Se baraja, de fuentes bien informadas, la próxima vuelta a España del
Cardenal Antonio Cañizares, para reemplazar en el arzobispado de Madrid a su
hermano en el colegio cardenalicio, Antonio Rouco –que se jubilaría por edad-,
de esta forma Cañizares escaparía a la “tijera de Bergoglio” en su pretendida “poda
curial”, a la vez que ostentaría los blasones de una importantísima sede
arzobispal.
Así al júbilo de la jubilación de
Rouco, que en su archidiócesis e incluso al frente de la Conferencia Episcopal
ha representado las tesis más conservadoras e inmovilistas de la Iglesia
española, al punto de flirtear inconvenientemente con la derecha política,
haciendo bloque con ella en su particular batalla moral contra el aborto y los
matrimonios homosexuales de la torpe legislatura socialista de Zapatero, aunque
sus coyunturales aliados de pancarta cuando accedieron al poder se olvidaron
del cardenal Rouco y sus secuaces.
Aunque aquel no parece haber
olvidado sus inclinaciones conservadoras a ultranza, manifiestas en un gobierno
antipastoral en lo eclesial, y en un atrincheramiento de la derecha política en
sus medios de comunicación públicos (la Cope, TV popular y 13 Tv), cuya línea
editorial en lo político ignora toda la doctrina social de la Iglesia y se
alinea en el bloque neoliberal del denominado “tdt party”.
Por consiguiente el cese del cardenal
Rouco –que es doble: tanto en la archidiócesis de Madrid, como al frente de la
Conferencia episcopal española-, sería además consecuente con los nuevos
tiempos eclesiales anunciados por el Papa Francisco, del que se espera –además de
la “poda curial”- un giro en el gobierno eclesial que haga a la Iglesia más
coherente para ser creíble, y genere una actitud más pastoral en su clero,
consecuente con el evangelio de Cristo.
Pero el relevo de Rouco por
Cañizares no nos parece que sea ese cambio esperado, pues este es más de lo
mismo, ya que –aunque haya cambiado su lenguaje público últimamente- se le
recuerdan sus intervenciones públicas al frente de la archidiócesis de Toledo,
de la que marchó a Roma, en forma poco prudente con una invasión del terreno
político evidente en defensa de tesis tradicionalistas (baste recordar su
anodina afirmación de que “España era un bien moral”, que recordaba lo que
unidad de destino en lo universal, y aportaciones por el estilo). Claro que
eran otros tiempos eclesiales –que le valieron el pretendido ascenso al capelo
cardenalicio, y su acceso a la “Roma curial”).
Su labor en la Curia romana ha
sido más que prescindible por exigua y escasamente fértil, ya que no se conoce
ninguna novedad doctrinal de su paso al frente de máximo órgano de la liturgia
eclesiástica. Como tampoco se le conocen grandes frutos pastorales en sus
destinos episcopales de Ávila, Granada y el ansiado primado de Toledo, aunque
en el primero auspició la Universidad de Ávila en sus inicios, como apoyó la
UCAM murciana dada su amistad personal con Mendoza. Y es que en todos los
destinos de Cañizares se traslucía la idea de tránsito, de interinidad, como
también parece haberlo sido el de Roma.
Y aunque al Papa Francisco le
venga bien quitárselo de encima y darle una airosa salida de la Curia, tal
parece un “despeje político”, más que eclesiástico, de un Papa que tanto
reivindica la autenticidad, lo pastoral, el servicio y la sencillez; dado que
siendo así, no parece que su hombre en Madrid sea Cañizares, aunque astutamente
ha cambiado el léxico aparentando aperturismo e imitando al Papa, pues aún
tenemos en la memoria a un ceremonioso Cañizares ataviado cual príncipe
eclesial como cardenal medieval con una cola de varios metros de larga, para
pompa y regocijo humano de Cañizares y sus pelotas.
De ahí que la grey española ande
tan confundida que al final no sepa distinguir dónde se encuentran los
auténticos lobos si en el aprisco eclesial o fuera de él. Algo que el Papa
habría de despejar con la mayor urgencia precisamente por la “cura de almas”
que le están confiadas.
Análisis inteligente y sugerente.
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