares de procedencia, sin preparación pastoral y cultural previa, sino abandonados por entero a un providencialismo profundo, que no pocas veces genera sorpresas en los correspondientes destinos.
Esta cuestión, que como otras entre los neocatecumenales, adolece de la más  mínima racionalidad y se asume por los participantes con un entusiasmo propio de mejor ocasión, conlleva el abandono de sus trabajos, entorno socio-familiar actual, y la emigración con los hijos pequeños a cualquier destino del mundo, con el contraste cultural, muchas veces de desconocimiento de la propia lengua del país de destino, y con la incertidumbre de poder trabajar o no en el país de misión para poder mantener a la familia allí (pues aunque teóricamente, tiene que ayudar económicamente la comunidad de origen – la situación económica de sus miembros, no siempre permite tal dedicación- con el consiguiente problema de sustento de la familia en misión, niños incluidos), lo que reporta un sufrimiento que moralmente no parece justificable, especialmente cuando este puede repercutir en menores.
Todo ello, con un planteamiento puramente dogmático de la fe, junto con una exposición testimonial tópica y típica.
Y sobre todo un planteamiento de moral familiar y de la persona muy concreta y cerrada, de denuncia y trinchera, que contrasta con la apertura manifestada por el Papa Francisco y otros pastores de la Iglesia, más comprensivos con el sufrimiento y la debilidad humana que conlleva rupturas familiares, y formas familiares singulares, que no dejan de tener su problemática familiar y espiritual, ante las que la caridad urge dar respuesta y acogida, aunque no implique total aprobación, pero sí acompañamiento y testimonio, sencillo y sincero, fraterno y misericordioso desde la cercanía, la escucha y la asistencia, en vez del empleo de fórmulas dogmáticas que reprochan, rechazan, juzgan y condenan olvidando la caridad encomendada por el mismo Cristo, que no tuvo problema en sentar a su mesa a pecadores públicos, muchos de los cuales generaron su conversión de vida, sin que ello signifique aprobación, pero tampoco ha de dejar tan patente la reprobación pública de actitudes, pues como dice el Papa Francisco no se puede evangelizar a bastonazos.
No obstante, lo anterior, apreciamos una reducción de asistencia respecto de años anteriores, y quizá pudiera ser por la celebración diocesana de esta fiesta, que también hizo concurrir en lugares como en la Sagrada Familia de Barcelona a muchos fieles conmemorando esta festividad.

Todo ello naturalmente positivo, si se llega a una celebración normalizada en las diferentes diócesis, y sobre todo si se evitan las exhibiciones públicas que puedan horadar en simas sociales, que dividan y confronten a la ciudadanía, pues la tolerancia y el respeto ha de presidir todo acto consecuente de fe cristiana, como de ejercicio de la propia condición ciudadana.

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