El día de la Sagrada Familia se ha
conmemorado de nuevo por la Iglesia, teniendo su necesaria referencia en la
Misa de la Familia celebrada en la Plaza de Colón de Madrid, presidida por el
Cardenal Rouco, que desde hace unos años viene a ser la manifestación de parte
de la Iglesia española en favor de la familia cristiana, según la tradicional
concepción católica.
Habitualmente ha sido una celebración pública
capitalizada por el Movimiento Neocatecumenal, con alguna participación de
grupos tradicionales del catolicismo en España, si bien la participación de los
neocatecumenales está presente de principio a fin de toda la ceremonia.
Así desde la primera larga alocución de Kiko
Argüello, con la orquesta de música que se hace acompañar últimamente -desde las
JMJ de Madrid-, pasando por la escenografía del envío de más de setenta
familias a misionar por las naciones del mundo, lejos de sus hogares
habituales, a dar posible testimonio cristiano en unos ámbitos geográficos y
culturales distantes y distintos de sus lugares de procedencia, sin preparación
pastoral y cultural previa, sino abandonados por entero a un providencialismo
profundo, que no pocas veces genera sorpresas en los correspondientes destinos.
Esta cuestión, que como otras entre los
neocatecumenales, adolece de la más mínima racionalidad y se asume por los
participantes con un entusiasmo propio de mejor ocasión, conlleva el abandono
de sus trabajos, entorno socio-familiar actual, y la emigración con los hijos
pequeños a cualquier destino del mundo, con el contraste cultural, muchas veces
de desconocimiento de la propia lengua del país de destino, y con la
incertidumbre de poder trabajar o no en el país de misión para poder mantener a
la familia allí (pues aunque teóricamente, tiene que ayudar económicamente la
comunidad de origen – la situación económica de sus miembros, no siempre
permite tal dedicación- con el consiguiente problema de sustento de la familia
en misión, niños incluidos), lo que reporta un sufrimiento que moralmente no
parece justificable, especialmente cuando este puede repercutir en menores.
Todo ello, con un planteamiento puramente
dogmático de la fe, junto con una exposición testimonial tópica y típica.
Y sobre todo un planteamiento de moral
familiar y de la persona muy concreta y cerrada, de denuncia y trinchera, que
contrasta con la apertura manifestada por el Papa Francisco y otros pastores de
la Iglesia, más comprensivos con el sufrimiento y la debilidad humana que
conlleva rupturas familiares, y formas familiares singulares, que no dejan de
tener su problemática familiar y espiritual, ante las que la caridad urge dar
respuesta y acogida, aunque no implique total aprobación, pero sí
acompañamiento y testimonio, sencillo y sincero, fraterno y misericordioso
desde la cercanía, la escucha y la asistencia, en vez del empleo de fórmulas
dogmáticas que reprochan, rechazan, juzgan y condenan olvidando la caridad
encomendada por el mismo Cristo, que no tuvo problema en sentar a su mesa a
pecadores públicos, muchos de los cuales generaron su conversión de vida, sin
que ello signifique aprobación, pero tampoco ha de dejar tan patente la
reprobación pública de actitudes, pues como dice el Papa Francisco no se puede
evangelizar a bastonazos.
No obstante, lo anterior, apreciamos una
reducción de asistencia respecto de años anteriores, y quizá pudiera ser por la
celebración diocesana de esta fiesta, que también hizo concurrir en lugares
como en la Sagrada Familia de Barcelona a muchos fieles conmemorando esta
festividad.
Todo ello naturalmente positivo, si se llega
a una celebración normalizada en las diferentes diócesis, y sobre todo si se
evitan las exhibiciones públicas que puedan horadar en simas sociales, que dividan
y confronten a la ciudadanía, pues la tolerancia y el respeto ha de presidir
todo acto consecuente de fe cristiana, como de ejercicio de la propia condición
ciudadana.
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