San Antonio Abad, o San Antón –como también
se le conoce-, es un personaje cristiano del S. III después de Cristo, que
nació en Herácleopolis (Egipto), y desde joven hizo una fuerte apuesta personal
por su fe cristiana, vendiendo todos sus bienes y entregando el dinero a los
pobres, para retirarse a una vida ascética de oración, meditación y
espiritualidad, en la que se dice que dormía en un sepulcro vacío, pasando
muchos años como ermitaño en el desierto, desde donde ayudó a otras personas
que acogieron tal forma de vida, dando lugar a la generación de sendos grupos
de ermitaños (uno junto a Pispir, y otro en Arsione), considerándosele el fundador
de la tradición monacal cristiana, aunque personalmente nunca optó por la vida
en comunidad, retirándose al monte Colzin –junto al Mar Rojo-, si bien también
visitó Alejandría para predicar contra el arrianismo.
De
él se sabe también que le gustaban mucho los animales, contándose alguna que
otra leyenda en relación a supuestos milagros en su trato con los animales, de
donde se gestó una antiquísima tradición histórica de tenerle por patrón de los
animales.
Consecuente
con este detalle, ha pasado a ser recordado anualmente en el día de su
festividad canónica, porque la tradición popular, ha venido aprovechando la
celebración de este día ante los eremitorios e iglesias en honor a San Antón, para
presentar a sus animales, y actualmente a sus mascotas para recibir la
bendición del santo, lo que ha venido a ser acogido por la tradición de la
Iglesia bendiciéndose a cuantos animales y portadores de los mismos se acercan
en tan significado día, cumpliendo así con esta inveterada y curiosa tradición
popular.
Tradición
popular, que también viene a confirmar, en lo religioso, que los animales son
criaturas de Dios, en tanto que fueron creados por Dios en el misterioso acto
creador que nos narra el libro bíblico del Génesis, y del que se confirma con
cada acto creador divino, que lo creado era bueno. Siendo así bendecidos por
Dios, y en este entrañable gesto litúrgico de bendición eclesial a los animales
presentes en recuerdo del santo egipcio, se refrenda tal bendición divina sobre
los mismos, ratificando que todo lo creó Dios y era bueno.
En
ese sentido también nos toca reconocerlo a los hombres, dando gracias a Dios,
diciendo bien de Dios, por su creación, por la vida, y por el plan de salvación
que nos ha revelado, a través de su Hijo Jesucristo, haciéndonos conscientes de
nuestra filiación divina y de la fraternidad humana, con las que hemos ser
consecuentes en nuestra forma de vivir.
Por
consiguiente, no estaría de más, que el creyente cristiano reflexione ante esta
festividad (como ante cualquier otra), pero específicamente en esta sobre el
misterio de la creación, nuestra relación con Dios –Creador y con el mundo –
creado (evitando sea una relación egoísta de aprovechamiento, tratando sea una
relación de servicio, reconocimiento y entrega), trascendiendo sobre el detalle
más o menos pintoresco de la bendición de los animales hacia el verdadero
sentido de la creación divina y su destino, conforme al plan de Dios revelado,
que espera nuestra adhesión y cooperación proactiva en la preparación del Reino
de Dios (reino de justicia, de paz y de fraternidad), tal como lo anunció
Jesucristo a quien hemos de seguir los cristianos, como a su manera le trató de
seguir en su día San Antón –aunque fuera una manera radical, entre otras muchas
posibles, por las que Dios llama a cada uno-.
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