lunes, 15 de septiembre de 2014

EN ITALIA TRAS LAS HUELLAS FRANCISCANAS


El que esto escribe ha participado de una peregrinación franciscana por Italia tras las huellas de San Francisco, como uno de los grandes santos de la cristiandad, exponente de la vivencia evangélica íntegra, en lo que supone un riguroso seguimiento de Jesús.
Estos días de peregrinación por tierras de Italia han sido una gran bendición para los que la hemos realizado, pues hemos tenido la ocasión de acercarnos a una de las experiencias de fe más profundas, como es la franciscana, en el legado que tanto Francisco como Clara de Asís han dejado a sus seguidores y  en general a la cristiandad.
Como en toda peregrinación, se llevó la intención de acercarnos desde nuestra experiencia de fe al testimonio y vida de los grandes santos de la familia franciscana, pudiendo vivenciar en su legado, los lugares donde vivieron y dieron testimonio de su fe, cómo se fiaron de Dios profundamente, poniéndose en sus manos, viviendo en profundidad su Evangelio, en la humildad de los últimos, con la pobreza evangélica del que todo lo pone en manos del Señor, su austeridad –que nos denuncia tanta comodidad y tanto consumismo de la vida moderna-, sus fraternidades –auténticas casas de acogida de hermanos iguales, y honda espiritualidad- en los que se conjugaba el amor a Dios y a los hombres –hermanos en el Señor-. ¡Toda una rica experiencia de fe!. ¡Qué gran ejemplo!. ¡Qué revulsivo para imitar!.

Lugares como Padua, donde está enterrado San Antonio, ese gran sabio franciscano, que asumió el estilo humilde, pobre y de servicio de Francisco, habiendo dejado de lado sus éxitos académicos y profesionales, para dedicarse a la oración y al servicio a los demás. En Padua todo rezuma recuerdos del santo franciscano, al que en Italia se le venera con gran reverencia, como queda testimoniado por los numerosos escritos, flores y fotografías de feligreses que se han dejado en su tumba, en las numerosas peregrinaciones que recibe habitualmente en la basílica de esta ciudad del norte de Italia.

También resultó sobrecogedora la visita al monte La Verna, en medio de un bosque montañoso de la región italiana de La Umbría, a unos 1.200 mts. sobre el nivel del mar, en que se alza también otra basílica franciscana que recuerda la estancia de San Francisco en las cuevas donde oraba, y en las que le aparecieron los estigmas de Cristo.
No menor impresión suscitaron el Monasterio de Greccio excavado en plena piedra de un alto monte, donde Francisco creó el primer belén; o incluso las cárceres (cuevas) de Asís en que en medio del monte Francisco y sus frailes se retiraban a orar viviendo en unas cuevas con el rigor propio de su pobreza y del medio forestal.
Siendo de resaltar, Asís ciudad natal del santo italiano, en la que se erige un complejo eclesial en el extremo elevado de la misma, con dos basílicas superpuestas que le recuerdan, donde reposan sus restos mortales, y al que peregrinan miles de personas, en recuerdo del patrón de Italia. Y ello, sin olvidar a Clara, fundadora de la orden segunda franciscana (clarisas) cuyo recuerdo aún permanece vivo en el pequeño y modestísimo convento de San Damián en la campiña de Asís, y en la basílica que se construyó posteriormente en su memoria en el mismo pueblo, donde reposan sus restos mortales.

La basílica de Ntra. Sra. de los Ángeles, al pie de la montaña de Asís, construida por orden papal para albergar la pequeña cabaña de la porciúncula donde S. Francisco y sus frailes iniciaron su andadura, y donde la devoción popular hace que se concentren habitualmente gran número de feligreses a rezar, siendo de reseñar el multitudinario y emotivo rezo del rosario con ulterior procesión con antorchas acompañando a la virgen por la amplia plaza de la basílica, al canto de himnos marianos, que ponen de manifiesto la gran devoción que se siente en Italia por la figura de María, y también de los santos franciscanos.
En definitiva una grata experiencia religiosa, recomendable para el que pueda realizarla, pues toda peregrinación supone una salida del ámbito personal y rutinario, para buscar el encuentro con el Misterio de la fe, en sus diversas manifestaciones que lo testimonian.


Para concluir, cabe mencionar la obligada visita a Roma, donde tuvimos ocasión de asistir a la habitual audiencia de los miércoles con el Papa Francisco, en la que la plaza de S. Pedro estaba a rebosar con una estimación en torno a las 20.000 personas, donde tuvimos ocasión de escuchar a este gran Pastor que nos ha propiciado el Espíritu, que nos instruyó sobre las obras de misericordia, cuestión que no es baladí para nuestra fe.

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