Un pequeño grupo de cristianos se ha vuelto a
manifestar en Murcia contra los desahucios bancarios hacia familias pobres, que
no han podido pagar las cuotas hipotecarias al banco por estar afectados por el
paro laboral de la crisis económica, y bajo el llamado público de “En nombre de Dios basta ya de desahuciar a
las familias”, han testimoniado su reprobación personal y moral ante esta
generalizada práctica de la banca española.
Testimonio
que es concorde con el Evangelio de Cristo y con la Doctrina Social de la
Iglesia, donde se deja sentado el principio universal de los bienes, así como
los de solidaridad derivado de la fraternidad humana –dada la consideración de
que las personas humanas somos hijos de Dios y hermanos en Cristo-, de donde se
infiere que los bienes materiales y el dinero están subordinados a la persona,
al respeto de su dignidad, no al revés, como nos ha mostrado la cruda realidad
inhumana de una crisis económica tras de la cual los ricos son cada vez más
ricos y los pobres cada vez más pobres.
Por
consiguiente, ante tanto silencio cobarde, cuando no cómplice, hacía falta una
voz profética del Pueblo de Dios, que advirtiera de la profunda inmoralidad de
dicha práctica, que llegó a sorprender al mismo Papa Francisco cuando recibió
en Roma al sacerdote murciano Joaquín Sánchez, que ha hecho su causa de esta
cuestión junto a los pobres desahuciados, a las familias (incluidos niños y
ancianos) sufrientes por el abandono social ante la injusticia de los mercados –que
no son impersonales, precisamente-.
Pues
un país que salva a sus entidades bancarias –con extraordinaria preferencia
sobre las personas humanas, de las que se desatiende- es un país moralmente
enfermo. Se diga lo que se diga, se quiera justificar como se quiera (con
revestimientos de legalidad, razones de estabilidad económica, seguridad
jurídica, etc.), ¡no tiene justificación moral!.
Pero
aún no menos inmoral es el alto grado de insensibilidad social mostrado por una
sociedad autista, silente, embebida en su consumismo particular –de los que aún
pueden-, que presa de una cultura individualista dominante, se desentiende del
prójimo (no se considera el “guardián del hermano” –para evocar la dramática frase
bíblica-), creyendo que jamás le afectará. ¡Grave error de cálculo…., tal como
van las cosas…!. Pues resulta muy llamativo que una concentración de este tipo,
que lo es desde la convocatoria de conciencia, sólo mueva la conciencia de apenas unas decenas de
personas, que además –y esto también no deja de ser significativo- se convocan
en la puerta del Palacio episcopal (enclave del gobierno de la Iglesia local, a
la que claman y no parece inquietarse), acaso sea para intentar mover a su
jerarquía para que acabe de sintonizar con los aires de cambio romanos que está
imprimiendo el Papa Francisco, no sin esfuerzo, incomprensión y resistencia de
parte de su entorno.
A
ver si la Semana Santa, ya próxima, con su iconografía de la Pasión del Señor,
del sufrimiento de Cristo por nosotros, nos hace más receptivos a poder sufrir
por los demás, ayudarles, o cuanto menos acompañarles en ese sufrimiento, como
lo hizo Jesús, a quien decimos seguir, aunque no sea de forma auténtica.
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