Desde el acceso a la cátedra de Pedro del
Cardenal Bergoglio, como Francisco, este ha marcado un rumbo claro, directo,
valiente, coherente y prudente a la Iglesia Católica, que tras la muerte de
Juan Pablo II, considerado por muchos eclesiásticos como Magno, y la extraña
dimisión de Benedicto XVI en medio de escándalos y luchas curiales intestinas,
ha traído un poco de aire fresco, de renovación y limpieza a una Iglesia que
empezaba a esclerotizarse en la trinchera del miedo y del doctrinarismo
pietista.
Así, a sus conocidas frases de que los
pastores han de oler a oveja, o que los obispos han de alejarse de la idea del “obispo
de aeropuerto” pastoreando sus diócesis, o que él mismo nunca ha sido de
derechas, cabría añadir también la última
dicha por el nuevo Pontífice que ha advertido a los cardenales que no se
incorporan a un Corte sino a la Iglesia, en la alusión a que eran considerados “príncipes
de la Iglesia”, y para Francisco nada de eso resulta correcto ni adecuado con
el Evangelio de Cristo, pues han de ser los servidores de la Iglesia de Cristo,
ponerlo en práctica y ser coherentes con ello.
Siendo así que Francisco sigue marcando el
rumbo de la Iglesia, de forma más coherente al espíritu evangélico, y al propio
Concilio Vaticano II, que esperamos que con este Papa se dé la auténtica recepción
del Concilio que quedó pendiente de llevarse a plenitud en los pontificados que
le precedieron.
Pero en esto, el Papa obra con gran prudencia
para evitar confrontaciones escandalosas entre las tendencias latentes en el
seno eclesial que divide, desde el mismo Concilio Vaticano II, a los
eclesiásticos, e incluso algunos movimientos laicos, entre conservadores y
progresistas, según el carácter más o menos dogmático y doctrinario de los
planteamientos que se defiendan, lo que lleva a una diferente comprensión
eclesial, e incluso de vivencia de la fe, que podría dar lugar a una nueva
reflexión conciliar; si bien, consideramos que en el momento actual no resulta
tan urgente, pues lo lógico y apremiante sería desarrollar todo lo convenido en
el Concilio Vaticano II. Sin perjuicio de reflexionar sobre la adaptación de
temas morales a los nuevos tiempos, y con ellos alguna cuestión eclesial. Algo,
que ya ha apuntado el Papa según las propuestas del cardenal Kasper de admitir
a la comunión a los divorciados casados civilmente, que supone un importante
avance en la caridad y gesto misericordioso de la comunidad eclesial hacia
algunos de sus hermanos en estas circunstancias.
Sin embargo, la Iglesia como toda gran
organización conforma una estructura que la articula y condiciona, cuyo
aligeramiento para aliviar su condicionamiento sobre la misma Iglesia, tiene en
estudio el Papa Francisco, encomendado a una serie de expertos.
No obstante, se aprecian críticas de
distintos sectores de la Iglesia y extraeclesiales, sobre la acción de
Francisco, por un lado, los más conservadores que lo critican por su
aperturismo y su diáfano lenguaje de apercibimiento pastoral que lleva
implícito una denuncia profética, que no acaban de ver (embebidos en una
Iglesia medieval tridentina fosilizada en prácticas meramente pietistas y
planteamientos dogmáticos); frente a estos, los más avanzados que creen que
Francisco no avanza abiertamente, según obligan las necesidades de apertura,
que va lento, y aún calla no pocas cosas. Estos guiados por un planteamiento
activista y netamente humanista, acaso se apartan de la necesaria piedad que ha
de mantener la Iglesia, para no caer en la trampa de evolucionar hacia una ONG,
que Francisco también niega con razón y rotundidad.
Y por lo que respecta a los críticos
extraeclesiales, que aducen que nunca un Papa hará cambios sustanciales, por
ser producto de la propia estructura eclesial, no contemplan con razón
histórica los grandes papas reformadores, que los ha habido en la Iglesia, de
los que Francisco aparenta ser uno de ellos, traído por la acción del Espíritu
para guiar su Iglesia en un ambiente cultural de gran apostasía o increencia
generalizada, con la que también tiene que batallar la Iglesia de hoy, que por
otra parte no es extraño a los propios textos y profecías del Nuevo Testamento.
A todos, habría que pedirles paciencia desde
la fe, y/o prudencia, pues, hoy por hoy Francisco no se ha apartado del sendero
de Jesús, sino que por el contrario está tratando de reconducir a su Iglesia a
ese sendero, mediante actitudes y gestos de austeridad, pobreza, sinceridad,
coherencia, y sobre todo mucha paciencia para poder ejercer la misericordia en
la Iglesia y en el mundo, la que tiene Dios con toda la creación –obra de sus
manos, que se ha ido desvirtuando por la acción pecaminosa del hombre, como venimos
constatando en el curso de la historia, tanto en la Iglesia como fuera de ella,
en el mundo en general-.
Por consiguiente, escuchemos y obedezcamos
los consejos de este providencial Papa. No por casualidad elegido en esta difícil
etapa de la Iglesia y del mundo, donde todo cambia a una velocidad de vértigo,
y casi todo se precipita, sin que apenas subsistan seguridades temporales, ante
un futuro incierto para el mundo, en el que los cristianos hemos de ser luz
para iluminar la oscuridad del túnel en que nos tiene sumidos la vida, y
fermento para animar a las realidades temporales hacia la convergencia del
proyecto de Dios, la venida definitiva de su Reino en el mundo (reino de paz,
de justicia, de igualdad, de fraternidad). Tal es nuestra fe.
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