Tal es la
pretensión expresada por el Papa Francisco para el sacerdocio, que sean
auténticos pastores, que pastoreen a su pueblo, que apacienten el redil,
conforme Cristo indicó a sus apóstoles, que al decir del Papa actual de forma
gráfica significa: “pastores que huelan a oveja”. ¡Más claro, imposible!.
En ese
punto señaló Francisco una de las urgentes necesidades de la Iglesia referida
al ministerio (oficio, para ser más sencillos y expresivos) del sacerdocio, que
en sus distintas funciones (episcopales o presbiteriales) ha de mostrarse como
una actividad de pastoreo, como Cristo la refirió.
Así la
denominada canónicamente “cura de almas” habría de referirse a la asistencia
pastoral, a cuidar de los fieles encomendados, a enseñarles la fe de la Iglesia,
según la revelación de Cristo, a que conozcan la Biblia (y especialmente el
Evangelio) y aprendan a meditar sobre la Palabra de Dios (para que ilumine sus
vidas y pueda darse la conversión personal deseada y esperada), para servir en
la administración sacramental, organizar los servicios de la Comunidad
parroquial (catequesis, culto, caridad, oración común, etc.) facilitando la
concurrencia y participación de los laicos, para que se sientan auténticamente
partícipes de la Iglesia. Y para ello, han de trabajar denodadamente con la
feligresía a su cargo, entregarse en servicio pleno. Siendo esa la única manera
en que el Pastor pueda oler a oveja, con el trato y convivencia diaria y
continua. ¡No vale ya el modelo de “funcionario eclesiástico”!. Es más, diría
que es incluso antievangélico.
Pero para
eso habría de darse un profundo cambio en el propio sacerdocio, cuyo paradigma
no sería ni el “angelismo espiritualista”, ni el “funcionarial”; habría de ser
ese paradigma de “pastoreo”, de servicio pleno a la comunidad eclesial
(parroquias, diócesis, etc.), de cercanía a los hermanos en la fe, de no
reconocerse superior a la feligresía (no considerar en modo alguno, la
perniciosa idea de “carrera eclesial”) sino servidores de esta –siguiendo al
Maestro de Nazaret-. Lo cual, podría pasar por la reconsideración del celibato
sacerdotal, ya que es una disposición de disciplina clerical, que no se basa en
la ley divina, y ayudaría a quitar la inquietante soledad que padecen no pocos
sacerdotes.
Igualmente
la formación y mentalidad del clero habría de cambiar en el sentido apuntado,
de manera que interioricen esa necesidad de servicio, de humilde entrega a los
demás como un pilar básico de su entrega al oficio pastoral.
Tal es así,
que no pocos fieles echan de menos la apertura de las Iglesias durante todo el
día, en vez de que se abran poco antes de la misa diaria –donde la haya- para
cerrarla al término de la misma. Con carácter generalizado –que no total- se ha
dado cierta relajación y evolución del estamento clerical (que así se ha
instaurado como “casta sacerdotal”, emulando el nefasto ejemplo del judaísmo
que denunció Jesús) que habrá que corregir con urgencia, para poder evolucionar
al paradigma pastoral al que llama el Papa al presbiterio universal.
En ello,
con el adelantado perdón de los pecadores propio del cristianismo, habrá de
reconocerse esa desviación y sus amargas consecuencias (secularizaciones
numerosas, abandono del entorno eclesial, y demás casos poco o nada
ejemplarizantes desde el punto de vista de la misma moral católica) que merman
la eficacia de una nueva evangelización, si no se da un auténtico giro de
conversión, sincero, sencillo, pero evidente para propios y extraños, que hagan
así coherente y creíble el mensaje cristiano del que la Iglesia es depositaria,
y cuyo deber es darlo a conocer a toda la humanidad y vivirlo desde el respeto
al prójimo, y la confianza en Cristo Hijo de Dios y Hermano de los hombres,
plenitud de la revelación divina que humanizó la fe de Israel.
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