Reproducimos por su interés,
profundidad y denuncia profética, la Carta Pastoral de Mons. Santiago
Agrelo, un alegato a las autoridades europeas y españolas de la situación
vivida recientemente en Ceuta. La carta está escrita desde sus más profundas
convicciones evangélicas y franciscanas
A los
fieles laicos, a las personas consagradas y a los presbíteros de la
Iglesia de Tánger: Paz y Bien.
No te cierres a tu propia carne:
«No
hace falta que nadie lo interprete, pues está dicho para que lo entiendan
incluso los niños: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los
pobres sin techo, viste al que va desnudo”.Y después del mandato al
alcance de todos, por si hiciese falta, se añade la razón que lo sostiene: “No te cierres a tu propia carne”. ¡El hambriento, el
pobre sin techo, el desnudo, son “nuestra propia carne”!
“No te cierres a tu propia carne”: Este único
conocimiento bastaría para que fuese otra la política de las fronteras, otra la
lógica de nuestros razonamientos, otra el motivo de nuestras manifestaciones,
otra la matriz de nuestras preocupaciones, de nuestras aspiraciones, de
nuestras quejas, de nuestras opciones.
“No te cierres a tu propia carne”: Si entras por el
camino de esta sabiduría, “romperá tu luz como la aurora”,
delante de ti irá la justicia, detrás irá la gloria del Señor, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá
mediodía”.
“No te cierres a tu propia carne”, y el pan que
compartes con el hambriento, te hará luz para el
indigente, como es luz para ti el que, con su vida en las manos como un pan,
dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”.
“No te cierres a tu propia carne”: Sienta a los pobres a
la mesa de tu vida, y tú serás para ellos la luz con que Dios los ilumina.
Y a
cuantos una y otra vez me recuerdan que la Iglesia no es una ONG, una
y otra vez recordaré que los pobres son “nuestra propia carne”,
y que mi pan es su propio pan, y que la Iglesia es su propia casa.»
Ése
era, queridos, el mensaje que había preparado para acercarme con vosotros al
misterio de la palabra que oiremos proclamada en la liturgia del V domingo del
tiempo ordinario; pero los acontecimientos reclaman transformar la suavidad de
la exhortación en denuncia de lo que es inaceptable.
Lo inaceptable:
Es
inaceptable que la vida de un ser humano tenga menos valor que una supuesta
seguridad o impermeabilidad de las fronteras de un estado.
Es
inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas un camino que
los pobres recorren con la fuerza de una esperanza.
Es
inaceptable que mercancías y capitales gocen de más derechos que los pobres
para entrar en un país.
Es
inaceptable que las políticas migratorias de los llamados países desarrollados,
ignoren a los empobrecidos de la tierra, vulneren sus derechos fundamentales, y
se conviertan en el caldo de cultivo necesario para que se multiplique en los
caminos de los emigrantes el poder de las mafias que los explotan.
Es
inaceptable que se reclamen fronteras impermeables para los pacíficos de la
tierra, y se toleren permeables para el dinero de la corrupción, para el
turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas.
Es
inaceptable que una política inhumana de fronteras obligue a las fuerzas del
orden a cargar la vida entera con la memoria de muertes que nunca quisieron
causar.
Es
inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que dar y una
mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es
inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga culpables,
primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no son agresores: han sido
agredidos desde que sus corazones empezaron a latir al sur del Sahara, hasta
que se paran para siempre, antes en nuestra indiferencia que en nuestras
fronteras.
Es
inaceptable que el negrero de ayer perviva en los gobiernos que hoy vuelven a
encadenar la libertad de los africanos, supeditándola a los mismos intereses y
al mismo poder opresor.
Desde la impotencia a la esperanza:
Queridos:
ante el drama de sufrimientos y muerte en que el poder ha convertido los
caminos de los emigrantes, es difícil que apartemos de nuestro corazón
sentimientos de frustración, de impotencia, de tristeza, de indignación. Pero
nuestro compromiso con la vida de los pobres no nace de esos sentimientos, sino
de un amor incondicional, un amor fiel, que a todos se nos ha manifestado, y
que a todos nos ha reunido para siempre en el único cuerpo de Cristo.
“No te cierres a tu propia carne”: no te cierres al sufrimiento
de Cristo.
En
este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea justo. A
nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de los demás.
Y
son muchas las cosas que, hasta dar la vida, podemos hacer: Tenemos la fuerza del
amor y de la oración, una fuerza que es capaz de mover el mundo. Podemos hacer
que los emigrantes no estén solos en su camino, y podemos dejar solos a
quienes, gobiernos o mafias, les están robando la vida. Podemos compartir con
el emigrante nuestro poco de leña, nuestro poco de agua, la última harina de
nuestra vasija, el último aceite de nuestra alcuza. Podemos darles voz para que
se escuche su grito, podemos llamar a las puertas de cada conciencia para que
la sociedad reclame una nueva política de fronteras, y, con terquedad de
discípulos de Jesús, podemos recordar a cada hombre que es su propia carne,
también la de Cristo, la que, día a día, es condenada a muerte en las fronteras
del sur de Europa.
Queridos:
no me dejéis sin vuestra oración.
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