Afortunadamente un sector de cristianos
(compuesto por un centenar de sacerdotes, religiosos y laicos) ha clamado por
la injusticia social que se está viviendo en España, que combina –en medio de una
propaganda política falaz- el paro de casi un tercio de la población activa, la
ruina económica de muchas PYMES con la ganancia de los especuladores y el
incremento de la riqueza de los que más tienen, y todo ello con recortes
sociales al tiempo que con préstamos públicos a la banca, que no tiene el menor
escrúpulo en desahuciar a familias enteras que no pueden pagar las hipotecas
por falta de trabajo.
Sin embargo, esa testimonial y meritoria
manifestación ante el máximo templo de la Región (la Catedral) y del excelso
Palacio Episcopal, sigue manteniendo en el más profundo autismo de un silencio
cobarde –cuando no cómplice- a la mayoría de la jerarquía eclesial, y al
conjunto de la Iglesia española, en bochornoso contraste con los testimonios
públicos y valientes del Papa Francisco.
Y es que tal combinación de acontecimientos
sociales habrían de cuestionar la más dura, dormida o aletargada conciencia
individual, para salir del aburguesamiento individualista en que nos ha
instalado la presente cultura utilitarista, individualista y consumista, que
nos va a llevar “del engorde al colapso vital” con que pondremos término a
nuestra anodina existencia de manipulados consumistas en una suerte de “masa
dañada” o esquilmada por los halcones sociales de nuestro mundo contemporáneo.
Tal hecho, habría de habernos cuestionado a
los creyentes, a la luz del Evangelio de Jesús de Nazaret, para habernos
interesado por el prójimo más allá de la institucionalizada red de caridad o
beneficencia social, que están desbordadas ante el dramatismo de la crisis
actual. Pues a grandes males, grandes remedios. Y tal cosa, habría de pasar,
primero por la denuncia de la injusticia –como foco de pecado y de mal-, para
seguidamente alentar a presentar soluciones.
Sin embargo, la oficialidad eclesiástica
sigue de perfil estos duros acontecimientos sociales, ignorando hasta todo el
cuerpo de doctrina social (magisterio eclesial, nada especulativo) que tiene
mucho que decir sobre los acontecimientos sociales que vivimos, y que
alumbraría causas y aportaría soluciones. Pero parece que el planteamiento de
nuestra Iglesia hispana no pasa de la moral individual, ya que no aborda la
cuestión social con realismo y valentía, en unos silencios que le hacen digna
del público reproche.
El Papa Francisco nos está señalando de forma
clara y profética las prioridades de nuestra fe, la está redimensionando de
forma conveniente según el Concilio Vaticano II, tratando de promover la recepción
conciliar que se vio interrumpida en el pontificado de Juan Pablo II, y aún
parece que dudemos de sus consejos y percepciones, cuando el clamor del
sufrimiento del prójimo está presente y cada vez más extendido en nuestra
realidad cotidiana, cerrando los ojos a esa dolorosa realidad, metiéndonos en “nuestra
burbuja existencial” que egoístamente pide su prolongación en un más allá que
ni siquiera merecemos, por no haber sabido ni querido, dignificar el “más acá”,
y haber dado la espalda al “hermano sufriente”. ¡Cristo, desde luego, no lo
hizo!.
Por tanto, dejémonos de ñoñerías y de
ambigüedades, y tratemos de contestar en conciencia a la auténtica pregunta que
nos habría de interpelar siempre a los cristianos (los de Misa y los de pocas
Misas): ¿seguimos de verdad a Cristo?. ¡Que cada uno se responda con
autenticidad!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario