El Papa
Francisco ha emprendido un viaje pastoral a Sudamérica, especialmente a la
parte más pobre del subcontinente sudamericano, de donde él mismo procede y
cuya realidad conoce bien, en un significativo acercamiento a la Iglesia
latinoamericana cuyas posiciones pastorales y teológicas especialmente
referidas a la “teología de la liberación” fueron reprobadas por anteriores
pontífices, desde una cosmovisión romana, eurocéntrica y más tradicional.
En ese tiempo, la activa Iglesia
sudamericana se sintió un tanto desnortada, aunque hitos de recomposición no
faltaron en forma de encuentros y cumbres como los de Puebla o Medellín, pero
se sentía una incomprensión del poder romano por los avances teológicos
liberadores que según, muchos de sus mentores alcanzaban a tesis políticas,
sociales y económicas, que a la derecha política y religiosa tanto
escandalizaban.
Por consiguiente, es muy positivo –desde
el punto de vista pastoral- esta visita del Papa programada en perspectiva de
reencuentro precisamente con los núcleos sociales sudamericanos más pobres (en
Ecuador, Bolivia y Paraguay), en donde además de la Iglesia, estas naciones han
girado a gobiernos políticos de diverso perfil, pero con el común denominador
social (desde las posiciones socialcristianas de Correa en Ecuador a las
filocomunistas barnizadas de indigienismo de Morales en Bolivia), en lo que se
habría de interpretar como un encuentro del Pontífice con la realidad de
sufrimiento económico y social de esas sociedades, de esas comunidades
eclesiales, que necesitan el encuentro con su pastor, su comprensión y aliento esperanzado, que les
acompaña, los entiende, se hace eco de sus necesidades y clama con ellos por la
justicia y la fraternidad en un mundo más justo, exhortando a la construcción
del Reino de Dios anunciado por Jesús, que sin justicia y paz no puede
construirse.
Además llega Francisco en unos
momentos críticos de la Iglesia sudamericana, que requería la atención y el
abrazo fraternal de la Iglesia universal para el desempeño de su misión
evangélica en medio de tanta pobreza, de tanta desigualdad, de tanto abandono
social, en definitiva, de tanta injusticia social, donde el “amor fraterno”
cede en perjuicio del Evangelio, pues la Buena Nueva se apaga en esa realidad
temporal. Unos momentos, de desorientación eclesial y social que ha sido
aprovechado por el desarrollo de sectas que han ido invadiendo el territorio
sudamericano para alienar a las personas en ritualismos o espiritismos alejados
de su realidad existencial, pero que también les hace más dóciles a los poderes
fácticos del lugar.
Consecuentemente, una visita
pastoral muy oportuna y muy bien desarrollada por el Papa Francisco que conoce
a la perfección tal realidad y conecta rápidamente con el pueblo que le esperaba
y le aclamaba, al que realmente ha esperanzado en el difícil camino del
seguimiento de Jesús desde su propia existencia. Visita que se ha desarrollado
como ya es tradicional en Francisco con su habitual sencillez, cercanía y
austeridad sinceramente vivida hasta el detalle, ejemplo claro y determinante
para la jerarquía eclesiástica y resto del clero no siempre atentos a estos
significativos detalles.
Ello no obstante, no han faltado las
habituales críticas de sectores eclesiales tradicionales y políticos
conservadores, precisamente por la visita de Francisco a estas naciones
tachadas de “parias” por el orden económico neoliberal, y en el que han
criticado de forma desvergonzada los más mínimos detalles del Papa, ubicándolo
como un jesuita sudamericano de izquierdas favorable a la “teología de la
liberación” que identifican como un sincretismo político religioso entre el
comunismo y el cristianismo, sostén de la guerrilla sudamericana. Quedándose
lamentablemente en esos detalles, más simbólicos que reales, en vez de
profundizar en la dura realidad de injusticia social de la zona, en la que la
Iglesia ha de tener para ellos una “palabra profética” basada en el Evangelio
de Jesús, que no se remite meramente a prácticas piadosas, espirituales y
ritualistas vacías de contenido, sino a la vivencia de la fe en Jesús que
anunció la venida del Reino de Dios (reino de verdad, de fraternidad, de
justicia y de paz), una realidad que se ve interpelada por el Evangelio, por la
“teología del Reino de Dios” recogida como núcleo central de la predicación de
Jesús en los tres Evangelios sipnóticos (Marcos, Mateo y Lucas). Algo que la
Iglesia puede y debe manifestar, predicar y defender.
Así pues, como en otras ocasiones,
un gran acierto pastoral y evangélico del Papa Francisco, a quien Dios guarde
muchos años e inspire en el gobierno de su Iglesia.
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