Hay personas etiquetadas socialmente, con lo
que hagan lo que hagan, y digan lo que digan, no suele caer bien, quizá el
carácter, la personalidad, la falta de habilidades sociales, especialmente la
de comunicación y empatía social suelen estar en la causa de tal hecho. Y tal
es el caso que socialmente aflige a la figura del cardenal Rouco, un personaje
de primera línea social española, y máximo representante de la Iglesia en un
país tradicionalmente católico, pese a la progresiva secularización. ¡Cada vez
que habla, sube el pan…!, como se dice popularmente.
Realmente es una cuestión para estudiar en
los seminarios, e incluso en el ámbito eclesiástico, el hecho que muchos de sus
pastores, y entre ellos no pocos
prelados, a los que se les supone una profunda formación filosófica, teológica,
histórica y humanística, fallen en algo tan elemental para un pastor eclesial
como es la comunicación pública. ¡No saben comunicar…!. Y aún lo peor, parece
que ni intentan mejorar este básico aspecto para su ministerio y en los tiempos
actuales.
Pues más allá de lo que dijera Rouco, de su
oportunidad en un funeral por el expresidente Suárez, está el hecho de saber
comunicar lo que se quiera, y hacerlo convenientemente sin que de lugar a malas
interpretaciones, ambigüedades o polémicas. Salvo que lo que se pretenda sea
esto justamente, y acaso no sea probablemente el primer objetivo de un pastor
de la Iglesia.
Si realmente quiso polemizar aprovechando el
púlpito en pleno funeral, saliéndose de la sana y docta interpretación
evangélica, parece que no era esa la misión que se esperaba de un alto
dignatario eclesial, pues lejos de traer paz, armonía, concordia –a la que
tanto apeló el difunto, que hasta en el epitafio de su tumba lo hizo constar-,
se genera el efecto contrario, la polémica, la cizaña, la confrontación.
Pero además en vez de apelar a un horizonte
de esperanza escatológica, desde la fe, propia de una homilía de funeral, se
deriva a la personal interpretación histórico-política adentrándose en un
farragoso terreno que por polémico y cáustico sabido es que lejos de alcanzar
edificantes conclusiones, se genera polémica, y se remueven viejos
resentimientos, que deberían haberse olvidado. Amen que ver analogía en la
conflictividad social actual –en medio de una dura crisis internacional- con el
conflicto socio-político que llevó a la guerra civil es mucho arriesgar, por no decir, ser “pájaro de
mal agüero”, impropio de un apóstol de la Iglesia. O más bien, reflejar la
auténtica realidad de un “príncipe de la Iglesia” destronado, recreado en una
realidad artificial, que no está en el mundo actual y por ello no conecta bien
con el mismo. ¡Esperemos que no crea en la pecaminosidad mundana…!.
Así ha logrado lo que apenas nadie consigue
actualmente en España, poner de acuerdo a todo el arco parlamentario en la
reprobación de sus palabras, excepto la tímida justificación dada por el PP
(atendiendo a su electorado católico más fundamentalista).
Especula extrañamente con una realidad
virtual, que no se corresponde con la del país, y sin embargo, guarda silencio
con la realidad social de injusticia que vive el país, que aunque no se mencionara
en la homilía de funeral –posiblemente no viniera al caso-, no por ello no ha
dejado de tener oportunidades perdidas para pronunciar una palabra profética en
nombre de Dios en medio de tanta injusticia social (altísimo paro, desahucios
bancarios, estafas bancarias, incremento de la pobreza, pobreza infantil,
sufrimiento de la inmigración, etc., etc.). ¡Mucha omisión y clamoroso
silencio!. Aunque afortunadamente muchos católicos seglares, religiosos y
sacerdotes –incluido algún obispo- no han guardado tan infame silencio ante el
grave sufrimiento social.
Por consiguiente, parece claro que Rouco no
va con los nuevos tiempos del Papa Francisco, no es su estilo personal, ni
aparentemente eclesial, y dada su avanzada edad, debe dejar paso cuanto antes
al relevo en el arzobispado de Madrid, para prepararse oportunamente a
comparecer ante el Padre Eterno, ante el que todos tenemos que rendir cuentas,
en la confianza de su misericordioso perdón para todos.
Oportuna reflexión. Acertada y prudente crítica.
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