Hace unos
días se dio a conocer una entrevista realizada al famoso teólogo suizo Hans
Küng, que como octogenario enfermo de parkinson, llegó a afirmar que estaba
considerando la posibilidad de recurrir a una especie de eutanasia que se
practica en su país. Estas afirmaciones de este prominente teólogo, y sobre
todo sacerdote católico, no dejan de causar perplejidad, en lo que representa
una más que aparente incoherencia entre la fe y la praxis vital.
Küng tuvo
una particular participación como perito en el Concilio Vaticano II y realizó
una gran labor docente como catedrático en la Universidad de Tübingen hasta que
fue retirado de la docencia teológica, en 1979, por su crítica al Papa Juan
Pablo II, especialmente tras la publicación de la Evangelium Vitae acusando a la Iglesia de autoritarismo.
Su obra gira en torno a una idea principal: la convivencia de las religiones como paso imprescindible para la formación de una nueva ética mundial. Otro rasgo de su obra es la no equiparación de Jesucristo con Dios, en franca contraposición con la doctrina oficial de la Iglesia y de otros teólogos notables contemporáneos suyos, como el propio Ratzinger o Hans Urs Von Balthasar, para los que Jesucristo es Dios encarnado.
Su obra gira en torno a una idea principal: la convivencia de las religiones como paso imprescindible para la formación de una nueva ética mundial. Otro rasgo de su obra es la no equiparación de Jesucristo con Dios, en franca contraposición con la doctrina oficial de la Iglesia y de otros teólogos notables contemporáneos suyos, como el propio Ratzinger o Hans Urs Von Balthasar, para los que Jesucristo es Dios encarnado.
Así, retirado
de la docencia emprendió una importante labor de investigación teológica que ha
dado lugar a numerosas publicaciones de gran calado, por su reflexión y
profundidad que ha propiciado una prolífica producción entre las que destacan:
-
“En
busca de nuestras huellas”.
-
“El
principio de todas las cosas. Ciencia y religión”.
-
“Credo.
El Símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo”.
-
“Ética
Mundial en América Latina”.
-
“El
cristianismo. Esencia e historia”.
-
“El
islam. Historia, presente, futuro”.
-
“El
judaísmo. Pasado, presente, futuro”.
-
“Proyecto
de una Ética Mundial”.
-
“La
Iglesia católica”.
-
“Ser cristiano”.
-
“¿Existe
Dios?”.
-
“Libertad
conquistada. Memorias”.
-
“¿Vida
eterna?”.
-
“La
mujer en el cristianismo”.
-
“Una
ética mundial para la economía y la política”.
-
“Grandes
pensadores cristianos”.
-
“Mantener
la esperanza. Escritos para la reforma de la Iglesia”.
-
“¿Tiene
salvación la Iglesia?”.
Como
seguidor de gran parte de su obra teológica, en la que pese a cuestiones
vidriosas para la ortodoxia ha hecho auténticas aportaciones intelectuales, he
de reconocer que sus palabras favorables a la eutanasia, hasta el punto de
estar pensando en someterse a la misma ante el avance de su grave enfermedad, me
generaron perplejidad y pena.
Perplejidad
porque una persona creyente como Küng, en su profundo nivel de conocimiento
filosófico y teológico, viene a posicionarse contra el común planteamiento
eclesial en relación con la eutanasia, pues aunque se reconozcan razones
humanas de fondo –especialmente relacionadas con la eliminación del sufrimiento
que se considera inútil desde el punto de vista humano ante una situación
terminal irreversible-, no es menos cierto que suelen conllevar una especial y
radical negación a la Esperanza (que se derivaría de una fe providente).
Ya en su
obra final, epílogo de su producción bibliográfica, en que el teólogo suizo
relata sus memorias, se percibe a Küng herido en su existencia por el rechazo
jerárquico de parte de sus tesis teológicas, que le llevó a la denuncia de
autoritarismo y a emprender una permanente crítica a la Iglesia institucional, que
podría llegar a considerarse profética –y en ese caso positiva- si se hiciera
sin rencor, desde una actitud humilde de servicio, y desde una praxis vital
coherente. Algo que en el caso de Küng no es del todo así, pues sus memorias
aparentan un “memorial de agravios” y están enfocadas desde su mismidad
superlativa, sin que deje apenas espacio a la duda o a la tesis contraria, sin
ceder la posibilidad de razón y verdad al contrario, algo impropio de un
pacífico espíritu cristiano, del que lamentablemente, este comentario suyo que
viene a admitir la eutanasia es el colofón final de una persona biográficamente
dañada que requiere mucha comprensión, al que probablemente la jerarquía de la
Iglesia “barrió” con escasa piedad, pero cuya vida y entrega ha estado enfocada
a la fe cristiana, en particular, al hecho religioso en general, y al estudio
del Misterio Divino, por lo que la humanidad debe estarle agradecido. Si bien,
resulta triste que el final de su vida en esta dedicación –aún crítico con una
jerarquía eclesial, no siempre edificante- haya de estar empañada por un gesto
que se pudiera entender públicamente como de desesperanza, por lo que esperemos
y oremos por él para que finalmente no lo considere si quiera.
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