miércoles, 18 de marzo de 2015

¿EL PAPA FRANCISCO: “RENOVACIÓN ECLESIAL” O “TORMENTA DE VERANO”?


En el segundo aniversario del acceso al pontificado del cardenal Bergoglio, como Papa Francisco, es común ver análisis diversos en los que se subraya el peculiar estilo del nuevo Papa y su empeño fundamental en renovar la Iglesia, pero pocos llegan a atisbar o apostar por el alcance de sus pretendidas reformas eclesiales.
Esto último nos parece particularmente interesante, por cuanto la reforma eclesial es algo más que una necesidad, lo demanda la cristiandad y en cierta medida la continuidad de esta misma, ante el grave proceso de secularización habido en su seno, en el que también se ha dado una reacción conservadora de porte fundamentalista, volviendo a plantear la necesidad de una “Iglesia de trinchera”, a la defensiva del enemigo exterior e interior, so pretexto de heterodoxia y aún herejía.
Resulta muy lamentable contemplar algunas manifestaciones de personas de Iglesia, especialmente algunos clérigos y hasta algún prelado, que desde tesis fundamentalistas apelando a la ortodoxia y a la obediencia empiezan por manifestarse desobedientes, discrepando y criticando al propio Papa Francisco. Aunque tal actitud, sea contradictoria con algunos de sus propios planteamientos, suele ser “condición humana”.
Pero siguiendo con nuestro análisis, habría que empezar por preguntarse: ¿qué Iglesia heredó el Papa Francisco?.  A esta pregunta habría que contestar que recogió una Iglesia conservadora (recompuesta sobre su intento de apertura y renovación del Vaticano II, por Juan Pablo II –que venía de la Iglesia polaca, conservadora, atrincherada ante las amenazas externas de los totalitarismos nazi y comunista-, que no desarrolló plenamente los postulados conciliares, dejando pendiente la reforma eclesial, propiciando un neoconservadurismo eclesial), lo que determinó que la mayoría de la jerarquía eclesial sea conservadora, con la que el Papa Francisco viene a ser un “verso suelto”.
Además heredó una estructura medieval de gobierno eclesial, jerárquica, autoritaria, distanciada de la realidad histórico-temporal, con corruptelas internas y escándalos varios, en lo que suponían conductas morales nada evangélicas ni siquiera existencialmente edificantes, ante las que el Papa Ratzinger se mostró débil y traicionado por su círculo íntimo, que le llevó a tomar la honorable decisión de dimitir, ante la impotencia personal de poder cambiar tal estado de cosas.
De todo ello, emergió Bergoglio (primer Papa jesuita) que venía de una realidad eclesial en las antípodas de la curial, que pronto llegó a la idea de un drástico cambio en la curia romana, que además impuso un estilo personal de austeridad, sencillez, cercanía y claridad, como apenas utilizaron ninguno de sus antecesores, que conectó pronto y bien con el Pueblo cristiano y no cristiano, que asistía admirado de la valentía y entereza de un Papa que empezaba a llamar a todos a la Verdad evangélica de forma clara y directa, al punto que los sectores más ortodoxos se empezaron a preocupar por tanta locuacidad papal, que venía a poner “patas arriba” el statu quo eclesial de siglos, y que denunciaba con rotundidad actitudes hipócritas y pecados eclesiales sin ambages ni disimulo, en los que ha apelado al clero para que sean “pastores” que huelan a oveja (que se acerquen a su pueblo, que lo pastoreen y cuiden), a los obispos para que trabajen más en sus diócesis (que no sean obispos de aeropuerto, siempre de viaje), apelado a la paternidad responsable (rechazando la imagen de “mujer coneja” mera paridora de hijos), y a la universalidad del carisma cristiano ejercido con autenticidad (distinto de ser “numerario” de una secta), etc., etc.
Naturalmente todas esas afirmaciones no han pasado desapercibidas, ni de balde, pues mientras para el pueblo cristiano ha supuesto una auténtica “primavera eclesial” el pontificado de Francisco, para sectores ortodoxos (entre los que cabría contar a gran parte de la jerarquía eclesial, nombrada por sus predecesores), tales afirmaciones sería un despropósito inaceptable en un Papa, cuando no un desvarío de un “jesuita filocomunista”, que en el mejor de los casos hay que esperar que su pontificado sea corto, y todo esto pase rápido, para que esos sectores vuelvan a retomar el control pleno de la Iglesia.
Ni que decir tiene, que las grandes y graves resistencias a las reformas eclesiales del Papa Francisco vienen de esos sectores conservadores, que prefieren una “Iglesia- trinchera” (a la defensiva, supuestamente perseguida, enfrentada al mundo, guardiana de una ortodoxia doctrinaria, más que de una fe evangélica libre).
En ese contexto, el pontificado de Francisco puede ser un corto paréntesis, en la involución eclesial dada desde final de los años setenta del pasado siglo, si Francisco no logra acelerar sus reformas, y si estas no logran cambiar las raíces de una Iglesia medieval autoritaria, clerical, jerárquica, doctrinaria y por naturaleza conservadora, y trasladarla al S. XXI desarrollando los postulados del Concilio Vaticano II, más abierta al mundo, más evangélica, coherente, sencilla, profética que invite a una auténtica conversión vital (un cambio de vida existencial) desde la experiencia madura de la fe en libertad, en el Pueblo de Dios (sin manipulaciones clericales).

Por ello, cabría preguntarse si el pontificado de Francisco supondrá una “revolución eclesial” (que está aún por llegar), o acabará siendo una “tormenta de verano” (como parece vislumbrarlo el sector más ortodoxo de la Iglesia, que espera que pase pronto).

No hay comentarios:

Publicar un comentario