Mons. Joan Piris, Obispo de Lérida, ha sido
uno de los primeros prelados en salir al paso de las necesidades sociales de
acogida a las familias víctimas de los desahucios bancarios generados por la
crisis económica, al disponer la adaptación del edificio del antiguo seminario
para poder recibir a estas familias.
Así de esta manera, no sólo teórica sino
práctica, ha entendido la caridad y el amor fraterno del Evangelio este obispo
catalán, que adelantándose al llamamiento del Papa en Lampedusa –referido a la
apertura de conventos y lugares eclesiales para acoger a los inmigrantes-,
acometió tan importante como significativa acción.
Así Mons. Piris testimonió una auténtica
coherencia eclesial con el Evangelio de Cristo, ante tanto silencio cómplice de
otros sectores eclesiásticos, y aún jerárquicos, este prelado catalán, no sólo
adaptó este inmueble de su diócesis para estos nuevos pobres, acogiendo de
verdad a los necesitados, mostrando la cara maternal de la Iglesia que es
madre, y por tanto acoge a sus hijos que sufren, en este caso la pobreza de la
injusticia, sino que también firmó la petición de iniciativa legislativa
popular en favor de la dación en pago, promovida por las plataformas sociales
que se movilizaron por este motivo.
Para este pastor de la Iglesia no hubo dudas
de la pertinencia de testimoniar su protesta contra la ley injusta, promoviendo
su cambio, sino que también más allá de etéreas teorías sobre la fraternidad
humana, y el amor fraterno, lo puso en práctica en la medida de sus
posibilidades, poniéndose al frente de su comunidad eclesial leridana, en un
entrañable ejemplo que ha salvado torpes silencios de otros hermanos suyos del
episcopado en España.
Esperemos que la nueva sensibilidad
evangélica que está imprimiendo el Papa Francisco llegue pronto al corazón de
toda la cristiandad, y el Espíritu de Dios guíe realmente su Iglesia en este
mundo, lejos de las tentaciones humanas al poder, al dinero, al beneficio, al
privilegio, y lleve a toda la comunidad cristiana por ese difícil pero
venturoso camino difícil, que concluya en la puerta estrecha de la que hablaba
Jesús, compartiendo una fe existencial, no milagrera, auténticamente
existencial de conversión hacia una mayor fraternidad humana, buscando la
implantación del Reino de Dios en este mundo, procurando la lucha por la
justicia, la igualdad y la paz de forma real y eficaz y no meramente nominal.
Tal deriva nos llevaría a seguir a Cristo realmente por el camino del Evangelio
que él instauró, nos haría más humildes y coherentes para poder hablar a los
hombres de Dios, y a Dios de los hombres, nuestros hermanos en Cristo, y ello
facilitaría la anunciada por necesaria “nueva Evangelización”.
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