El Papa Francisco se siente libre, como
cristiano y hombre de Dios, y con su lenguaje sencillo y directo, afronta la
variedad de situaciones humanas con una claridad meridiana y nos confronta con
el Evangelio de Jesús para que nos percatemos sobre el seguimiento del mismo en
nuestra vida.
Así, por su personalísima y llamativa forma
de abordar ciertos temas, el Papa Francisco ha ido ganándose los titulares de
la prensa, pero también la confianza y el corazón del pueblo, creyente y no
creyente, pues todos le reconocen su autenticidad y su forma directa, sin
ambages, pero también su profunda comprensión de lo humano.
En ese marco, y con ese estilo directo, el
Papa Francisco hizo unas importantes y llamativas declaraciones ante los
periodistas que le acompañaban en el vuelo de regreso de su viaje a extremo
oriente, en el que abordó la cuestión de la paternidad responsable, enfatizando
su observancia, llegando a utilizar un lenguaje coloquial de la calle, al
señalar el equivocado planteamiento de quien se cree muy cristiano por tener
muchos hijos, advirtiendo que no se pueden tener hijos como conejos,
concluyendo en la necesidad de guiarse por la paternidad responsable, que
subrayó con la afirmación de que estaba claro.
En este punto, hemos de reflexionar sobre la
cuestión, y no caer en el escándalo farisáico –propio de los “buenos”-, de los
supuestos cumplidores de la ley (una ley que es más una derivación lógica
humana, que realmente un precepto divino); pero al propio tiempo, tampoco
podemos caer en la laxitud total del egoísmo hedonista, en el que prácticamente
todo vale, si así me parece, y lo acabo justificando.
La paternidad responsable enunciada por el
Papa Pablo VI en la encíclica Humane Vitae, según el siguiente tenor:
“En relación con las
condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad
responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa
de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves
motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante
algún tiempo o por tiempo indefinido”.
Al tiempo que la realidad muestra que una paternidad irresponsable trae
una secuencia de efectos indeseables como:
l
Mayor número de hogares vulnerables, con jefatura
femenina y sin aportes alimentarios.
l
Mayor número de niños y niñas sin registro oficial.
l
Mayor incidencia de embarazos adolescentes.
l
Cuidado deficiente de niños y niñas, en detrimento
de su salud y educación.
l
Menor permanencia y rendimiento en la escuela.
l
Violencia intrafamiliar, carencias afectivas.
l
Más niños de la calle.
l
Mayor incidencia de trabajo infantil.
l
Mayor exposición a explotación sexual, a redes de
drogadicción y criminalidad.
Y como mínimo,
en el mejor de los casos, una falta de atención en los requerimientos afectivos
de un número de hijos, que muchas veces no se pueden mantener económicamente,
obligando a los progenitores a un esfuerzo excesivo, incluso de pluriempleo –cuando
les resulta posible-, que les aleja muchas horas del hogar familiar y de la
cercanía de sus hijos, aun cuando sea con la legítima intención de poder sacar
adelante a todos los hijos, en una sociedad en que los costos de la vida
ordinaria cada día suben en una proporción que los salarios no suelen alcanzar.
Siendo especialmente grave en situaciones de crisis económica y de empleo.
Por
consiguiente, habría que apelar a una estimación realista de la situación de
cada familia, de sus posibilidades económicas, de salud, en relación con los
hijos que ya se tienen, para poder atenderles responsablemente con el cuidado,
el cariño y la aportación económica del mínimo de bienestar requerido para una
vida y educación digna.
Consecuentemente,
conscientes que en este tema el Magisterio de la Iglesia fue clarificado con la
doctrina de la Paternidad Responsable, resulta necesario y en conciencia, que
toda la Iglesia la tenga en consideración, que los pastores la den a conocer al
pueblo de Dios en sus verdadero alcance, tratando de alertar a aquellos que
siguen fomentando la procreación a ultranza como mandato divino, sin instruir
adecuadamente a toda la feligresía cristiana sobre las condiciones que deben
acompañar a la paternidad, desde la responsabilidad de los padres, en
conciencia ante Dios, valorando su realidad y posibilidad.
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