La Semana Santa, que culmina en la
Pascua de Resurrección, es un tiempo especial para el cristianismo –de forma
análoga a como también lo es la Navidad-, pues en este tiempo se rememora la
pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Un misterio singular que revela la
condición humana y misericordiosa de Dios, junto a la condición inhumana del
ser humano, cuyo resultado concluye en la Resurrección, en consecuencia en la
Esperanza de la redención y de la inserción en la Gloria de Dios, según el plan
divino sobre el hombre y la creación. Tal planteamiento podría ser la síntesis
de las profundas reflexiones sobre los sucesos de hace dos milenios en
Jerusalén.
Si bien, esas reflexiones son las que
deben acompañarnos estos días –junto con la oración y el silencio- a los
cristianos en todo el orbe, para lo cual hemos de salir de nuestras rutinas,
preocupaciones, ambiciones y legítimas aspiraciones, para que el “ruido vital”
no nos impida profundizar en tales misterios ante los que abrir el oído, el
entendimiento y todos los sentidos para que Dios ilumine nuestro tránsito por
esta vida, le dé sentido a la misma de forma que más allá de sí misma
obtengamos un sentido que la trascienda, apoyados en la fe –en la confianza en
las Palabras de Dios- para que nos abra a la Esperanza venidera en que la
Caridad sea lo propio –no la excepción-.
En ese contexto, la Iglesia celebra
su liturgia propia de este tiempo (oficios, y pascua de resurrección) que ayuda
a los cristianos a tener presente estos misterios de la fe, a celebrarlos
comunitariamente y a ponerse en disposición de vivirlos con auténtico sentido
de la conversión del corazón humano (o sea, de la centralidad de la persona).
Ahora bien, en España –especialmente en
algunos lugares- existe la tradición derivada de la Contrarreforma, de sacar
procesiones religiosas rememorando la pasión, muerte y resurrección de
Jesucristo, en las que si bien se enfatiza la crueldad de la pasión y muerte
(minorando el hecho glorioso e importantísimo de la resurrección), en un
contexto propio contrarreformista –poco adecuado al momento histórico-religioso
actual-, pero que ha arraigado en las costumbres y tradiciones populares,
llevando una religiosidad popular implícita (acaso algo desfasada y poco
profunda, o por mejor decir, más sentimental), que ha movido a muchas personas
en su entorno, que merece el correspondiente respeto fraterno, en la medida en
que les pueda ayudar a la comprensión de tan insondables misterios.
Pero al propio tiempo, ese fenómeno
procesionista se ha ido nutriendo de tradición / tradicionalismo, no siempre
bien enfocado en el ámbito evangélico de la vida y obra de Jesús, e incluso se
ha llegado a deslindar su parte de tradición/ cultural, de la propia de
tradición / religiosa (de la que emergió). Siendo en esa deriva de tradición /
cultural, donde acaso veamos la necesidad de rectificar desde el punto de vista
eclesial para tornar a las raíces religiosas de dicho fenómeno, e incluso de
ayuda pastoral de rememoración de la Pasión al pueblo en general. Naturalmente,
tal hecho, sin menoscabar la importantes consecuencias de este fenómeno en el
aporte cultural y artístico que le ha ido acompañando con los años, pero
teniendo claro que el valor profundo no es tanto cultural –aunque también lo
tenga, pero puede ser objeto de apreciación museística-, cuanto religioso o de
creencias en las que el aspecto artístico acompaña y ayuda a la catequesis pública
de la procesión (a mostrar las escenas de la pasión en un relieve escultural
grandioso), pero no es lo esencial, ya que esto sólo resulta del
cuestionamiento meditativo de cada persona ante la contemplación de tales
misterios, para que sobre todo ello, su vida pueda dar un vuelco de conversión
evangélica en espíritu y verdad (como dijo Jesús, al referirse a la oración),
de donde se deriven consecuencias comunitarias y personales profundas de amor,
solidaridad, respeto, piedad, etc., y no sólo de ritual, de escaparatismo (de
fariseísmo), como tampoco de exhibición pública a modo de cabalgata, una y otra
actitud estarían lejos del espíritu cristiano en la rememoración de los
misterios de Semana Santa.
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