El caso de
la Legión de Cristo, tras los escándalos del fundador de este Instituto
Religioso, representa una inaudita situación en la Iglesia, según la cual, una
congregación religiosa hay que desvincularla de su fundador. Y en esa difícil operación,
habría que plantearse sinceramente si tiene sentido mantener tal congregación.
Así es que en la actualidad los
miembros de la Legión de Cristo que creara el sacerdote mejicano Maciel, del
que se descubrió la realidad de una vida inconsecuente –no sólo con su estado
religioso, sino con la pátina carismática de santidad y hombre de Dios-, que
puso en una gravísima crisis a su propia congregación, en la que aún está
sumida, y reflexionando sobre sus raíces, su presente y su futuro en la
Iglesia.
No pocas voces –incluso de dentro de
la Iglesia- se han posicionado por la disolución de esta institución religiosa
católica, dado que descubierto el fraude personal de su fundador, no parece
lógico ni consecuente que este pudiera inspirar realmente ningún carisma religioso
especial. Hecho, que por otra parte, está por descubrir, pues no parece que se
explicitara ningún carisma propio distintivo y distinto de otros grupos
religiosos ya existentes, y en términos mundanos, se podría concluir que no
parece aportar ningún valor añadido al hecho religioso bajo la perspectiva de
fe católica.
Además, el grave daño moral que ha
podido infligir Maciel a otras personas (desde sus posibles víctimas, a sus seguidores
que confiaron en él y se han visto profundamente defraudados –lo que muestra
que la fe sólo debe ponerse en Dios, nunca en los hombres-), quizá haga más que
aconsejable hacer desaparecer su obra de la faz de la tierra, para evitar
cualquier recuerdo que atormente a las víctimas o escandalice a personas de
buena voluntad. Naturalmente, previa aplicación del perdón evangélico, y de la
remisión del juicio de vida a Dios, que sin embargo, no impide remediar una
obra humana.
También hay que tener en
consideración, que los seguidores de Maciel no son él propio Maciel, sino que
igualmente han sido personas de buena voluntad que le han seguido creídos en su
palabra y en su aparente obra pía. Considerando que estos se encuentran entre
sus víctimas, por lo que la Iglesia –actuando como Madre, y con la sabiduría
evangélica- deba aplicar la misericordia predicada y siguiendo el evangelio, no
apague el “pábilo vacilante”, acoja a los conturbados seguidores, y los aquiete
a la luz de la fe auténtica.
Al tiempo, es muy conveniente que
los Legionarios de Cristo reflexionen sobre sus orígenes carismáticos, sus
problemas, su misión en la Iglesia, y atendiendo al Espíritu eclesial se dejen
guiar por la decisión que el Papa adopte sobre ellos. Pues en la Iglesia,
probablemente haga falta –más allá de carismas muy claros y significados con su
particular aportación a la riqueza evangélica de vida y seguimiento de Jesús-,
reunificar la grey, pues la misión es grande y la dispersión no ayuda a la
misión eclesial, pues propicia cabildeos, personalismos e indeseables
confusiones.
Así quizá lo más aconsejable fuera
la disolución de la Legión de Cristo y la libertad de incorporación de sus
miembros ordenados a unirse a órdenes afines, o al clero secular de cada
diócesis. Dado que la gravedad de los hechos así parece aconsejarlo, y remendar
una orden distanciándose de su fundador no parece que sea muy razonable
tampoco.
Aparte que no olvidemos que la
misión esencial es el servicio a Cristo en su Iglesia.
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