Asistimos con sorpresa, a la par que
alegría, a la decisión tomada por el arzobispo de Valencia, Mons. Antonio
Cañizares, de establecer un diezmo sobre los ingresos de su archidiócesis y
destinarlo a los pobres de la misma. ¡Alabado sea Dios!.
Efectivamente, hemos de alabar a Dios
que por el hecho de “conversión evangélica” que supone atender a la caridad de
los hermanos más necesitados, lo que representa un gesto de autenticidad
evangélica, y quita valor a aquel dicho de la experiencia popular en relación a
que “una cosa es predicar, y otra dar trigo”.
En consecuencia, apreciamos en este
importantísimo anuncio –que esperamos se plasme pronto en realidad-, un
auténtico signo de conversión, acaso personal del propio cardenal Cañizares, al
que le conocimos una acción pública más de gestor en sus respectivas diócesis
(Ávila, Granada y Toledo), con sus iniciativas de apoyo a empresas docentes en
el entorno eclesial (como las Universidades católicas de Ávila y Murcia), así
como sus posicionamientos más doctrinarios y conservadores desde la cátedra
primada de Toledo, pasando por su etapa romana de “príncipe eclesial” (que fue
ilustrada por unas famosas fotos vestido como cardenal del medievo –con una
cola de varios metros de extensión- y una pompa poco compatible con los
nazarenos de Galilea). De forma que aparenta haberse influido vivamente por el
nuevo rumbo marcado por el Papa Francisco, en lo que supone un mayor humanismo
cristiano, anteponiendo la caridad a la doctrina, sin que esta haya de
menoscabarse por ello.
Pero además de esta evolución del
cardenal Cañizares, que por este tipo de signo parece sólida y sincera. Aparenta
ser un signo de conversión eclesial, más allá de la personal, pues aunque sea
jerárquicamente, también este influjo del buen ejemplo evangélico puede
extenderse a la comunidad eclesial en su conjunto, empezando por la Iglesia
valenciana. A partir de lo cual, sería muy deseable, que cundiera el ejemplo y
el resto de las diócesis españolas siguieran la iniciativa del cardenal
Cañizares, mostrando así la Iglesia española su sensibilidad evangélica, su
coherencia y su comunión con el pontificado de Francisco.
Bienvenida sea la iniciativa, y Dios
quiera que se extienda por el resto de la Iglesia española, al tiempo que sea
el principio de una serie de iniciativas en la línea de ayudar a los más
pobres, empezando por la misma Comunidad eclesial, y arraigando otras
iniciativas como las ya adoptadas en alguna diócesis española de cesión de
inmuebles de titularidad eclesiástica para alojamiento de familias desahuciadas
de sus viviendas por los bancos, en el ámbito de la grave crisis económica que
estamos padeciendo.
Finalmente, cabría hacer un último
apunte, en relación con la necesidad de que la Iglesia española se decida a
promover la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia, en particular, y de
la moral social, en general, como palabra profética para estos tiempos
convulsos en lo económico, lo político y lo social, de forma que el fiel
cristiano tenga su reflexión propia sobre esos ámbitos a la luz de los
principios morales del Evangelio de Jesús.
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