Este año le ha correspondido al
conocido político murciano Adrián Viudes pregonar la Semana Santa en Murcia,
habiendo llevado a cabo una excelente disertación estética, costumbrista, con
ribetes emocionales de ensalzamiento de la tradición cultural y religiosa
murciana, con tintes casi líricos.
En el inigualable escenario del
Teatro Romea, ante las autoridades civiles y eclesiásticas murcianas y lo más
granado de la sociedad pasional local, Viudes que ostenta el cargo de
presidente de la Autoridad Portuaria de Cartagena, y es a la vez cofrade y aurora,
se ha deshecho en halagos a la Semana Santa de Murcia, con referencias a
coplas, a recuerdos de infancia, anécdotas y al relato de sendas salves de la
Pasión, seguido de la referencia estética barroca de nuestras procesiones, de
los escultores, cofradías y múltiples sentimientos que le embargaban; hasta
dedicó palabras a los tambores y trompetas, e incluso a los típicos caramelos. ¡Un
gran discurso estético costumbrista!. Acaso era lo que se esperaba del
pregonero, como siempre, la referencia estética, costumbrista, emocional, a la tradición
procesional, a las cofradías de Semana Santa.
Sin embargo, se nos antoja un
perfil de discurso meramente tradicional, estético, sentimental y hasta lírico,
pero acaso no evangélico.
Quizá desde el punto de vista
cultural, hayamos de felicitar a Adrián Viudes, pero desde el punto de vista
evangélico, de la fe de Cristo, de lo que supuso su mensaje, misión y redención
no. Sin embargo, esto último creemos que es el núcleo de fe en Cristo, su
manera de vivir, de conducirse, su predicación, su elevado código moral que
corregía a la ley mosaica más allá de su mero cumplimiento, que humanizaba la
religión, la fe, la confianza del hombre en Dios, en un Dios que se encarnaba,
que se acercaba al hombre, lo comprendía, lo acogía, sufría con sus
sufrimientos, trataba de aliviárselos, y apelaba al amor fraterno incluso al
enemigo. Elevando exponencialmente el dintel moral hasta entonces conocido.
Tal es así, que en esta situación
histórica que estamos viviendo, con un profundo malestar que invade a nuestras
sociedades, entre el paro, la inseguridad, la desigualdad, la injusticia, y
también la constatación de la caducidad de la vida misma, resulta que es Jesús
de Nazaret el que nos dio las claves de la existencia humana, nos reveló el
misterio de la vida y de la muerte a través de su gloriosa resurrección, y nos
acercó a la figura de paternal de Dios creador, marcándonos unas pautas de
comportamiento para vivir justamente de la fe, en la esperanza del cielo, pero
trabajando ya aquí por el Reino de Dios (de paz, de justicia, de igualdad),
algo tan importante para Cristo que realmente fue sacrificado por ello. Toda
esa vida, toda esa predicación, en definitiva el Evangelio de Jesús es una
Palabra profética de Dios para el hombre de hoy y de siempre. ¡Son Palabras de
Vida Eterna..! ¡Y salvan al hombre!. Acaso hubiera sido de desear una reflexión
sobre este marco evangélico, esencia del legado de Cristo (Camino, Verdad y
Vida), más allá del tipismo tradicional, de la mera religiosidad, y de la estética
procesional. Pues tal es la novedosa aportación del Papa Francisco que habla en
términos actuales sobre mensajes evangélicos que iluminan la vida del hombre, y
que con la sencillez propia se graban a fuego en el corazón del mismo.
Quizá hubiera que alertar de esta
perspectiva para que los organizadores y futuros pregoneros de la Semana Santa
saltaran de la tradicional y cómoda disertación estética y sentimentalona de
recuerdos infanto-juveniles, a una auténtica reflexión evangélica sobre los
problemas del hombre de hoy, en el marco del Misterio de Dios y de la propia
vida.