lunes, 29 de julio de 2013

EXTRAORDINARIO TESTIMONIO DEL PAPA FRANCISCO EN SU PRIMER VIAJE INTERNACIONAL


El Papa Francisco, en su viaje a Brasil, con ocasión de la celebración de las Jornadas Mundiales de la Juventud, ha dado un extraordinario testimonio evangélico al mundo con su habitual estilo sencillo y directo, con sus gestos de autenticidad, coherencia y austeridad evangélica.
Ha sido en este primer viaje de Francisco, en que se ha puesto de relieve la austeridad evangélica con la que el Papa quiere vivir y dar testimonio al resto de la cristiandad, así alejándose de la idea de que jurídicamente es también un Jefe de Estado, en  el ámbito jurídico político, y de que fuera un príncipe de la Iglesia, en el ámbito eclesial, se ha mostrado realmente como corresponde a la coherencia y autenticidad del sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, con sencillez, con autenticidad, y con la mayor de la autoridad moral para dirigirse al orbe católico y al mundo gentil, siendo así, que como primer gesto ha abandonado el tradicional vehículo blindado que se corresponde con los altos dignatarios nacionales, y ni siquiera ha llevado el conocido “papamóvil” blindado de sus predecesores, haciendo uso para sus traslados de un simple utilitario que causaba extrañeza pues era de menores dimensiones y apariencia que los propios vehículos policiales de escolta; y en el ámbito celebrativo de multitudes ha empleado un vehículo abierto sin blindar para estar más cerca de los presentes.
Pero al propio tiempo, él mismo portaba su cartera, sin dejar que nadie se la llevara, evitando la idea de servicio pontifical. Se dirigió a los obispos concurrentes como “hermanos en el episcopado” –rehuyendo de la idea abierta del primado-, lo que no fue obstáculo para que con claridad meridiana les dijera que abandonaran la idea de ser y mostrarse como “príncipes de la Iglesia” para ser pastores y servidores de la misma, cercanos a los fieles, acogedores de estos.
A los seminaristas les invitó a ser auténticos a su vocación, y a hacer una opción duradera de vida, frente a las opciones perecederas, cambiantes y de corta duración de los tiempos actuales, al tiempo que les exhortó a ir junto con el clero a por los invitados VIP, a por los pobres, siguiendo el mandato evangélico.
A los jóvenes les alertó sobre opciones libres de vida, en coherencia con la fe, que también fueran duraderas y consecuentes con el evangelio, que salieran a las calles a acompañar y atender a tantos necesitados, que dieran testimonio de Cristo, que no se quedaran encerrados en las parroquias, y sobre todo que se rebelaran ante la injusticia de los tiempos actuales que tiende a excluirles junto a la ancianidad –justo a la inversa de la trayectoria histórica de toda civilización, que siempre cuidaba las nuevas generaciones y la sabiduría de los ancianos-.
A todos habló del programa de vida cristiana resumido en las Bienaventuranzas y en el pasaje evangélico de Mt. 25, invitando a reflexionarlo, a meditarlo y a ponerlo en práctica.
Su visita a las favelas, su reunión con los líderes indígenas, e incluso con políticos y personajes de la vida social y económica brasileña, le dio oportunidad de denunciar proféticamente la injusticia del mundo actual, por las injustas relaciones derivadas de un sistema de desigualdad en el reparto de la riqueza, y la generación y seguimiento de los ídolos del mundo, especialmente del dinero.
Pero de todo ello, no faltó su autocrítica a la Iglesia y al estamento clerical, en un gesto de sinceridad y honradez que legitima aún más su discurso, y que hace albergar grandes esperanzas en el cambio interno que urge a la Iglesia, especialmente en lo referente al desarrollo y acogida de los presupuestos del Concilio Vaticano II, que se habían quedado relegados por los anteriores Pontífices, y que Francisco parece dispuesto a llevar adelante como requerimiento de modernidad, y aggiornamiento eclesial especialmente fijado en un evangelio sin aditivos históricos, que acaban por desnaturalizarlo.

Todo lo cual nos presenta la valiente y profética figura de Francisco, un Pontífice, que sobre todo es Pastor, y que urge notables cambios eclesiales en una Iglesia clericalizada que estaba necesitada de reorientar su rumbo en el mundo actual, atendiendo a la esencialidad evangélica como la única “hoja de ruta” que recorrer.

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