El Papa Francisco, en su viaje a
Brasil, con ocasión de la celebración de las Jornadas Mundiales de la Juventud,
ha dado un extraordinario testimonio evangélico al mundo con su habitual estilo
sencillo y directo, con sus gestos de autenticidad, coherencia y austeridad
evangélica.
Ha sido en este primer viaje de
Francisco, en que se ha puesto de relieve la austeridad evangélica con la que
el Papa quiere vivir y dar testimonio al resto de la cristiandad, así
alejándose de la idea de que jurídicamente es también un Jefe de Estado,
en el ámbito jurídico político, y de que
fuera un príncipe de la Iglesia, en el ámbito eclesial, se ha mostrado
realmente como corresponde a la coherencia y autenticidad del sucesor de Pedro
y Vicario de Cristo, con sencillez, con autenticidad, y con la mayor de la
autoridad moral para dirigirse al orbe católico y al mundo gentil, siendo así,
que como primer gesto ha abandonado el tradicional vehículo blindado que se
corresponde con los altos dignatarios nacionales, y ni siquiera ha llevado el
conocido “papamóvil” blindado de sus predecesores, haciendo uso para sus
traslados de un simple utilitario que causaba extrañeza pues era de menores
dimensiones y apariencia que los propios vehículos policiales de escolta; y en
el ámbito celebrativo de multitudes ha empleado un vehículo abierto sin blindar
para estar más cerca de los presentes.
Pero al propio tiempo, él mismo
portaba su cartera, sin dejar que nadie se la llevara, evitando la idea de
servicio pontifical. Se dirigió a los obispos concurrentes como “hermanos en el
episcopado” –rehuyendo de la idea abierta del primado-, lo que no fue obstáculo
para que con claridad meridiana les dijera que abandonaran la idea de ser y
mostrarse como “príncipes de la Iglesia” para ser pastores y servidores de la
misma, cercanos a los fieles, acogedores de estos.
A los seminaristas les invitó a
ser auténticos a su vocación, y a hacer una opción duradera de vida, frente a
las opciones perecederas, cambiantes y de corta duración de los tiempos
actuales, al tiempo que les exhortó a ir junto con el clero a por los invitados
VIP, a por los pobres, siguiendo el mandato evangélico.
A los jóvenes les alertó sobre
opciones libres de vida, en coherencia con la fe, que también fueran duraderas
y consecuentes con el evangelio, que salieran a las calles a acompañar y
atender a tantos necesitados, que dieran testimonio de Cristo, que no se
quedaran encerrados en las parroquias, y sobre todo que se rebelaran ante la
injusticia de los tiempos actuales que tiende a excluirles junto a la
ancianidad –justo a la inversa de la trayectoria histórica de toda civilización,
que siempre cuidaba las nuevas generaciones y la sabiduría de los ancianos-.
A todos habló del programa de
vida cristiana resumido en las Bienaventuranzas y en el pasaje evangélico de
Mt. 25, invitando a reflexionarlo, a meditarlo y a ponerlo en práctica.
Su visita a las favelas, su
reunión con los líderes indígenas, e incluso con políticos y personajes de la
vida social y económica brasileña, le dio oportunidad de denunciar
proféticamente la injusticia del mundo actual, por las injustas relaciones
derivadas de un sistema de desigualdad en el reparto de la riqueza, y la
generación y seguimiento de los ídolos del mundo, especialmente del dinero.
Pero de todo ello, no faltó su
autocrítica a la Iglesia y al estamento clerical, en un gesto de sinceridad y
honradez que legitima aún más su discurso, y que hace albergar grandes
esperanzas en el cambio interno que urge a la Iglesia, especialmente en lo
referente al desarrollo y acogida de los presupuestos del Concilio Vaticano II,
que se habían quedado relegados por los anteriores Pontífices, y que Francisco
parece dispuesto a llevar adelante como requerimiento de modernidad, y
aggiornamiento eclesial especialmente fijado en un evangelio sin aditivos
históricos, que acaban por desnaturalizarlo.
Todo lo cual nos presenta la
valiente y profética figura de Francisco, un Pontífice, que sobre todo es
Pastor, y que urge notables cambios eclesiales en una Iglesia clericalizada que
estaba necesitada de reorientar su rumbo en el mundo actual, atendiendo a la
esencialidad evangélica como la única “hoja de ruta” que recorrer.
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