sábado, 1 de noviembre de 2014

TENSIONES ECLESIALES EN EL ÚLTIMO SÍNODO DE LA FAMILIA


En el Sínodo sobre la Familia convocado por el Papa Francisco, para escuchar a la Iglesia sobre la actual situación de la familia en el mundo, y la posible adaptación eclesial a alguna de las nuevas realidades familiares, se ha producido un profundo y polémico debate, que pone de manifiesto importantes diferencias en el propio seno de la Iglesia en cuanto a determinadas concepciones del depósito de fe y su aplicación a nuevas realidades humanas.
Algo que el Papa Francisco ya sabía desde su convocatoria, y que probablemente por ser consciente de esas diferencias de percepción y criterio, convocó el referido Sínodo en la necesidad de reflexionar en el interior de la Iglesia sobre las nuevas realidades familiares, que han de motivar un análisis y debate para su acometida y acercamiento pastoral.
Sabido es que resultan cuestiones complejas, desde el punto de vista humano –con el consiguiente sufrimiento, que conlleva cualquier ruptura matrimonial, ruptura del amor y fracaso del proyecto matrimonial y familiar concreto, con rostros de personas sufrientes, muchos de ellos hermanos en la fe-, pero no menos complejas desde el punto de vista doctrinal, si se quiere apostar por una línea de infalible ortodoxia, que lleva quizá a deshumanizarse, y por paradoja, a descristianizarse. Acaso por aquello que la perfección no es humana, aunque hayamos sido llamados a la perfección en Cristo, por su gracia y puro don de su liberalidad, pues sin El, nada somos, como dijo el apóstol Pablo.
Pero no es menos cierto, que junto con el nuevo mandamiento del Amor, Jesucristo infundió una ética de misericordia a todo el comportamiento cristiano, se reunió con pecadores, no rehusó el conflicto con la legalidad, apelando al Espíritu, frente a la letra de la ley, sin por ello necesariamente derogar la ley, sino como bien dijo, a darle pleno cumplimiento, en el marco del Amor a Dios y a los hombres, en un marco de misericordia y de perdón.
Resulta pues, considerar el tema en ese contexto (de misericordia, de perdón, de acompañamiento, de no rechazo, de no juzgar, de aliviar sufrimientos al hermano que los padece, de evitar que se pierda). Por consiguiente, en ese contexto entendemos al Papa Francisco, que ante todo se siente Pastor de sus ovejas (las que Dios le ha entregado) para que no se pierda ninguna, y así ha decidido de forma valiente abordar un tema vidrioso y difícil como es la consideración de las nuevas realidades familiares, y en particular de los divorciados vueltos a casar, cuya situación de irregularidad nadie ignora, pero frente a la posición legalista de reprobación, e incluso rechazo farisaico, el Papa Francisco y la mayoría de los padres sinodales asumiendo tal situación, hacen primar la consideración de la misericordia y del amor, invitando a no juzgar al prójimo sino a cuidarlo, quererlo y acompañarlo, sea quien sea, y esté como esté, a facilitarle que pueda acercarse a la “Casa del Padre” a “curar sus heridas” de las dificultades de la vida, y a implorar el perdón de Dios.
En esta situación, ¿quién legítimamente está en condiciones de negarle su participación en la “Mesa del Padre”?, ¿sobre qué pretexto de pureza moral y espiritual se le niega la convocación a la “Mesa paterna”, cuando el mismo Jesús nos dijo que lo impuro no es lo que nos hace daño (lo que viene de fuera), sino lo que tenemos en el corazón cada persona?, ¿quién se atreverá a lanzar la primera piedra, asumiendo estar libre de pecado, juzgando y condenando en el nombre de un Dios que es Amor y Misericordia?.
Por tanto, este valiente y decidido gesto del Papa Francisco en hacer reflexionar a la Iglesia sobre estas difíciles cuestiones, que se mueven en sutiles líneas de pensamiento y obra, no es sino uno de los primeros pasos para volver a la Iglesia ante Cristo, para conocerle mejor, y seguirle mejor. Esta Iglesia del S.XXI tiene que volver sobre Cristo y dejar el legalismo farisaico, y el doctrinarismo de la falsa seguridad que posterga la humanidad sufriente de Cristo.

Naturalmente, toda reflexión sobre cuestiones complejas que afectan a replanteamientos de vida y doctrina, suelen ser no menos complejos, e incluso a no pocos les genera el vértigo de la duda ante un cambio de rumbo o tratamiento de determinadas cuestiones que se reconsideran de forma distinta, pero esa angustia de la incertidumbre, de la inseguridad, el cristiano ha de llevarla a la oración, primando la misericordia y mostrándose criatura ante el Amor de los Amores, que nos sostiene y nos muestra su camino. Por lo que no debe de escandalizarnos, ni preocuparnos que haya algunos padres sinodales inquietos y conmovidos con novedosos abordajes que no acaban de compartir o ver. El Señor se los irá haciendo ver, e incluso nos mostrará a todos el camino con el discurrir del tiempo, hasta su manifestación definitiva, según nuestra fe y nuestra esperanza.

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