Autor: Fernando Bermúdez.
Del
30 de agosto al 7 de septiembre participamos en la Peregrinación Interreligiosa
por la Justicia y la Paz, y otro mundo posible, organizada por la
comisión del Diálogo Interreligioso Monástico (DIM).
Participamos
aproximadamente 108 peregrinos, hombres y mujeres, de distintas confesiones
religiosas: católicos, judíos, musulmanes, monjes budistas, un sacerdote “swami” hindú y dirigentes de la Fe Bah´ai, agregándose más tarde una pastora anglicana.
Nos acompañó Don Manuel Barrios, director de relaciones interconfesionales de
la Conferencia Episcopal Española.
Recorrimos
120 kilómetros de peregrinación siguiendo el itinerario del Camino de Santiago
por la provincia de León. Comenzamos en el monasterio benedictino de San Benito
de Sahagún y concluimos en la Cruz de Ferro después de haber participado con
los monjes benedictinos del monasterio Monte Irago en Rabanal del Camino.
En
el monasterio de las Hermanas benedictinas de Santa María de Carbajal, en la
ciudad de León, celebramos un acto ecuménico, con una procesión por el
claustro, presidido por el obispo de la diócesis Don Julián López Martín, quien
dirigió unas palabras a los peregrinos.
Fueron
siete días de convivencia, entendimiento, diálogo, conocimiento mutuo y oración
entre los fieles de las distintas confesiones religiosas. Nos unía la fe en el
único Dios Amor y el compromiso por la justicia y la paz. Comprendimos que la
verdadera religión, sea la que fuere, es la que contribuye a la construcción de
un mundo de paz con justicia y a la fraternidad universal, que es, en
definitiva, la esencia del amor y de toda religión. Comprendimos que la misión
de las religiones es humanizar este mundo porque esta es la voluntad de Dios.
El
diálogo interreligioso es una expresión de la necesidad de que las religiones
se unan al servicio de la humanidad y al cuidado del planeta, “nuestra Casa
común” (Papa Francisco). No habrá paz en el mundo sin paz entre las religiones,
y no habrá paz entre las religiones sin una actitud teológica de diálogo, tal
como lo expresa el Concilio Vaticano II en la Declaración Nostra Aetate.
Nosotros
los cristianos entendemos que el diálogo forma parte de la esencia de nuestra fe. Jesús reveló que Dios mismo es diálogo.
Esta es la verdadera esencia de la Trinidad y cada cristiano debe encarnar en
su vida este diálogo de comunión y de amor entre el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo.
La
diversidad religiosa y cultural es un valor universal. Los pueblos del mundo
están mucho más unidos por su destino común que no divididos por sus diferencias.
El santo papa Juan XXIII decía que nos fijemos más en aquello que nos une que
en lo que nos separa. Estamos necesitados de una nueva visión pluralista para
ver a las religiones como fuente de unión y no de división.
El
diálogo interreligioso no está al margen
de los problemas del mundo. Frente a la creciente exclusión social y desigualdad
que genera el sistema neoliberal, la corrupción, el hambre, las guerras, la
violencia, las migraciones, el flujo de refugiados…
las religiones no pueden permanecer indiferentes. Están llamadas a ser una luz
profética para denunciar esta realidad y señalar otro camino de justicia,
fraternidad y paz, siempre al lado de las víctimas.
En
la peregrinación unas veces caminábamos en silencio, al ritmo de la
respiración, envueltos en una actitud de oración y contemplación del misterio
de Dios. Los valles y montañas que cruzábamos nos invitaban a descubrir las huellas
del Creador en sintonía con el cántico a las criaturas de Francisco de Asís. “Alabado seas mi Señor, en todas tus
criaturas, especialmente por el hermano sol por quien nos das el día y nos
iluminas…”. O el cántico espiritual de Juan de la Cruz. “Mil gracias derramando, pasó por estos
sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura”. La entrada a los pueblecitos y aldeas nos
motivaba a tararear con gozo en nuestro interior el “laudate omnes gentes, laudate Dominum”.
En
otros momentos de la peregrinación caminábamos compartiendo con los hermanos y
hermanas de las distintas religiones nuestras experiencias de fe y de vida. A mitad de la jornada hacíamos un alto en el
camino para un breve descanso y una oración. Cada día le correspondía a una
religión compartir su fe y dirigir las oraciones y cantos. Y al caer la tarde, los
creyentes de esa religión nos exponían la esencia de su fe.
El
camino nos recuerda que estamos de paso en la historia, que nuestra vida es una
peregrinación, que no debemos atarnos a las cosas, ni siquiera a la propia
institución religiosa, que todo pasa, todo tiene un carácter inmanente,
efímero. Sólo Dios permanece y nos muestra el sentido trascendente de la
existencia humana. Y que lo verdaderamente importante es pasar por el camino de
la vida amando, haciendo el bien y contribuyendo a la construcción de un mundo
más justo y humano, en donde la defensa y el respeto a los Derechos Humanos sea
un principio vital.
En
la peregrinación compartimos las experiencias místicas de los grandes hombres y
mujeres de las distintas religiones. No faltó la memoria de Buda, Abrahán, Moisés, Jesús de Nazaret, María, Francisco de Asís,
Teresa de Jesús, Ibn Ben Arabí, Rumi, Bahá'u'lláh, Gandhi, Carlos de Foucauld, Luther King, Oscar Romero… Fue un don de Dios la toma
de conciencia de que la acción del Espíritu rebasa las fronteras de las
religiones. Es por eso que todas ellas merecen el máximo respeto y veneración,
pues en cada religión hay un destello de la divinidad. Todas son instrumentos
de Dios a la vez que realizaciones humanas.
Comprendimos
que ninguna religión tiene el monopolio de Dios. Él es el Dios de todas las religiones,
el Dios siempre mayor, Misterio trascendente, Espíritu y fuerza cósmica que se
manifiesta en la evolución del universo y en la profundidad de quienes están
abiertos a su inspiración. Él es Yahvé, Adonai, Abba, Alah, el Clemente y
Misericordioso, Padre y Madre, Kajau, Corazón del cielo y de la tierra… Todas las
religiones lo buscan y todas se encuentran con Él en su contexto cultural. Él es la Verdad plena y absoluta.
Si Dios es Amor y fuente de paz, las religiones están llamadas a colocar
por encima de sus dogmas y normas, el amor, la compasión, el perdón, la
reconciliación y la paz. Ni el judaísmo, ni el cristianismo, ni el islán ni
ninguna otra creencia son religiones violentas, aunque hayan tenido
actuaciones violentas a lo largo de la historia. La Biblia, el Corán, el libro de los Vedas…
nos llaman a la fidelidad a Dios y nos revelan a un Dios de Misericordia, de Paz y de Vida plena para toda
humanidad. De ahí brotan los valores ético-religiosos que las distintas
creencias aportan a los comportamientos humanos.
¿Por qué este encuentro interreligioso, macroecuménico, se realizó con una
peregrinación? Porque el camino es un símbolo del itinerario espiritual que
conduce al sentido de la propia vida personal y a la razón de ser de las
religiones y de la historia de la humanidad. Es el camino de la vida en el que todos somos
peregrinos. El caminar del peregrino es un llamado a la conversión, un salir de
sí mismo para abrirse a los otros.
El
caminar es un acercamiento a los valores religiosos de su fe. Por ello los
peregrinos comparten un mismo lenguaje, el de la fe, aunque procedan de
diversas tradiciones religiosas. El
espíritu de fraternidad que se vive mientras se peregrina, la oración y la
reflexión sosegada que se produce en la vida interior del peregrino, promueve
la comunión espiritual y fraterna a la que aspira todo creyente.
El
peregrino en su camino experimenta un encuentro consigo mismo, un viaje a su
interior; un encuentro con los otros, con los hermanos que peregrinan a su
lado; y, sobre todo, se encuentra con el Dios de todos.
Por
lo tanto, el diálogo interreligioso, lejos de debilitar la propia fe, la
robustece y la madura, abriendo horizontes nuevos para su afirmación en un
mundo plural.
La
conclusión a la que llegué es que nos hace falta conocer más a las otras creencias
religiosas, dialogar en un tono fraternal con sus miembros, orar y buscar
juntos el modo de contribuir a que este mundo sea más justo, solidario y pacífico,
fortaleciendo una cultura de paz y de no violencia, fomentando el entendimiento
mutuo, promoviendo la reconciliación y la resolución de conflictos y caminando
hacia una ética universal. Éste es
el gran reto que tenemos los creyentes.
“La paz es fruto de la justicia”, nos dice el
profeta (Is 32,17). “Dichosos los que trabajan por la paz porque serán llamados
hijos de Dios”, nos dice Jesús (Mt 5,9).
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