El P. Joaquín Sánchez acompañando a una desahuciada
La opción eclesial por los pobres está en la
esencia del Evangelio de Jesús, de estar del lado de los pobres, de los que
sufren, de los oprimidos, a los que el mundo no les hace justicia, para
acompañarlos, asistirlos, ayudarlos, reducirles el sufrimiento, y practicar la
auténtica caridad, que va más allá de “la limosna de la beatas”, de la mera
retórica que llega a justificar hasta cátedras.
La opción eclesial por los pobres supone ver
en el pobre, en el humillado, en el fracasado, en el que sufre al “otro Cristo”,
al hermano sufriente, ante el que no cabe ponerse de perfil, mirar para otro
lado, o recogerse en un espiritualismo inhumano y egoísta alejado de Cristo por
más que desde el quietismo espiritual se le invoque.
La opción eclesial por los pobres supone
también repensar la Iglesia estructural, jerárquica, autoritaria, de
privilegios, clericalia antigua e hipócrita que dice amar a Dios –al que no ve-
con los labios, pero le niega con el corazón.
Una Iglesia que ha de reconsiderar su camino
en este mundo, como está siendo señalado por la autenticidad de no pocos de sus
miembros, encabezados por el Papa Francisco, que ya dijo que en esta situación
de grave crisis económica, de gente desahuciada de sus hogares, de inmigrantes
sin techo, de crecientes desigualdades, tendría que abrir las puertas de
conventos y lugares eclesiales para acoger toda esa pobreza desamparada. Algo
que, desgraciadamente no ha sido acogido con carácter general en el seno
eclesial, salvo honrosísimas excepciones como el acondicionamiento de un
seminario vacío en Cataluña, o parecidas disposiciones generadas en Ávila,
entre otras significativas medidas de auténtica caridad cristiana, de una
Iglesia que es auténtica en medio de la inautenticidad.
Una Iglesia que ha de hacer denuncia
profética de cuantas injusticias percibe en un mundo egoísta, inhumano,
enloquecido por el consumo y la codicia, para buscar la justicia social entre
todos los hombres, creados como hermanos por Dios, para lo que ha de ser
valiente, pero también ha de ser auténtica abandonando posesiones, privilegios
y signos de poder. Pues Jesús nació pobre, vivió y murió pobre.
Esa Iglesia que ha de clamar por unas leyes
más justas, contra el desahucio bancario de casas de familias malogradas
económicamente por el paro, de las que el Estado se desentiende, frente al
poder de la banca a la que no reconduce en sus legítimos derechos de acreedora
para obligarles a pactar alquileres sociales, o dotarse de mecanismos para que
el Estado o las demás Administraciones Públicas se hagan cargo de esas familias
facilitándole un hogar social, que haga efectivo el derecho constitucional a la
vivienda.
La misma Iglesia que ha de acompañar y acoger
a esos nuevos pobres y que ha de denunciar públicamente unas condiciones
económicas globales injustas, facilitadoras de la especulación, la esclavitud
humana y el fraude.
Al tiempo que debería de dar a conocer en
toda su extensión las consecuencias morales del Evangelio de Jesús, en su
ámbito individual y social, para que realmente se conozca con autenticidad el
cristianismo, y lo que supone seguir a Jesús. Volviendo así a la frescura
actual de un cristianismo primitivo netamente evangélico, cuyo resumen concretó
Jesús en las Bienaventuranzas.
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