La
efervescencia catalanista que viven algunos sectores catalanes está haciendo
estragos en lo que supone de pérdida del sentido de la objetividad, y de las
propias cosas, pues en el seno de la misma Iglesia Católica (que por definición
ha de ser universal) sectores catalanistas han reaccionado airadamente contra
las declaraciones del portavoz de la Conferencia Episcopal Española que
calificaba de inmoral el planteamiento del referéndum secesionista catalán.
Así estos
secesionistas católicos, enajenados de chauvinismo patriotero, a los que la
vista no les alcanza más allá de su propio campanario, llegan a discutir y
rivalizar con el poder jerárquico de la Iglesia en España (CEE), con la que
pretenden incluso que rompan relaciones los obispos catalanes, perdiendo así la
necesaria y conveniente comunión eclesial, que prescribió el mismo Cristo (“ser
uno, como el Padre y yo somos Uno”), y como advirtió el mismo apóstol Pablo, en
la famosa alusión a que no nos mostremos separados sino unidos en el cuerpo místico
de Cristo que es la Iglesia, en la que caben muchos carismas, a modo de formas
de servir, pero una comunión en Cristo.
Por
otra parte, la CEE también habría de meditar bien sus afirmaciones en el
sentido del respeto a todas las formas de cultura, y posibilidad de
autogobierno justo de los pueblos y regiones españolas. Si bien, lo importante
para el cristiano es el compromiso de servicio público para hacer presente el
Reino de Dios en el mundo, y por ende un mundo más justo, más veraz, más
solidario, más pacífico y fraternal.
Algo
a lo que poco contribuyen los enfrentamientos étnicos de los superados
nacionalismos que son una abierta contradicción en este mundo cada vez más
globalizado, con una proliferación de alianzas económicas y políticas, a modo
de Federaciones y/o Confederaciones de Estados como es el caso de la UE, y demás
Instituciones Internacionales de Gobierno y Cooperación del mundo para la
mejora de la convivencia humana.
En
consecuencia, más allá de apasionamientos mundanos sobre consideraciones
nacionalistas de porte político-etnográfico, en la que la Iglesia Católica se
ha visto envuelta en no pocas ocasiones, hoy día la reflexión del cristiano ha
de ser la de ver la creciente secularización de la vida, y su obligación
misionera en el mundo, la reflexión de la presente crisis económica con el sufrimiento
que conlleva, la pérdida de valores morales de convivencia, de solidaridad, el
avance del individualismo, consumismo y hedonismo –como realidades contrarias a
los valores evangélicos-, y sobre todo la renovación que la Iglesia actual
necesita –según el Papa Francisco- para mayor coherencia.
Y
desde luego, lejos de todo planteamiento evangélico y eclesial sería caer en la
trampa de luchas fratricidas entre hermanos en la fe, por el mero hecho de la
defensa de una determinada manera de organizar la vida pública en nuestro
entorno, elevando a categoría de absoluto moral lo que sólo es relativo, desde
el punto de vista de una fe madura y coherente. Al punto de llegar al disparate
de absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto, en un craso error que
puede llevar indeseables consecuencias para la fe y el seguimiento de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario