La actitud sencilla, serena y abierta del
Papa Francisco está logrando
acercamientos en el diálogo interrreligioso y en el proceso de acercamiento
ecuménico, como lo muestran sus recientes viajes a Turquía y anteriormente a
Tierra Santa.
En uno y otro viaje ha puesto de manifiesto
su cercanía respecto de los hermanos separados, especialmente con las Iglesias
de Oriente, para lo que ha contado con la inestimable comprensión y
convergencia del Patriarca ortodoxo Bartolomé I, que tanto en el anterior viaje
de Francisco a Jerusalén, como ahora en Turquía, se ha mostrado de acuerdo con
el planteamiento de Francisco, por la unidad de los cristianos. Algo que aunque
haya de tardar su tiempo, pues los tiempos de la Iglesia suelen ser lentos, en
las actitudes de los máximos representantes de las Iglesias oriental y católica
romana está patente.
Atrás quedaron las mutuas excomuniones, las
intransigencias doctrinales, en definitiva el fundamentalismo fruto de la
soberbia humana, que tanto daño reportó como pecado mutuo a ambas Iglesias que
siguen a Jesucristo de forma no muy conforme con su mandato de amor y de
unidad.
Por tanto, este aspecto, del que son
conocedores Francisco y Bartolomé, no pasará desapercibido en sus orientaciones
a las respectivas Iglesias para ir convergiendo progresivamente, en vez de
vivir ignorándose en un público pecado que ha venido escandalizando
históricamente a la humanidad.
Así, dado que las diferencias teológicas y
doctrinales son mínimas, e incluso apenas perceptibles en la actualidad, más
allá de las diferentes liturgias y comportamientos culturales, lo esencial es
la comunión de espíritu que ambos dignatarios religiosos han manifestado y
mantienen, por lo que supone un gran paso en el ámbito ecuménico hacia el muto
entendimiento, comprensión y respeto; y acaso las diferencias puedan
sostenerse, más como aspectos culturales (de oriente y occidente,
respectivamente), que finalmente puede ser presentado como una diversidad
dentro de la unidad de fe que en esencia se comparte, pudiendo perfilarse como
un especial perfil carismático, o modo de peculiar de entender y vivir la fe en
uno y otro ámbito.
De igual forma, también han sido exitosas las
palabras de Francisco en Jerusalén ante el mundo judío e islámico, en relación
con sus respectivas creencias religiosas, acogidas en tono de respeto, en la
línea que el Concilio Vaticano II señaló como semillas del Verbo que también asisten
y fecundan otras religiones, que siendo distintas a la nuestra, también
participan por esas semillas en algunos de los valores humanos fundamentales de
la fe de Cristo, especialmente en el judaísmo –que fue la fe en la que nació y
vivió Jesús-, de la que el cristianismo consideramos que es la Nueva Alianza,
que ratifica y perfecciona aquella Antigua Alianza de Dios con Moisés. En tanto
que del islam Francisco ha llegado a decir que el Corán es un libro profético
de paz, lo que no ha sido óbice para que repudiara el fundamentalismo islámico
y especialmente su intransigencia y su violencia.
Finalmente, la visita al Parlamento Europeo
del Papa Francisco ha sido una interesante experiencia en razón a la
interesante alocución que les dirigió a los políticos de la UE postulando la
defensa de la justicia social y de la paz, apremiándoles a acabar con las
injusticias en el mundo; por consiguiente, este acercamiento al mundo
gubernamental laico europeo ha sido otro importante logro de Francisco para
posicionar a la Iglesia católica en la defensa de los valores de la persona en
particular y de la humanidad en general, en demanda de la justicia que
corresponde a toda persona en tanto que hija de Dios y digna de ello.
Por consiguiente estos viajes del Papa
Francisco, que no resultan nada fáciles de acometer en un mundo complejo y
convulso por las diferencias políticas, económicas, religiosas y sociales que lo
fragmentan y dividen, son decididas acciones de distensión y cohesión que el
mundo ha de reconocer al Papa en la importancia y alcance que tienen, al tiempo
que para la Iglesia católica supone abandonar el puesto privilegiado de poder
del viejo orden mundial, para mostrarse agente activa de la paz y la concordia
que el Evangelio de Cristo le impone.
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