La figura del diaconado ya estaba conformada
en la primitiva Iglesia, si bien su recuperación tras el Concilio Vaticano II
ha tenido un desarrollo desigual, en según que diócesis, según los distintos
pareceres de los obispos, especialmente en lo referente al “diaconado
permanente”, que permite el acceso de hombres casados para la celebración de
determinado tipo de actos litúrgicos y religiosos. Pero que cada vez se hace más
necesario ante el descenso de las vocaciones sacerdotales y la consiguiente
disminución presbiterial, para de esa forma, poder ayudar mejor al Pueblo de
Dios congregado en la Iglesia.
Un diácono (del griego διακονος, diakonos, y luego del latín diaconus, «servidor») es
considerado un servidor, un clérigo o un ministro eclesiástico, cuyas calificaciones y funciones
muestran variaciones según las distintas ramas del cristianismo. En las Iglesias católica, copta y ortodoxa se refiere así a aquel que
ha recibido el grado inferior del sacramento del Orden Sagrado por la imposición de las manos del obispo, y por
lo tanto se le considera la imagen sacramental de Cristo servidor, en virtud de la Sagrada Escritura que especifica: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido,
sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Evangelio de Marcos 10, 45).
En el grado
inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las
manos «no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio». Así,
confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su
presbítero, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la
palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado
por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y
distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la
Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los
fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los
fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y
sepultura. (Lumen gentium 29, Concilio
Vaticano II).
Dentro
de la Iglesia católica existen, pues, dos clases de diáconos:
a)
Diácono transitorio
Se
califica como transitorios a aquellos diáconos a los cuales se
les confiere este ministerio por un período limitado de tiempo, que usualmente
se inicia luego de culminar sus estudios y se extiende hasta que el ordinario
del lugar considera al candidato suficientemente maduro para ser ordenado presbítero por
el obispo. En general, durante este tiempo los candidatos ejercen como diáconos
en parroquias. Por lo tanto, es condición para ser presbítero haber sido
ordenado con anterioridad en calidad de diácono transitorio (es decir, en
tránsitohacia el presbiterado).
b)
Diácono permanente
En
el Concilio Vaticano II, se restableció nuevamente el diaconado
permanente. Este tipo de diaconado puede ser conferido a hombres casados. El
diácono permanente debe ser considerado hombre «probo» por la comunidad,
caritativo, respetuoso, misericordioso y servicial. Es determinación del obispo
exigir que sea casado, y en este caso, la esposa deberá autorizar por medio
escrito al obispo la aceptación para la ordenación del esposo (requisito
indispensable). Un diácono casado que pierde a su esposa no puede volver a
contraer matrimonio, pero sí puede optar a ser presbítero.
Quien es ordenado diácono siendo soltero se compromete al celibato permanente.
Solo
el varón («vir») bautizado recibe válidamente esta sagrada ordenación. El
sacramento del Orden confiere un carácter espiritual indeleble y no puede ser
reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado. Se le puede liberar de
obligaciones y de las funciones vinculadas a la ordenación y hasta se le puede
impedir ejercerlas, pero no vuelve a ser laico nuevamente puesto que, desde la
ordenación, se considera que el diácono queda marcado espiritualmente
de forma permanente (de allí el término marca o carácter).
Las
funciones del diácono en la Iglesia católica son:
·
Proclamar el Evangelio, predicar y asistir en el
Altar;
·
Llevar el Viático (sacramento de la eucaristía así
llamado cuando se administra particularmente a los enfermos que están en
peligro de muerte) pero no puede administrar el sacramento de la unción de los enfermos,
ni el sacramento de la reconciliación.
Además,
y siempre de acuerdo con lo que determine la jerarquía, puede:
·
Dirigir la administración de alguna parroquia;
·
Ser designado a cargo de una Diaconía;
·
Presidir la celebración dominical, aunque no
consagrar la Eucaristía (lo cual corresponde a presbíteros y obispos).
Puede
además efectuar otros servicios, según las necesidades específicas de la
Diócesis, particularmente todo aquello relacionado con la realización de obras de misericordia, y la animación de las
comunidades en que se desempeñan.
Así las cosas, en un contexto histórico-cultural de igualdad del hombre
y de la mujer, se le plantea a la Iglesia –no sólo el desarrollo del diaconado
permanente, que resulta a todas luces oportuno y necesario-, sino también la
incorporación al mismo de la mujer, lo que supondría un primer paso hacia la igualdad
de ambos géneros en el ámbito eclesial. Lo cual, ha llevado al Papa Francisco
al ser cuestionado sobre dicha posibilidad, a afirmar que se estudiaría, lo que
aún queda lejos de que se vaya a hacer realidad a corto plazo, pues la Iglesia
tiene sus tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario