Tras la piadosa decisión del ministro del
Interior Alberto Fernández Díaz de otorgar a la Virgen del Amor la medalla al
mérito policial colectivos laicistas han emprendido una demanda para impugnar
tal atribución honorífica a una imagen religiosa, y pudiera ser que los
Tribunales acabaran retirando tal distinción policial a la imagen religiosa que
el ministro trató de agasajar.
Hechos como este hacen de España diferente,
por lo que representa de costumbres atávicas de fanatismo religioso o
superstición, más propio de tiempos pasados de una religiosidad pública
teocrática trasnochada y poco compatible con el Evangelio de Jesús, por
deformarlo, malinterpretarlo y llegar a confundirlo en su contenido y espíritu.
Aunque son hechos también incompatibles con un Estado constitucional moderno,
que sin ser laico, se proclama aconfesional, en un intento de separar Iglesia y
Estado.
De donde decisiones de beatitud como la
comentada no convienen ni a la Iglesia ni al Estado, a la primera porque no
representa realmente una manifestación de una fe adulta y madura en la
auténtica Palabra de Jesús; y en el segundo, porque se roza la inconstitucionalidad,
y se mezclan planos que jamás deberían mezclarse (religioso y político).
Sin embargo, este hecho no es aislado en
España, pues el tradicionalismo religioso y social ha llevado frecuentemente a
la confusión de la vida religiosa con la vida política y social, dándose una
continua y perniciosa mezcla entre ambos ámbitos, aunque a corto plazo pudiera
satisfacer unos concretos intereses políticos e incluso de algún sector de la
jerarquía eclesial –considerada a sí misma “príncipes de la Iglesia”-. Tal es
así, que en Murcia sin ir más lejos, tenemos dos clamorosos ejemplos de
notoriedad pública en relación con la Virgen de la Fuensanta y con San Pedro en
Cartagena.
Respecto de la Fuensanta, fue nombrada
capitana general, imponiéndosele el fajín y otorgándosele el bastón de mando,
fajín que también se le impuso al niño Jesús que porta la tradicional imagen de
la Virgen de la Fuensanta.
Por su parte, en Cartagena la tradición
castrense se alió al extremo con las cofradías de Semana Santa que la talla de
San Pedro que se custodiaba en el Arsenal se antropomorfizó adoptando el nombre
de Pedro Marina Cartagena y se le hizo cabo de marinería con sueldo y todo
(excepto algunos complementos retributivos como los trienios y afines), lo que
de suyo generó no pocos problemas a la Intervención militar a la hora de
fiscalizar tan atípica nómina.
Así casos, como los comentados deberían de
dejar de darse por el propio sentido común, por la seriedad de la fe –entre los
verdaderos creyentes-, y por la imparcialidad del Estado y sus Instituciones
públicas cuya finalidad es la de servir los intereses de todos los españoles
por igual. De tal forma que así se eviten controversias y malestar –como las
habidas- por hechos tan insólitos como pueriles, y así partiendo del mutuo
respeto, empezaremos a entendernos todos y a valorar realmente la profundidad y
alcance de una fe que no tiene que recurrir al histrionismo por piadoso que
sea, ni a fórmulas pre-racionales ambiguas entre la superstición y el
ritualismo sacado totalmente de contexto religioso y político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario