domingo, 20 de marzo de 2011

“¿Qué pasa con los curas?”, artículo de Mons. García Aracil


Pues pasa que son tan necesarios para quienes buscan la verdad y el bien donde se encuentra, como extraños y molestos para quienes buscan la satisfacción de sus intereses y necesidades fuera de la verdadera fuente. Debo explicar esta afirmación que a muchos podría resultar pretenciosa y carente de fiabilidad.
Por la fe sabemos que Dios existe; que es el principio y el fin de todo y de todos; que en Él está la razón de ser y el sentido de la vida y de la muerte, de las alegrías y de las penas, de la salud y de la enfermedad, de la prosperidad y de la adversidad. Dios, manifestado plenamente en Jesucristo, es la Verdad y el Bien infinitos y el camino para alcanzar la plenitud. Por tanto, Dios es la única referencia para quienes desean vivir en la verdad y el bien, en la justicia, el amor y la paz. Olvidar esto sería caer en el ateísmo o tergiversar, consciente o inconscientemente, la realidad. Con estas reflexiones no pretendo juicio alguno sobre personas, sino llamar la atención de cuantos me sea posible, para que el error o las sombras con que muchas veces desvirtuamos la luz de la verdad, no prevalezcan sobre ella. Un signo privilegiado de vida es la libertad. Predicando en su favor, Jesucristo dijo: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32). El que no vive en la verdad, mutila su libertad a la que debe aspirar porque es imagen y semejanza de Dios.
Volvamos a los sacerdotes. Ellos son, por voluntad de Dios, quienes hacen presente al Señor en la proclamación de la palabra de Dios, en la celebración de los sagrados misterios, en la administración de la misericordia infinita de Dios que nos ama infinitamente más que podamos amarnos cada uno a sí mismo. Los Sacerdotes son los ministros de Jesucristo para la celebración de los sagrados misterios a lo largo de la historia. En ello tiene su razón de ser la Iglesia militante como pueblo de Dios que peregrina por este mundo a través de la historia. De tal modo es cierto lo dicho, que se ha afirmado con verdad que sin el sacerdocio no puede existir la Iglesia.
El Sacerdocio único y pleno que hace a la Iglesia es el Sacerdocio de Jesucristo. El sacerdocio de los Presbíteros y de los Obispos, es participación gratuita de aquel, y don precioso que Dios hace a la Iglesia, a los cristianos y al mundo. Dios los ha elegido como especiales mensajeros y transmisores de su gracia.
Teniendo en cuenta lo hasta ahora expresado, puede entenderse que la preocupación por el despertar de las vocaciones sacerdotales y por formación y la santificación de los sacerdotes equivale a la preocupación por la Iglesia, por nosotros mismos y por el mundo. Todos hemos sido incluidos en las palabras de Jesucristo cuando hacía referencia a su labor pastoral encaminada a la formación de un solo rebaño bajo el cayado de un solo Pastor (cf. Jn. 10, 11-16).
En estos momentos nos encontramos con serias dificultades para ofrecer al pueblo de Dios los sacerdotes que necesita para su cuidado. Sin embargo no debemos dudar de la promesa del Señor a través del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón” (Jer, 5, 13?). Pero la fe en la promesa del Dios, no excusa nuestra responsabilidad para preparar los caminos por los que ha de llegar la vocación al alma de niños y jóvenes. Por eso, en determinadas ocasiones me dirijo a vosotros, sacerdotes, miembros de la Vida Consagrada y laicos de nuestra Archidiócesis, para estimular en vosotros el espíritu de oración y de apostolado. Es necesario, y está siendo ya muy urgente en nuestros días que cada uno, desde su lugar en la Iglesia, en la familia, en la escuela y en la sociedad, por colaborar con esfuerzo y esperanza al resurgir de nuevos candidatos al Sacerdocio ministerial. Con ello contribuimos al crecimiento de la Iglesia, al sentido verdaderamente cristiano de las familias en cuyo seno quiera el Señor suscitar un Sacerdote.
En el día tradicionalmente dedicado a la oración por las vocaciones, nuestra súplica debe elevarse al Señor pidiendo por quienes tienen una especial responsabilidad en la promoción de las vocaciones, en la educación de los posiblemente llamados y en el discernimiento de los candidatos al sacerdocio ministerial. En esta oración no debemos olvidar a los Obispos, Presbíteros y Diáconos a los que el
Sería injusto preocuparse por las vocaciones sacerdotales solo cuando se hace especialmente notorio su descenso. Pero sería un contrasentido no acentuar nuestra oración y nuestro trabajo, digamos vocacional, en estos momentos de preocupante escasez.
Aprovechemos la Jornada dedicada al Seminario para unirnos en la oración y en la tarea que a cada uno corresponda al servicio de la promoción vocacional para el ministerio sacerdotal en la Iglesia.
+ Santiago García Aracil
Arzobispo de Mérida-Badajoz

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