sábado, 1 de febrero de 2014

PRIMERA AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO CON LOS “KIKOS”

          

         El Papa Francisco ha tenido en Roma una audiencia con los Neocatecumenales (conocidos popularmente como los “kikos”), a cuyo frente iba su fundador Kiko Argüello, y le acompañaban medio centenar de prelados, en un acto en que se ha procedido al envío de “familias en misión” ad gentes, a las naciones del mundo.
                Este encuentro particular, que perseguían los responsables del movimiento neocatecumenal desde el nombramiento del nuevo Papa, que finalmente se ha producido casi al año de su elección, ha propiciado que el fundador del movimiento neocatecumenal –que tiene la aprobación definitiva desde el 2008, como itinerario de iniciación en la fe- le explicara al Papa el itinerario del mismo, y presentara a las numerosas familias que estaban dispuestas para marchar a los distintos países de misión en el mundo, que finalmente el Papa ha enviado con su bendición.
                De igual modo, el Papa Francisco ha agradecido –en nombre de la Iglesia- la disposición de las familias misioneras, reconociendo su ardorosa fe, si bien les ha hecho las recomendaciones que como “padre espiritual” correspondían, llamándoles a la comunión con las iglesias locales en las que se van a insertar, apercibiendo sobre la primacía de la comunión eclesial pese al sacrificio de aspectos carismáticos del propio movimiento. Algo que puede ser entendido, no sólo para la inserción en las iglesias locales de misión, sino también para la práctica diaria en las iglesias locales de procedencia y donde viven su fe las demás comunidades de este movimiento eclesial.
                Con todo es obvio, que el Papa ha respaldado con su presencia y bendición esta disposición misionera de este movimiento eclesial, al que ha expresado su gratitud por ello. No podía ser de otra manera. Si bien, tenemos nuestras dudas sobre si comparte plenamente el procedimiento de emplear familias enteras con hijos menores para una aventura humana de incierto resultado –que por muy providencialista que se sea, al implicar a menores, su bienestar, seguridad y desarrollo, habría de reconsiderarse por razones de prudencia, humanidad e incluso de operatividad de la propia misión-.
                Tradicionalmente los misioneros han sido religiosos y religiosas, pertenecientes a órdenes de la Iglesia, que asumían, preparaban y sostenían a los misioneros y a las misiones. No pocas veces, corrían penurias de todo tipo, e incluso peligros físicos, que asumían en el nombre de Cristo, incluso hasta el martirio. Pero esa decisión para que sea moralmente aceptable ha de entrañar una decidida voluntad de la persona, que opta por ese camino –fruto de una vocación, asistida por su experiencia religiosa-, caso que no se da en los menores que son llevados por sus padres –que deciden esta vida de misión, aventura, riesgo y hasta penalidades, arrastrando a sí a sus hijos menores, que no han tenido opción alguna-.
                Por otra parte, el resultado de una misión religiosa de personas que no tienen una preparación catequético-pastoral y/o teológica, ni tampoco cultural y lingüística, nos hace pensar que reducirá las posibilidades de su misión extraordinariamente, ya que a lo máximo que se aspira es a insertarse testimonialmente en una sociedad lejana, desconocida y de cultura extraña, en la que la integración es más que cuestionable a corto y medio plazo. Y posiblemente se genere cierto gueto o marginalidad de la familia misionera respecto de su entorno social, en el que no se les llegue si quiera a entender. A otro nivel, podría servirnos el ejemplo de la misión que los mormones llevan desde hace años en España, en que no acaban de insertarse socialmente, y su misión apenas progresa. Y eso, que en ese caso sólo emplean a jóvenes solteros, en vez de familias.
                Ya hay experiencias negativas de algunas de estas misiones, fracasadas en los objetivos pretendidos, y también en los medios, pues no pocas veces, la familia llega a un país extranjero sin medios propios (ni trabajo, ni posibilidades del mismo), cargados de niños a los que atender y asistir; en tanto que la ayuda económica de la comunidad de origen que ha de sostener la misión no tiene la suficiente entidad –por falta de aportes económicos- y apenas les llega el dinero, cuando no sufre extraordinarios retrasos, que lleva a la familia en misión a auténticas penalidades económicas. De hecho, se conoce algún que otro caso, de familias misioneras de kikos que han tenido que acudir a pedir ayuda a párrocos o conventos religiosos.
                Y todo ello, sin contar con los problemas que los hijos más mayorcitos van teniendo al vivir determinadas situaciones de sufrimiento económico, precariedad, y desarraigo, que les puede afectar en su desarrollo emocional personal y en su progreso académico.

                Por consiguiente, creemos que debería repensarse este tipo de misión familiar en la precariedad tan grande que conlleva, pues genera más sufrimiento que resultados, y sobre todo porque no parece moralmente justo someter a ese tipo de sufrimiento, riesgo y penuria a los hijos menores de edad. Acaso ese replanteamiento y rectificación pueda ser también un signo de humildad y humanidad en los dirigentes del movimiento neocatecumenal, de prudencia y responsabilidad en los matrimonios que dan este tipo de paso vital, y de reflexión moral paternal y fraternal en el resto de la comunidad eclesial.

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