miércoles, 17 de agosto de 2011

BIENVENIDA A BENEDICTO XVI



Sea bienvenida Su Santidad a España, y reciba el saludo cordial de los católicos y demás españoles de buena voluntad. Esta tierra de contradicción, no obstante, siempre ha sido afable con sus huéspedes ilustres, entre los que está Su Santidad; y así ha tenido ocasión de experimentarlo en sus anteriores viajes, incluso su predecesor.
Los católicos tenemos la ocasión de recibirle y escuchar su palabra profética, y los no católicos tienen el honor de compartir esta visita excepcional, que tanto visitante atrae, con beneficios subsiguientes para el país, en un tiempo de dificultades económicas no menores.
Creemos que es una oportunidad importante para anunciar a JESUCRISTO al orbe mundial, más allá del recurso fácil a los convencidos, a la bailona juventud que están reflejando los medios de comunicación. De mostrar que esa felicidad no es artificial, sino auténticamente real, dentro de las dificultades de la vida; y mucho más allá de las cuestiones intraeclesiales, debería de anunciarse valientemente la “Buena Nueva” Evangélica en su auténtica dimensión de libertad y respeto a la persona humana, de denuncia profética del pecado colectivo (por el que no nos mostramos “hermanos en Cristo”, por frialdad ante la desgracia ajena, por la falta de solidaridad, en definitiva de caridad, que nos llevan a ver normal un reparto desigual de la riqueza mundial, a asumir un sistema económico de especulación financiera globalizada, de explotación de los fuertes sobre los débiles), que redimensione su moral social más allá de la intimidad conyugal o de pareja.
Consideramos que también es una oportunidad para intentar un acercamiento entre los cristianos –pertenecientes a diferentes Iglesias-, de auspiciar el movimiento ecuménico mundial de acercamiento, diálogo y respeto entre los cristianos y no cristianos.
Oportunidad de que la Iglesia se abra a un diálogo fraterno postconciliar, que desarrolle auténticamente los postulados del Concilio Vaticano II, que abandone el paradigma medieval de Iglesia eminentemente clerical, y se tome conciencia que la Iglesia la forman todos los fieles, entre los que hay diferentes dones de servicio (diaconía), más que propiamente jerarquía.  De hecho, esta última palabra no aparece en la Biblia, y sí la de diaconía (servicio).
Que la Iglesia no zanje una “trinchera social”, mostrándose a la defensiva frente a quienes no piensan como los católicos. Que haya un acercamiento a los divorciados –siendo admitidos, en gesto de caridad, a la comunión-, facilitándose el estudio de posibles nulidades de sus matrimonios canónicos en conflicto. Y sobre todo acogiendo, no señalando, marcando públicas diferencias, que tanto dolor moral añaden al dolor humano.
En definitiva que se asuma un comportamiento humanista, de auténtico seguimiento de Cristo, en el que prime la CARIDAD = EL AMOR, la MISERICORDIA DIVINA a la Ley humana, que evite el típico comportamiento farisaico de autojustificación ante la ley, y muestre públicamente la incoherencia entre lo que se predica y se obra.
El cristianismo no puede servir de excusa para hacer “guettos” sociales, económicos y políticos, que exhiban la propia bondad, y señalen la ajena maldad. Tampoco debe ser utilizado como coartada para lobbys políticos. Ni la enseñanza –en tanto que instrucción pública- ha de ser una prioridad de la Iglesia, pues su auténtica prioridad ha de ser la evangelización. En la actualidad la “Nueva Evangelización” que no puede ser algo exclusivo de la jerarquía, de la clerecía, sino que han de dar paso activo a los laicos, a las comunidades eclesiales parroquiales, previa una nueva catequización de adultos y jóvenes. Que se acuda a la Biblia (= “Palabra de Dios”) para encontrar el auténtico sentido de la vida de cada uno, lo que Dios le inspira en su vida, atentos a los dones de la Gracia, sin perderse en dogmatismos doctrinarios o moralismos trasnochados, como tampoco en pietismos quietistas que fueron rechazados por la misma Iglesia.
Santidad, hace falta un profundo esfuerzo de maduración en la fe, como colectivo eclesial, que nos acerque a los hermanos separados, e incluso no creyentes. ¡Sintiéndonos todos hijos de Dios..!; y el clero, con los obispos, han de ponerse al servicio de esa Iglesia como auténtico servicio a Dios a través de Cristo.
La situación, Su Santidad la ha de conocer, es dramática, las últimas encuestas de España, reconoce un 70% de católicos, donde entre el 10 y el 15% se reconoce practicante. Ante lo cual, ¿algo habrá que hacer…?, algo que acerque de verdad la Palabra de Dios al corazón humano, a su realidad existencial, que le aporte luz en el drama vital. No se puede mantener un clero que sólo abre la Iglesia media tarde, durante los días laborables, y que atiende a la media hora de Misa y poco más. Al tiempo que tampoco se puede desperdiciar, a tantos laicos que estarían dispuestos a ayudar en labores evangelizadoras y en la ordinaria misión de la Iglesia.
De igual manera que ser católico tampoco debe responder necesariamente, al paradigma de persona tradicionalista y de derechas.
Por consiguiente, estamos en un tiempo en que se hace necesaria una reflexión profunda sobre el catolicismo, la Iglesia, y se desarrollen los postulados conciliares que se aparcaron. ¡No tengamos miedo…!.
De lo contrario, habrá que dar la razón a algunos sectores de la Iglesia que se muestran escépticos, cuando no críticos, con el formato y resultados estables de estas Jornadas Mundiales de la Juventud, en que más allá de unos días de viaje, convivencia y sana diversión juvenil, habrá de sembrar la auténtica semilla evangélica y esperar sus frutos de vida eterna.
De lo contrario, como ha dicho algún obispo sudamericano, nos quedaremos en un ritualismo vacío, o un sentimentalismo juvenil, que se evaporará con el calor ambiente.
Por cierto, con el debido respeto, Santidad, no veo muy adecuado al fin de las Jornadas la exposición de la reliquia de la ampolla de sangre de su predecesor. Tal hecho, es más un signo eclesiástico medieval, que de la Iglesia del tercer milenio, que puede tender incluso a desviar la atención hacia una “papalatría” bíblicamente insostenible.

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