Dentro de las conmemoraciones
religiosas tradicionales, se encuentran las celebraciones de años jubilares,
que en últimamente han proliferado por doquier con apoyo episcopal. Tales
jubileos vienen a plantear durante un tiempo la conveniencia de peregrinación
al lugar del jubileo, en que tras la práctica religiosa determinada (oir Misa,
confesión, y donación económica) se propone “ganar el jubileo”, que conlleva el
logro de indulgencias que reducen o condonan las penas del pecado.
Sin embargo, la práctica de las
indulgencias eclesiásticas, no sólo se plantearon históricamente con una
finalidad recaudatoria para acometer la ingente empresa eclesial de
construcción de catedrales, y demás templos eclesiásticos, y además teológicamente
pronto tuvieron la –más que razonable contestación de Lutero y del mundo de la
reforma protestante-, en cuanto a su difícil encaje evangélico de las mismas.
Además que con ello, la jerarquía eclesiástica le viene a quitar el puesto al
mismo Dios, tarifando una especie de perdón del pecado a través de unos ritos
eclesiásticos y el pago de limosnas canjeables por el prometido logro del
perdón que conllevaría el acceso a las promesas celestiales.
Tales prácticas, que muchos no
ven justificadas evangélicamente, sino que por el contrario, pudiera recordar
el mismo “pecado de simonía” (o negocio de oficios sagrados), que viene
denunciado claramente en la Biblia, además pudieran dar una errónea
interpretación de la vida de fe cristiana, pues se utiliza arteramente la idea
evangélica de misericordia divina para el perdón de los pecados, sobre el medio
de unos requisitos rituales y económicos, que se alejan de la auténtica
conversión de corazón que es la que se deduce en los testimonios de Cristo como
adecuada para ganar el perdón de los pecados, por la misericordia de Dios, que
contempla en el interior del hombre el arrepentimiento y la conversión de
corazón, y lo abraza como al hijo pródigo que vuelve a la Casa del Padre.
Por consiguiente, no se entiende
del todo bien, en nuestro tiempo –especialmente tras el Concilio Vaticano II-,
que se siga manteniendo y haciendo hincapié por parte de la Iglesia oficial en
prácticas jubilares (de práctica medieval, ya criticada por los motivos
expuestos), en vez de emprender una auténtica evangelización adaptada a los
tiempos actuales de la Iglesia, que ha girado hacia las fuentes evangélicas
(desde el Concilio Vaticano II), y mucho menos que se siga apelando al apóstol
Santiago, como a su orden militar medieval en lucha contra el musulmán.
Si la Iglesia quiere poner en
práctica el auténtico mandamiento cristiano del “amor fraterno”, habría de
empezar también por desarrollar las tesis ecuménicas que hicieron fortuna en el
fenómeno conciliar Vaticano II, respecto de lo cual, los últimos pontífices
(Juan Pablo II y Benedicto XVI) llevaron a la práctica eventos ecuménicos de
oración en Asís, en recuerdo de la actitud de San Francisco de respeto y
acogida de toda persona, fuera cual fuera su religión.
Así pues, contemplamos este nuevo
año jubilar de forma un tanto artificial en el ámbito pastoral, que se añade a
otros que se vienen celebrando de forma habitual en la diócesis de Cartagena en
los últimos años, y de los que algunos llegan a pensar que su sentido
auténtico, más que pastoral, responde a una apelación a las tradiciones del
lugar para lograr ingresos extraordinarios a la Iglesia local.
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