Mons. Fernando Sebastián, que fuera Obispo de Málaga
y posteriormente de Pamplona, ha sido recientemente designado por el Papa
Francisco para el capelo cardenalicio, culminando así a sus 84 años una larga y
prolífica carrera eclesiástica.
Pero
estos días, como consecuencia de dicha propuesta de nombramiento para formar
parte del senado apostólico de la Iglesia, ha acaparado la atención de los
medios de comunicación por unas sinceras y estridentes declaraciones sobre la
homosexualidad, que ha levantado la ira del colectivo gay y la polvareda
pública de una prensa amarilla, sensacionalista, adoctrinadora de lo “políticamente
correcto”, de lo light, so pretexto de una mal entendida tolerancia, que no
tiene porqué llevar la renuncia al criterio disidente, aunque lo sea desde el
respeto a la propia disidencia.
Quizá
su fallo fuera el hacer un planteamiento patológico de la homosexualidad,
prácticamente descartado por la reciente doctrina científica, habiéndose
centrado en el hecho lógico de no compartir ese estilo de vida, por no
considerarlo consecuente con la moral cristiana, si bien desde el respeto del
que lo considere y viva de otra forma.
Pero resulta
penoso ver cómo algunos de los “cenáculos televisivos” lapidan a Mons.
Sebastián, presentándolo como un clérigo retrógrado, de tiempos del neandertal,
cuando este prelado tiene un gran curriculum intelectual, con una reconocida
trayectoria como teólogo y docente en la Universidad de Salamanca, de la que fue
Decano de su Facultad de Teología y posteriormente Rector de la misma, amen de
haber tenido una importante labor pastoral y de difusión en varias revistas
religiosas en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. De ahí que el Papa
Francisco le quiera reconocer esos méritos, y lo quiera cerca por su profunda
experiencia intelectual, pastoral y eclesiástica.
De
manera que no se hace justicia a este hombre por el mero hecho de interpretar
unas declaraciones –que aunque no fueran del todo afortunadas, por su
referencia médica-, forma parte del pensamiento de la Iglesia, en el sentido de
rechazar la homosexualidad –que no a los homosexuales- como práctica, como forma
de vida, pero que –desde el mismo prisma evangélico- conllevan también el
respeto humano de toda persona. Pues como dijo el Papa Francisco –con mejor
enfoque, y más tino que Mons. Sebastián- él no es quién para juzgar a nadie
(cuando le preguntaron sobre el tema), siguiendo así el consejo de Jesucristo
al que seguimos, que no rechazaba a nadie, se reunía y comía con pecadores
(inaudito en los religiosos de la época), o sea, los respetaba, los acogía, los
quería… Aunque ello no supusiera aprobar su forma de vida apartada de la
coherencia evangélica.
Y
realmente, creo que Mons. Sebastián comparte plenamente esa idea de Jesús a
quien conoce bien, y sobre todo el respeto por esas personas que haciendo de la
homosexualidad una opción sexual de su vida, una práctica habitual, aunque no
comparta tal opción sexual, ni práctica de vida. Hecho, que no debería ni
extrañar a nadie, ni de generar ningún tipo de escándalo público, pues forma
parte de un estilo de vida que la Iglesia considera apartado del Evangelio de
Cristo. Lo cual por sí mismo, no ha de suponer tampoco ningún tipo de
atribución homófoba como pueda pretenderse desde el más simple razonamiento.
Pero
finalmente, convendría y sería deseable que los clérigos, religiosos y laicos
en general, siguiéramos el ejemplo del Papa Francisco en sus manifestaciones
sobre el particular, anticipando y enfatizando la Buena Noticia evangélica
frente a cualquier juicio de comportamiento moral, para evitar transmitir la
falsa idea de la negatividad moral del mensaje evangélico, ante el énfasis de
la perspectiva positiva del anuncio evangélico en todo lo bueno y liberador que
conlleva para la persona que tiene una experiencia de fe y lo asume como forma
de conversión de su vida.
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