El que esto escribe ha participado de una
peregrinación franciscana por Italia tras las huellas de San Francisco, como
uno de los grandes santos de la cristiandad, exponente de la vivencia
evangélica íntegra, en lo que supone un riguroso seguimiento de Jesús.
Estos días de peregrinación por tierras de
Italia han sido una gran bendición para los que la hemos realizado, pues hemos
tenido la ocasión de acercarnos a una de las experiencias de fe más profundas,
como es la franciscana, en el legado que tanto Francisco como Clara de Asís han
dejado a sus seguidores y en general a
la cristiandad.
Como en toda peregrinación, se llevó la
intención de acercarnos desde nuestra experiencia de fe al testimonio y vida de
los grandes santos de la familia franciscana, pudiendo vivenciar en su legado,
los lugares donde vivieron y dieron testimonio de su fe, cómo se fiaron de Dios
profundamente, poniéndose en sus manos, viviendo en profundidad su Evangelio,
en la humildad de los últimos, con la pobreza evangélica del que todo lo pone
en manos del Señor, su austeridad –que nos denuncia tanta comodidad y tanto
consumismo de la vida moderna-, sus fraternidades –auténticas casas de acogida
de hermanos iguales, y honda espiritualidad- en los que se conjugaba el amor a
Dios y a los hombres –hermanos en el Señor-. ¡Toda una rica experiencia de fe!.
¡Qué gran ejemplo!. ¡Qué revulsivo para imitar!.
Lugares como Padua, donde está enterrado San
Antonio, ese gran sabio franciscano, que asumió el estilo humilde, pobre y de
servicio de Francisco, habiendo dejado de lado sus éxitos académicos y
profesionales, para dedicarse a la oración y al servicio a los demás. En Padua
todo rezuma recuerdos del santo franciscano, al que en Italia se le venera con
gran reverencia, como queda testimoniado por los numerosos escritos, flores y
fotografías de feligreses que se han dejado en su tumba, en las numerosas
peregrinaciones que recibe habitualmente en la basílica de esta ciudad del
norte de Italia.
También resultó sobrecogedora la visita al
monte La Verna, en medio de un bosque montañoso de la región italiana de La
Umbría, a unos 1.200 mts. sobre el nivel del mar, en que se alza también otra
basílica franciscana que recuerda la estancia de San Francisco en las cuevas
donde oraba, y en las que le aparecieron los estigmas de Cristo.
No menor impresión suscitaron el Monasterio
de Greccio excavado en plena piedra de un alto monte, donde Francisco creó el
primer belén; o incluso las cárceres (cuevas) de Asís en que en medio del monte
Francisco y sus frailes se retiraban a orar viviendo en unas cuevas con el
rigor propio de su pobreza y del medio forestal.
Siendo de resaltar, Asís ciudad natal del
santo italiano, en la que se erige un complejo eclesial en el extremo elevado
de la misma, con dos basílicas superpuestas que le recuerdan, donde reposan sus
restos mortales, y al que peregrinan miles de personas, en recuerdo del patrón
de Italia. Y ello, sin olvidar a Clara, fundadora de la orden segunda
franciscana (clarisas) cuyo recuerdo aún permanece vivo en el pequeño y
modestísimo convento de San Damián en la campiña de Asís, y en la basílica que
se construyó posteriormente en su memoria en el mismo pueblo, donde reposan sus
restos mortales.
La basílica de Ntra. Sra. de los Ángeles, al
pie de la montaña de Asís, construida por orden papal para albergar la pequeña
cabaña de la porciúncula donde S. Francisco y sus frailes iniciaron su
andadura, y donde la devoción popular hace que se concentren habitualmente gran
número de feligreses a rezar, siendo de reseñar el multitudinario y emotivo
rezo del rosario con ulterior procesión con antorchas acompañando a la virgen
por la amplia plaza de la basílica, al canto de himnos marianos, que ponen de
manifiesto la gran devoción que se siente en Italia por la figura de María, y
también de los santos franciscanos.
En definitiva una grata experiencia
religiosa, recomendable para el que pueda realizarla, pues toda peregrinación
supone una salida del ámbito personal y rutinario, para buscar el encuentro con
el Misterio de la fe, en sus diversas manifestaciones que lo testimonian.
Para concluir, cabe mencionar la obligada
visita a Roma, donde tuvimos ocasión de asistir a la habitual audiencia de los
miércoles con el Papa Francisco, en la que la plaza de S. Pedro estaba a rebosar
con una estimación en torno a las 20.000 personas, donde tuvimos ocasión de
escuchar a este gran Pastor que nos ha propiciado el Espíritu, que nos instruyó
sobre las obras de misericordia, cuestión que no es baladí para nuestra fe.
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