jueves, 28 de agosto de 2014

MOVIMIENTOS CLAVE EN EL EPISCOPADO ESPAÑOL


El Papa Francisco, tras poco más de un año de su pontificado, empieza a aprovechar los relevos episcopales –por las forzosas jubilaciones de algunas mitras- para hacer los nombramientos que estima más acordes con su nueva línea pastoral. Así aprovechando el retiro de Mons. Rouco Varela –precisamente en este día de S. Agustín-, ha designado para la archidiócesis de Madrid a Mons. Osoro –arzobispo de Valencia-, y en el lugar de éste en Valencia, ha nombrado a Mons. Cañizares.
            En cuanto al primer movimiento –como ya comentamos en nuestro anterior artículo-, parece que tiene su lógica por cuanto supone un estratégico puesto de la Iglesia española, para imprimirle a esta los aires de renovación eclesial que propugna el Papa Francisco, en una línea de retorno abierto al Evangelio (servicio y primacía por los pobres, austeridad, sencillez, presteza en la atención a la feligresía, fraternidad eclesial, etc.).
            Sin embargo, el nombramiento para la archidiócesis de Valencia del cardenal Antonio Cañizares, no parece que sea un movimiento en la misma línea, puesto que Cañizares –ahora más discreto en sus últimas declaraciones, en la línea del nuevo pontífice, se ha adaptado a los nuevos tiempos-, puesto que no lejos están sus diatribas desde la cátedra de primado de Toledo desde donde ejerció un magisterio y una pastoral de línea más tridentina que vaticana, sin mencionar aquellas fotos que se publicaron de él presidiendo un acto litúrgico de un grupo tradicionalista en la que aparecía vestido como un cardenal del medievo con una cola de varios metros de extensión, sobrellevada por varios oficiantes, impropias de una Iglesia postconciliar, y aún más evangélica, que dio paso al ridículo público y hasta al escándalo.

            Además, del paso de Mons. Cañizares por la curia vaticana apenas va a quedar huella de su labor y obra al frente de sus responsabilidades, y más bien parece que su presencia en la misma estaba amortizada, por lo que su nombramiento en Valencia –su tierra natal- bien pudiera interpretarse como una forma de quitarlo del círculo próximo del gobierno eclesial romano, con el señuelo de la sede arzobispal de su “patria chica”, como paso previo a la obligada jubilación.
            Pues aunque Cañizares haya captado pronto el nuevo tono pontifical y procure su reproducción por medios propios, no hace sino presentarle como un probabilista adaptativo, que se “aggiorna” con docilidad; de manera tal, que este movimiento no aparenta tanto ser de tipo renovador sino “despejador”, para que deje paso en su actual puesto de la curia a persona de mayor sintonía con el actual pontífice.
            Y es que a diferencia de un relevo gubernamental, en cualquier país del mundo, en que el nuevo presidente puede nombrar sus ministros y sus prefectos o delegados gubernamentales afines, en provincias; en la Iglesia, los cargos episcopales son vitalicios hasta la jubilación o renuncia del interesado, de manera que los cambios de sintonía en la cadena jerárquica eclesial suelen llegar con cierta demora, salvo en el caso de “conversos” que ya se saben que se muestran con extraordinario entusiasmo.
            Sin embargo, hoy día de S. Agustín, acaso sea bueno recordar el lema de la familia agustiniana (“ánima una et cor unum in Deum”) para desterrar cualquier tipo de cabildeos, desuniones y disensiones en el seno de la propia Iglesia, más allá de las sensibilidades carismáticas existente en la misma, que por el contrario la enriquecen.

            Por ello, en la esperanza de ser conducidos por el Espíritu –que sopla donde quiere y cuando quiere- en la singladura de la barca eclesial, consideremos que todo haya de ser para mayor gloria de Dios.

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